* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
¿Cuántas veces has abierto el portátil decidido a terminar un informe… y has acabado revisando correos antiguos o mirando vídeos en redes sociales? ¿Cuántas veces te has dicho “mañana empiezo” mientras la lista de tareas sigue creciendo? Eso es procrastinar. Y aunque solemos llamarlo pereza, la ciencia nos lo explica de otra manera.
La procrastinación es un fenómeno universal: se calcula que entre un 15 y un 20 % de la población la presenta. No hablamos de aplazar tareas tediosas de vez en cuando, sino de postergar de forma sistemática tareas importantes en favor de otras más fáciles o gratificantes a corto plazo. El problema es que no depende tanto de la fuerza de voluntad sino de cómo funciona nuestro cerebro.
Diversos estudios en neurociencia han mostrado que procrastinar está ligado a un desajuste entre dos regiones clave: la corteza prefrontal, encargada de planificar y mantener el control, y el sistema límbico, más impulsivo y orientado a la recompensa inmediata. Cuando el sistema de recompensa pesa más que la capacidad de autocontrol, el resultado es sencillo: dejamos para mañana lo que incomoda hacer hoy.
Este fenómeno se observa con claridad en personas con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). En ellas, la regulación de la dopamina y la noradrenalina—neurotransmisores relacionados con la atención y la motivación— presenta una alteración que hace que requieran de estímulos más intensos para elevar su concentración a niveles óptimos para lograr la motivación y atención suficientes como para realizar una tarea. Sobretodo cuando se trata de tareas abstractas o que no ofrecen una recompensa inmediata. Dicho de otra forma, estos pacientes necesitan estímulos más intensos para “activar” la concentración y ponerse en marcha.
Cuando el sistema de recompensa pesa más que el autocontrol, dejamos para mañana lo que incomoda hacer hoy
No se trata de falta de interés ni de incapacidad, sino de un patrón bioquímico que lleva a procrastinar una y otra vez, hasta que la presión, como puede ser una fecha límite, elevan el estrés, y con ello los niveles de dopamina y noradrenalina, momento en el que, finalmente, la atención y la motivación aparecen in extremis.
La paradoja es que procrastinar genera alivio inmediato, pero también un coste alto: más estrés, más culpa y menos productividad. Es un círculo vicioso. Y salir de él requiere algo más que decirse “mañana sí lo haré”.

La pereza de hacer cosas que no queremos hacer.
Aquí es donde entra la estrategia. Dividir las tareas en pasos concretos, crear contextos libres de distracciones y encontrar formas de activar la motivación en lo cotidiano, son técnicas con base científica que funcionan . No son “trucos” de autoayuda, sino formas prácticas de entrenar la atención y dirigirla hacia lo que de verdad importa.
Este fenómeno se observa con claridad en personas con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH)
Al entender la procrastinación como un patrón entrenable —y no como un defecto moral— cambiamos el enfoque. No se trata de culparnos, sino de reconocer que nuestro cerebro juega con reglas que, si no conocemos, a veces nos sabotean.
En definitiva, la procrastinación no es pereza. Y la buena noticia es que, con las herramientas adecuadas, se puede pasar de la parálisis a la acción. No de golpe, sino a base de pasos pequeños pero sostenidos. Porque al final, como en tantas cosas de la vida, lo difícil no es empezar mañana: es empezar hoy.
* El Dr. Jordi Risco es psiquiatra psicoterapeuta
¿Quieres saber más?Bibliografía de interés
1Steel, P. (2007). The nature of procrastination: A meta-analytic and theoretical review of quintessential self-regulatory failure. Psychological Bulletin, 133(1), 65–94.
2Sirois, F., & Pychyl, T. (2013). Procrastination and the priority of short-term mood regulation: Consequences for future self. Social and Personality Psychology Compass, 7(2), 115–127.
3Duckworth, A., & Gross, J. (2014). Self-control and grit: Related but separable determinants of success. Current Directions in Psychological Science, 23(5), 319–325.
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