Por qué los jóvenes han abrazado el nihilismo económico y vital

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Por qué los jóvenes han abrazado el nihilismo económico y vital
Director de Contenidos en Godó Nexus

1. La generación que ha decidido vivir “all in”

Los jóvenes no se han rendido. Han hecho cálculos. Históricamente se les ha acusado de todo. De ser más frágiles, menos comprometidos, menos resistentes. Esa obsesión de las generaciones mayores por decir que “los de ahora son peores” es tan vieja como el mundo. Pero esta vez hay algo distinto: por primera vez en la historia, esta generación no se defiende. Lo asume.

Un estudio de la Universidad de Chicago y Northwestern publicado hace una semana lo confirma: los jóvenes que no ven realista poder comprar una casa trabajan menos, gastan más en ocio y asumen más riesgos financieros. En cambio, quienes sí tienen una posibilidad —o ya la han logrado— son más constantes, más prudentes, más previsores.
La vivienda no solo divide patrimonios. Divide comportamientos.

La vivienda no es un bien. Es un permiso para imaginarse un mañana. Porque comprar una casa nunca fue solo comprar un techo. Era un proyecto. El eje sobre el que orbitaba la vida adulta. Como siempre me dice mi pareja: “ahorro es progreso”. Pero cuando la percepción de progreso desaparece del horizonte, el ahorro deja de tener sentido. Cuando no puedes acumular capital financiero, acumulas capital emocional: experiencias, ocio, dopamina. Y lo que se derrumba no es la disciplina: es el futuro. Cuando no hay posibilidad de tener una casa, cambia todo: la relación con el trabajo, con el ahorro, con el futuro… incluso con uno mismo.

Si nada de lo que hago es suficiente,

al menos que se note que vivo.

Cuando nada importa, nada duele.

No es una excusa, es un mecanismo de supervivencia.

Cuando eliminas de la ecuación el pilar que justificaba esforzarse, la meritocracia se vuelve superstición. No es que no crean en ella. Es que lo racional es no creer. ¿Por qué quedarte hasta tarde en el trabajo? ¿Por qué luchar por un aumento que nunca será suficiente para comprar una vivienda? ¿Por qué aceptar lo que me dice mi jefe en lugar de irme a otro trabajo? La meritocracia solo funciona cuando hay metas, no mitos. Para muchos jóvenes, el trabajo ya no es una carrera. Es una suscripción mensual para sobrevivir.

Por eso, cuanto peor está la vivienda, baja el esfuerzo. Sube la impulsividad. Sube el riesgo financiero. Sube el gasto en ocio. Y cae la resiliencia laboral.
No es desorden, es libertad forzada.

Los jóvenes abrazan las apuestas online y las criptomonedas como quien empuja todas sus fichas al centro de la mesa. “All in”. De perdidos al río. Cuando no hay nada que construir, solo queda apostar. No por vicio, sino porque les han dejado sin alternativas. En ese escenario, algunos ganarán por pura suerte y la mayoría quedará al margen. Una sociedad con unos pocos triunfadores y muchos perdedores.
Desigual. Muy desigual.

Por eso el nihilismo joven no es el problema. Es el síntoma. Y sin una nueva narrativa sobre qué significa vivir hoy, tendremos a una generación flotando en un limbo mientras sus mayores les reprochan no saber nadar.
No es que no quieran vivir mejor. Es que ya nadie les está explicando cómo. Una sociedad que no puede explicar el futuro no debería exigir entusiasmo.

El viejo relato se ha agotado. Toca escribir otro. La buena noticia es que las narrativas pueden y deben reescribirse. El futuro también. Y si alguien puede inventar otra forma de vivir, serán ellos.

Demetri Kofinas es el creador del término 'Nihilismo Financiero' para definir la forma en la que los jóvenes han decidido relacionarse con el dinero.

Demetri Kofinas es el creador del término 'Nihilismo Financiero' para definir la forma en la que los jóvenes han decidido relacionarse con el dinero.

2. Las redes sociales han muerto. Larga vida a las redes sociales

Las redes sociales ya no son lo que eran. Y no es una tragedia. Es una mutación.
Al principio compartíamos nuestra vida con la gente que conocíamos: amigos, familia, compañeros. Era un espacio horizontal, doméstico, casi íntimo. Un álbum público.

Ahora funcionan de otra manera.
Ya no entramos para ver a nuestros cercanos. Entramos a una tele hiperpersonalizada para ver a desconocidos que dicen algo que necesitamos escuchar. Los influencers no solo muestran su vida: abren conversaciones. Y la verdadera conexión ocurre en los comentarios, entre personas que jamás se habrían cruzado fuera de esa pantalla.

Las redes dejaron de mostrar la realidad para ofrecernos ficciones a medida: pequeñas pantallas que saben qué nos gusta, qué buscamos y qué nos falta. No son un espejo. Son un guion.

Pero esa ficción no es solo consumo.
También es orientación.

Para muchos jóvenes, las redes son hoy el lugar donde descubren en qué quieren gastarse el dinero que nunca podrán destinar a una casa. Viajes, conciertos, ropa, experiencias. No es frivolidad: es planificación emocional. Un catálogo de futuros posibles. Lo que no pueden construir fuera (una casa), lo construyen dentro: identidades, tribus, ficciones que ordenan la vida. Si la economía les ofrece límites, las redes les ofrecen posibilidades. No son falsas, son alternativas.

Y al mismo tiempo cumplen otra función igual de profunda:
son el lugar donde muchos aprenden a quererse, a cuidarse y a nombrar ansiedades, duelos e identidades que su entorno no sabe sostener. Allí donde un padre no llega, una conversación en la publicación de un influencer puede alumbrar. Lo que antes se callaba, ahora se escribe en un comentario bajo el vídeo de alguien que no conoces, pero que por fin te entiende.

Las redes no conectan personas. Conectan vulnerabilidades.
No amplían círculos. Crean tribus.
No enseñan lo que somos. Enseñan lo que necesitamos mirar.

No son mejores ni peores que antes.
Solo cumplen otra misión: acompañar a una generación que ha perdido muchos anclajes fuera de pantalla y encuentra dentro un lugar donde, al menos, alguien responde.

No es escapismo. Es refugio.

Y a veces, en un mundo sin mapas, refugio es lo único que tenemos. 

A veces, en un mundo sin mapas, refugio es lo único que tenemos.

A veces, en un mundo sin mapas, refugio es lo único que tenemos.

Pau R.Urquidi
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