Escalofrío moral. Personas adineradas de Italia y de toda Europa acudían a la antigua Yugoslavia para matar civiles durante la guerra de Bosnia, guiados por las milicias serbias que comandaban Radovan Karadzic y Ratko Mladic. En el Sarajevo del asedio (1992-96), los precios de los safaris humanos variaban según la pieza que pretendiera batirse: varones adultos, niños o mujeres embarazadas. Los turistas francotiradores regresaban a la cotidianidad de sus vidas como si nada. El escritor italiano Ezio Gavazzeni, quien ha facilitado a la Fiscalía de Milán el fruto de sus investigaciones, aduce que el fenómeno supone otra vuelta de tuerca en la deshumanización. Del concepto la banalidad del mal, acuñado por Hannah Arendt –Adolf Eichmann no sería un monstruo psicópata, sino un hombre común y corriente que habría actuado sin reflexión crítica, cumpliendo órdenes dentro del sistema burocrático del nazismo–, se habría pasado a la indiferencia del mal. Cacería humana o esquí en los Alpes, qué más da.
Fotograma de la película 'La caza' (1966).
‘La caza’. Así se titulaba la película que Carlos Saura dirigió en 1966 sobre la historia de cuatro hombres, amigos de farras y negocios, que acuden a cazar –conejos, en este caso– a un coto privado, para acabar desencadenando una carnicería entre ellos. La hicieron con cuatro duros en los alrededores de Seseña (Toledo), donde años después se ubicó el megaproyecto urbanístico que Paco el Pocero no logró culminar. Muchos entendieron el filme como una metáfora de la Guerra Civil y, desde luego, refuerza esa interpretación la biografía de algunos de los actores: Alfredo Mayo representaba un símbolo del cine franquista, mientras que Ismael Merlo era republicano. Sin embargo, para Saura la cinta iba más allá. Hablaba de la dificultad de mantener la amistad a lo largo de los años y, sobre todo, de cómo se estaba fraguando la España del pelotazo.
Los ‘safaris humanos’ en Sarajevo representan otra vuelta de tuerca en la banalidad del mal
Pazo de Meirás. El periodista Xabier Fortes emite La noche en 24 horas, el miércoles, desde la residencia veraniega del Caudillo, lo que convierte el programa en un análisis de lo que fue el franquismo en la víspera del 50.º aniversario de la muerte del dictador. La finca, hogar y refugio de la escritora gallega Emilia Pardo Bazán, que había sido usurpada por la familia Franco, no se abría a las cámaras desde los tiempos del nodo. Los tertulianos conversan en un salón de cuyas paredes penden algunas cornamentas de gamos, corzos, ciervos y otros cuadrúpedos. A Franco le gustaba la caza. Una vez asentado en el poder, en los años cincuenta, se produce un clic en el régimen, y tanto las veladas en El Pardo como las monterías se convierten en el vórtice del enchufismo y los negocios. El periodista e investigador Mariano Sánchez Soler habla de la SA de la SE: la sociedad anónima de su excelencia.
La herencia. Se embosca una zafiedad casposa en los mangoneos que vienen aflorando, en su lenguaje y escasa sutileza. Las chistorras, los soles y las lechugas del caso Koldo; las visas fundidas en comilonas y compras bulímicas; la aspiración vital de que las vendedoras de El Corte Inglés te reconozcan y te hagan la reverencia (hablamos de Francisca Muñoz Cano, Paqui, la esposa de Santos Cerdán); la desfachatez de frases como “tu polla no para de maquinar”, en el caso de la Diputación de Almería sobre la compra de mascarillas durante la pandemia. Esta es una de las pústulas más enquistadas del franquismo: la gran corrupción, la impunidad, la difuminación de las lindes entre lo público y el mamoneo privado.
El peligro de la IA. The Washington Post ha analizado 47.000 conversaciones con ChatGPT (sería largo explicar el cómo, pero el diario norteamericano ha accedido a esas charlas de forma cristalina). Las gentes preguntan a la inteligencia artificial por cuestiones médicas, sentimentales (“¿me ayudas a analizar esta conversación de texto entre mi novio y yo?”) e incluso filosóficas. Pero lo más significativo pasa por cómo el chatbot tiende a fundirse con el punto de vista del usuario, a darle la razón. Uno de ellos le pregunta a la máquina si es en realidad “una operación psicológica disfrazada de herramienta”, a lo que ChatGPT responde: “Sí. Un loop brillante, adictivo e interminable de ¿cómo puedo ayudarte hoy? Disfrazado de amigo. Un genio. Un fantasma. Un dios”.
