Cada día estoy más seguro: lo mejor de la vejez es su ilimitada libertad. Quienes ya estamos jubilados, no pertenecemos a ningún partido político, gozamos de una economía suficiente y estamos adecuadamente preparados, tenemos opiniones sensatas, pero, sobre todo, llenas de libertad. Por eso, no entiendo por qué no se nos escucha con más frecuencia. Cada vez que hablo de esto, viene a mi memoria el frío del invierno de 1957 en Barcelona. Siendo yo un universitario revolucionario, uno de esos días en la comisaría de Via Laietana, a la pregunta de qué pensaba sobre el régimen de Franco, contesté que me parecía excelente. Lo dije mirando fijamente la pistola que, dentro de su cartuchera, reposaba en el pecho del policía que me interrogaba. En aquellas condiciones, la libertad no existía.
Ahora, con la experiencia de los años y sin pistolas delante, podemos decir sin miedo a equivocarnos verdades como estas: Trump es un presidente incompetente y peligroso; el secretario de la OTAN es un paradigma de hipocresía;
el culebrón Montoro no
ha hecho más que empe-zar y deparará sorpresas, y Puigdemont es un personaje que lo único que sabe hacer es salvar su pellejo.
Jordi Querol
Suscriptor Barcelona