Hay quienes, sin mala intención, proyectan sus expectativas sobre otros. Lo hacen en silencio, convencidos de que el otro sabrá cómo actuar. Cuando no ocurre, aparece la decepción. Pero qué injusto es eso. Nadie vino a cumplir guiones ajenos. Cada uno actúa desde su historia y su verdad. A mis alumnos les digo: para exigir, antes hay que ponerse en los zapatos del otro. Pero nadie va prestando los suyos, cada cual lleva los que le encajan, con su talla, estilo y desgaste.
Lo decía san Agustín: el deseo de moldear al otro nace de la soberbia, de creer que tenemos derecho a dirigir lo ajeno. Si alguien no actuó como esperabas, no fue para herirte. Fue, sencillamente, humano y, por lo tanto, complejo e imperfecto.
Marta Blasco Calvo
Igualada