Al llegar al aeropuerto de El Prat para tomar un vuelo a las seis menos diez de la mañana me encontré, hace unos días, una cola en el control de seguridad inimaginable. Las puertas automáticas de acceso estaban cerradas por exceso de pasajeros al otro lado (donde empiezan las catenarias) y el equipo de seguridad gritaba, de muy malos modos, que nadie se moviera. Se trataba del primer vuelo del día, en que al caos se sumaron los nervios de los pasajeros que no recibían respuesta porque el personal no hablaba su idioma.
Al pasar las puertas automáticas aún me sorprendió más la apatía de los guardas y de los ayudantes de seguridad. Seguramente es por falta de formación y de compensación económica, que no es equiparable al papel que desempeñan: la seguridad de todos. Lo más preocupante es que si el aeropuerto crece y no se modifica el sistema, en lugar de convertirnos en un referente mundial pasaremos a ser el hazmerreír aeroportuario. No sé si estaremos preparados.
Miguel Herrera-Lasso Regás
Barcelona