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Oda al señor Otoño

La Mirada del Lector

Esperamos deseosos aquella época otoñal, ahora escondida entre los rigores del verano y un invierno cálido

Árbol vestido de otoño en Palafrugell.

Miquel Galceran

* Los autores forman parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia

Otro día más en el que las temperaturas suben de nuevo, atrapados en un estío con olas de calor que cada año se van sucediendo con mayor frecuencia. Mientras, espero deseosa ese otoño que viví de niña, pero que ahora se esconde entre los rigores del verano y un invierno más cálido con sus consiguientes consecuencias.

Gracias a este poema de María Elena Walsh, he podido abrazar esta estación dorada con unos versos que capturan la esencia del otoño en una hermosa personificación. 

Mis recuerdos de niña afloran con una lírica más cercana al mundo infantil, y me ayudan a contactar con la naturaleza a través de un paseo por un paisaje cambiante. Percibo esa paleta de colores que se adueña del mismo en un espectáculo visual.

Como en la poesía de Gloria Fuertes, identifico en El señor del otoño un carácter marcadamente oral, de gran ternura e ingenio, capaz de cautivar a grandes y pequeños. 

Su lenguaje me parece sencillo y directo, pudiendo conectar perfectamente a través de sus palabras con esa naturaleza que transmite emociones y despierta mi sensibilidad en cada verso. 

Me hace valorar la belleza efímera de las cosas y, al igual que cuando las hojas dejan desnudos a los árboles para permitir cambios, me anima a encontrar la calma y la serenidad en medio de ellos y empezar de nuevo.

María Elena Walsh

El señor otoño

Hojas otoñales en Palafrugell.

Miquel Galceran

En una oxidada cafetera

ha llegado un señor,

un señor de galera

en una cafetera Ford.

Con peluca de fideo fino,

guantes patito, traje de papel,

va dejando por todo el camino

una luz parecida a la miel.

Dicen que el señor es peluquero

y también es pintor

y que tira el dinero

porque es muy despilfarrador.

El señor se para en una esquina

y del bolsillo de su pantalón

saca banderitas de neblina

y un incendio color de limón.

Con sus tijeritas amarillas

pasa por el jardín:

le cortó las patillas

y los bigotes al jazmín.

A los arbolitos de la plaza

un sobretodo de oro les compró,

y pintó la tarde con mostaza

aunque el sol le decía que no.

Dicen que el señor tiene en el cielo

un enorme taller

donde hará caramelos

de azúcar del atardecer.

Canta dulcemente con sordina

y se pasea como un inspector.

Prueba la primera mandarina

y se lleva la última flor.

Árbol otoñal, en Palafrugell.

Miquel Galceran
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