Después de la Revolución Francesa, se intentó uno de los mayores asaltos en Occidente contra el tradicional dominio del tiempo por parte del cristianismo. El ritmo de las semanas, de los meses, de los años, de la vida al fin y al cabo, se inscribe aún hoy en una pauta religiosa con Jesús como clave. Para adueñarse del gran castillo de la temporalidad, los revolucionarios de la Convención gala crearon un calendario republicano en que todo empezaba de cero y en que, por cierto, los nombres de los meses eran muy poéticos (brumario, germinal, nivoso, floreal, termidor…). Pero fallaron. Y este lunes, a pesar del laicismo actual, estamos celebrando un festivo religioso. ¿Tiene esto sentido? ¿Se trata sencillamente del peso de la tradición? ¿Qué significa la fiesta de hoy?
Mucha gente piensa que los católicos celebran, en el día de la Purísima, una acrobacia ginecológica que habría permitido a María concebir y dar a luz a su hijo Jesús sin merma de su virginidad. Es cierto que los cristianos creen que la concepción de Cristo fue obra del Espíritu Santo, pero el dogma que hoy se festeja va mucho más allá: asevera que María es, para el catolicismo, una persona extraordinaria porque, por gracia divina, no la acompañaron esas sombras privadas con las que todos intimamos y que la Iglesia llama “pecado original”. Ella, plenamente humana y además de origen humilde, fue concebida, nació, vivió y murió sin la tiniebla propia de nuestra condición. En cierto sentido, estamos celebrando una fiesta de afirmación de lo femenino, recordando a alguien que, siendo
mujer, existió como pura luz de bondad. De algún modo se está rindiendo homenaje a todas las mujeres, a través de María de Nazaret.
De hecho, los Evangelios conceden a las mujeres un relieve sorprendente: ellas dialogan con Jesús con total libertad, intervienen en varios momentos decisivos con gran autonomía y una de ellas, María Magdalena, fue el primer testigo de la resurrección de Cristo. Este sesgo femenino del cristianismo resultaba incómodo en una sociedad israelita por aquel entonces bastante machista. En los textos evangélicos participan más mujeres que en los Diálogos de Platón, en las Analectas de Confucio y en las suras del Corán. No es una casualidad que, en Occidente, zona cultural marcada por el cristianismo, el género femenino haya cobrado un relieve incomparable, ocupando todo tipo de posiciones. Las grandes santas cristianas tienen algo de eficaces profesionales de la fe, relacionables con todas las mujeres posteriores que han sido capaces de afirmarse en los más diversos terrenos.
De algún modo hoy se está rindiendo homenaje a todas las mujeres, a través de María de Nazaret
Si la fiesta de la Purísima sigue viva en una sociedad laica, es porque se relaciona con algo fundamental para nosotros: el valor de la mujer. Y lo mismo pasa con las demás conmemoraciones religiosas. Se acercan las Navidades, en que lo humano y lo divino se aúnan en la figura del Niño Jesús. Porque Dios se entrega a la humanidad en la forma entrañable de un bebé, las fiestas navideñas están marcadas por la idea de ofrecer cosas: de ofrecerse uno mismo en esos regalos. Todo en clave infantil, glosando el mote de la niñez de Cristo. Por otra parte, se trata de una hermosa fiesta de lo imposible y, en realidad, solo somos felices cuando lo que parece inalcanzable forma parte de nuestro horizonte.
En efecto, esa misma Revolución Francesa, que en sus horas más radicales intentó borrar en el firmamento de la historia la galaxia de la temporalidad cristiana, arrancó con un conocido lema – “libertad, igualdad, fraternidad”– que es un buen resumen de principios evangélicos fundamentales. Lo ha demostrado el filósofo catalán Pere Lluís Font y lo sabe el que haya leído el Nuevo Testamento. De manera que el ADN de la izquierda es, en gran parte, cristiano. Y ahora que esa izquierda se desdibuja y renquea, se verifican varios regresos a sus orígenes espirituales. El texto más apasionado de la actualidad sobre la defensa de los pobres, de los humillados y ofendidos de este mundo, lo firma, quién diría, el papa León XIV: se trata de la exhortación apostólica Dilexi te (Te he amado). Otro dato interesante: la izquierda radical portuguesa, el Bloco, en horas bajas electorales, acaba de elegir como nuevo líder a un católico, José Manuel Pureza.
Incluso la agresividad antirreligiosa forma parte del sistema cristiano: Jesús respetaba la disensión, dialogaba con ella. Hay, en la cultura del cristianismo verdadero (no en sus falsificaciones autoritarias, que han sido muchas), un gran espacio para el no. Es un derecho que todos tienen porque, como hemos visto, la libertad resulta un valor insoslayable que hemos recibido de esta fuente espiritual. En un universo cristiano de verdad, el que no cree o el que rechaza de plano tus creencias sigue siendo un hermano que recorre su propio camino. Seamos claros: todos sabemos que, desde el cristianismo, se han cometido crímenes espantosos, pero hoy en día se suele olvidar e incluso ocultar que, igualmente, muchos de nuestros valores más hermosos tienen su origen en esta matriz cultural. En realidad, a la hora de las celebraciones, queda claro, con los festivos religiosos, que en el fondo reconocemos esta aportación de nuestra espiritualidad. Olvidar el cristianismo, tacharlo a conciencia, es al fin y al cabo perder perspectiva histórica y debilitar principios básicos de nuestra sociedad. Principios que están vivos y que no son una rémora del pasado, sino, más bien, puntales de un futuro mejor y más justo para todos.
