* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Unos días en Viena y puedo constatar que es una ciudad para recorrer tranquilamente. Para The Economist ha estado por segundo año consecutivo en la lista de las capitales con más calidad de vida. También se van implementando zonas de bajas emisiones donde se restringe la circulación de vehículos más contaminantes y se busca mejorar la calidad del aire.

Parlamento de Viena.
Hasta nos ha regalado unas temperaturas fresquitas, combinando ratos de sol y de lluvia, que no impiden, en absoluto, seguir descubriendo la capital de la música.

Columna de la Santísima Trinidad.
Por cierto, un día fuimos a la universidad donde casi 4000 alumnos cursan esta disciplina. Aunque no vimos todos los edificios, nos enseñaron las dos salas de conciertos, una de ellas con unas vistas preciosas al Palacio Belvedere.

Palacio Belvedere en Viena.
Anteriormente, habíamos recorrido una parte de esta pinacoteca para ver cuadros del pintor Gustav Klimt, admirando una de las obras más emblemáticas de esta artista: El Beso. Entre el Alto y Bajo Belvedere hay una colección de 24 de sus pinturas. Además, nos relajamos contemplando las bonitas fuentes de sus jardines, donde destacan figuras alegóricas que dan esplendor al conjunto palaciego.

Ópera de Viena.
En días anteriores, estuvimos en el Hofburg, un fastuoso palacio en pleno centro histórico. Allí nuestras doceañeras se sintieron interesadas por la vida de Sissi y su marido Francisco José, del Imperio austrohúngaro. Además, recorrimos los aposentos privados y las fabulosas dependencias oficiales de la antigua familia imperial, al tiempo que íbamos descubriendo algunas de las colecciones que alberga.

Palacio Hofburg en Viena.
Otra joya arquitectónica es el Museo de Historia Natural, un lugar ideal para observar la diversidad de la naturaleza y viajar a través de la historia de nuestro planeta. Una de nuestras acompañantes se fijó en la Venus de Willendorf (la había trabajado en clase), una estatuilla de la fertilidad que tiene más de 24.000 años y es de un valor histórico incalculable.

Catedral de Viena.
Si hay algo que merece la pena destacar, sobre todo yendo con jóvenes, es el Prater, el parque de atracciones más antiguo del mundo. Durante siglos fue utilizado como coto imperial de caza hasta que, en 1766, fue abierto al público. Hay más de 200 atracciones diferentes envueltas en un aire antiguo y con encanto, aunque la noria gigante es uno de los emblemas de la ciudad.
Abadía benedictina de Melk
Dentro de nuestras prioridades teníamos la visita a la abadía benedictina de Melk, en la baja Austria. Se trata de un monasterio de reconocido prestigio en todo el mundo. Este edificio vigila el Danubio desde un promontorio de rocas.
Nos parecieron majestuosas y dignas de admiración la biblioteca, una de las más completas de Europa, y la iglesia. Únicamente vimos un monje, de los 24 que viven aquí. Tuvimos suerte de escuchar una coral que, al lado de un suntuoso órgano, estaba ensayando para una boda que se iba a celebrar. Si volvemos a Viena, seguro que estará en nuestra lista de prioridades una nueva visita a este complejo monumental.

Abadía de Melk.
Uno de los sitios más frecuentados en esta ciudad es el palacio de verano de la familia imperial, el Schönbrunn, de fácil acceso con tranvía. Aunque en esta ocasión no visitamos las estancias, contemplamos el magnífico edificio rococó y paseamos por sus jardines. Nuestras chicas se divirtieron mucho recorriendo un laberinto ubicado dentro del extenso parque del palacio.
Como compensación a nuestra abnegada caminata de ratos de sol y alguna sombra, elegimos para comer el barrio de Grinzing, a pocos kilómetros del centro de Viena. Aparte de sus tabernas, resulta gratificante pasear por sus calles con casas de colores y ventanas adornadas con flores. He leído que el gran compositor Shubert sentía debilidad por este lugar.

Ayuntamiento de Viena.
Viena ha sido también para nosotros gastronomía, degustando sus exquisitas tartas en dos de las cafeterías más emblemáticas: la Demel y el Café Central. Dejamos esta metrópoli, después de diez días, quedándonos con un buen sabor de boca.

Iglesia de San Pedro en Viena.
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