Con la fotografía analógica, en lugar de acumular miles de fotos o borrarlas, cada disparo cuenta. Es parte de un proceso único: cargar el carrete, encuadrar con precisión y esperar con paciencia al revelado. Al fin y al cabo, recuperar este gesto va más allá de la fotografía. Es casi un acto de rebelión frente a la inmediatez y la saturación digital, una manera de aprender a vivir el momento con más presencia y de buscar experiencias más auténticas.
Alejandra Ibáñez
Barcelona
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