‘Lux’ en el museo

El ruido es una forma de invasión. Por eso los auriculares con tecnología para cancelarlo merecen figurar entre los grandes avances contemporáneos, como herramienta de higiene mental. Schopenhauer detestaba los gritos y portazos, y afirmaba que el ruido es el asesino del pensamiento. Cualquiera que haya tomado un Ouigo nocturno estará de acuerdo.

Rosalía, en la 'listening party' de su álbum 'Lux' en Barcelona

 

Sony Music Entertainment

Desde que tuve mis primeros cascos antirruido se han vuelto inseparables en mis salidas: gracias a ellos he vivido amplificada la ex­periencia interior en la Capilla Sixtina o frente a las ventanas de Chagall. Si Francis Ponge convirtió el jabón en objeto de contemplación, bien podría yo ensayar una loa para estos dispositivos que afinan la ­percepción.

Cuando planeé mi visita a la exposición de Matisse en el CaixaForum de Madrid supe que Lux, de Rosalía, sería mi acompañante. Desde que se publicó hace dos semanas (anoté la fecha en la agenda como si fuera una cita) lo he escuchado decenas de veces, fascinada con su polifonía de lenguas. Me quedo con lo que ha dicho Andrew Lloyd Webber, compositor de Jesus Christ Superstar: es un álbum destinado a marcar la década.

Rosalía trabaja desde el riesgo, igual que Matisse: en el arte a veces se hace la luz

En los lienzos de Matisse la calma es una trampa: bajo la superficie ordenada late una energía que no descansa. En La yugular, para Rosalía la galaxia cabe en una gota de saliva, un ejército se reduce a una pelota de golf, un pintalabios contiene el Titanic. Ese vaivén de escalas –de lo mínimo a lo colosal–sucede ante los cuadros de Matisse: te acercas a una pincelada y apenas es un trazo; te alejas y ya es un continente.

Me paré ante Lectora sobre fondo negro, de 1939: un instante de quietud en pleno desorden europeo. La mujer leía; yo la miraba mientras escuchaba. Entre nosotras surgió algo que venía del cruce entre ver y oír. Pensé que lo que buscamos en un cuadro o en una canción es un lugar donde quedarnos un poco más.

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En Lux Rosalía trabaja desde el riesgo, igual que Matisse. En ese tanteo sin garantías que es el arte –y también la vida– a veces se hace la luz. La del cuadro, la de su voz en mis oídos y la del museo convergieron en un mismo gesto: quedarse, mirar, escuchar.

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