* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Después de unas merecidas vacaciones parece que todo vuelve a la normalidad y mi mente me pide que retome la escritura para seguir profundizando en experiencias y emociones que normalmente constituyen un acto importante de liberación y puede ser un proceso terapéutico y sanador.
En esta ocasión, no dejo de preguntarme por qué un gran número de personas mueren de hambre en la Franja de Gaza tras casi dos años de guerra. La situación de abastecimiento se considera dramática. Muchas personas pasan hambre y, a menudo, carecen de los productos más básicos. He leído que las 25 panaderías que quedaban tuvieron que cerrar a principios de abril. Muchos comedores comunitarios se han quedado sin suministros. Casi una de cada tres personas no puede comer durante días; sólo la ayuda alimentaria es la única forma de conseguir algo que llevarse a la boca.
Mientras tanto, por mi mente pasan ideas como la complejidad humana. La historia es un escenario donde se junta la aspiración de las personas por ser honradas y la inclinación hacia la destrucción.
Me llegan a la cabeza postulados como el de Jean-Jacques Rousseau, quien afirmó: “El hombre es bueno por naturaleza”. A esta idea se opone la teoría esgrimida por Thomas Hobbes: “El hombre es malo por naturaleza”. Este último sostenía que el hombre era un depredador, “un lobo para el hombre”. Ante esta dicotomía es difícil saber dónde nos encontramos los humanos.
En gran parte del mundo hay conflictos que levantan barreras, creándose un ambiente de hostilidad. Las conversaciones se vuelven difíciles y deja de haber comunicación. Llegando a este punto, cada uno protege sus intereses en lugar de colaborar para alcanzar objetivos comunes.
En gran parte del mundo hay conflictos que levantan barreras, creándose un ambiente de hostilidad
Me aterroriza pensar en los malos momentos que hoy en día atraviesa la política y las instituciones relacionadas con esta. Las personas que deben de solucionar las dificultades de los ciudadanos son parte del problema y no la solución. Esto me obliga a plantearme si realmente existe una democracia. La visión general es de desconfianza y cuesta encontrar signos para la esperanza. Todo es incertidumbre, complejidad y ambigüedad.
Me sirve de consuelo releer algunas cartas del maestro Antonio Machado. En una de ellas, dirigida a Ortega y Gasset, señala: “Barrer de la arena política a una pandilla de políticos ineptos e inmorales sería siempre una obra santa que debe aconsejarse al pueblo”.
Además de Machado, muchos otros escritores y pensadores nos recuerdan la importancia de la concordia, la justicia y la no violencia como valores fundamentales para construir un mundo mejor. Su legado nos pude servir como inspiración para todos los que buscamos un mundo más pacífico y equitativo.
Acabo con el deseo vehemente de que la paz pueda lograrse, porque, “a pesar de los pesares”, como diría José Agustín Goytisolo, quiero creer que ese deseo pacifista está inscrito en el corazón del hombre.
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