Desmemorias del emérito

Debo el titular de esta pieza al catedrático de Politología en Georgetown Josep M. Colomer, que me remite su versión del 23-F tras haber leído la del rey emérito en sus memorias.

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TERESA SUAREZ / EFE

El politólogo argumenta en su próximo libro que en ellas Juan Carlos I “insiste en despistar diciendo que hubo tres golpes y él los paró cuando solo hubo uno, coordinado por Armada, quien, al arreciar los crímenes de ETA y después de que el rey fuera abucheado en el Parlamento vasco, había pactado con los partidos, excepto los nacionalistas, un ‘golpe de timón’ como el de De Gaulle en 1958, pero con división del trabajo en tres tiempos”:

1) Tejero entra en el Congreso.

2) Milans saca los tanques y llama a los capitanes generales a que le sigan.

3) Armada se presenta en el Congreso para ser nombrado presidente del Gobierno, pero Tejero en la puerta, tras haber entrado pegando tiros al techo “en nombre del rey”, le pide los nombres de los ministros que va a nombrar y, al ver los de los partidos con quienes el general había pactado, le niega el acceso. Armada se acerca entonces al Palace, donde estaba Sáenz de Santamaría, “como quien quiere ayudar”.

​Las memorias del rey emérito hacen brotar varias versiones de su papel en el 23-F

Es otra versión más de nuestra historia reciente en la que la torpeza de Tejero sería paradójicamente la que frustraría el golpe. Lo que es indiscutible es que si podemos especular hoy sobre si el golpe fue uno o trino es gracias a nuestra democracia ya medio centenaria, y algo le debe, ergo debemos, a los autores de la transición.

Y es que llueven las ofertas estos días a este contrero desde todos los ángulos, incluido el de la extrema derecha, para otros siniestra. El hispanista Stanley G. Payne, que adelantó en La Contra en su día que iba a votar a Trump por las razones que le darían la victoria (y acertó), publica, junto con Jesús Palacios, Juan Carlos I, la construcción de un rey. Ambos abonan la tesis del “golpe institucional para corregir el rumbo errático de la transición, tramado, desarrollado y ejecutado desde dentro del propio sistema y con el conocimiento y aprobación del monarca”.

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En línea, en cambio, con la versión canónica del 23-F y la transición, otro contreable que se nos ofrece estos días sería el oficial de la orden del Imperio Británico, Tom Burns Marañón, quien en El legado de Juan Carlos I   le agradece que “supo garantizar el recto, rápido y radical cambio político que demandaba la sociedad”. La suya fue la “continuidad sin continuismo” que resolvió en su día contradicciones que parecían irresolubles, pero no zanjó todos los debates. Y es una suerte, porque eso es la historia viva. Y a los lectores de hoy y mañana les corresponde interpretarla.

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