* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
En un mundo cada vez más dominado por la tecnología, la inmediatez y la información superficial, el papel de las artes en la educación adquiere una importancia vital. Entre todas las formas artísticas, el teatro y el cine destacan por su enorme capacidad para reflejar la realidad, despertar emociones y fomentar el pensamiento crítico. Por ello, deberían ocupar un lugar permanente dentro de las aulas, no como simples actividades extracurriculares, sino como parte fundamental del proceso educativo.
El teatro, desde sus orígenes en la antigua Grecia, ha sido una herramienta para comprender la condición humana. Al representar diferentes personajes y situaciones, los estudiantes aprenden a ponerse en el lugar del otro, desarrollando empatía, comunicación y trabajo en equipo.
Actuar implica escuchar, observar y respetar los turnos del diálogo, habilidades que también resultan esenciales fuera del escenario. Además, el teatro favorece la autoestima y la seguridad personal, ya que anima a los jóvenes a expresarse frente a sus compañeros y a vencer el miedo al error o al juicio ajeno. En un contexto educativo, estas experiencias ayudan a formar personas más seguras, sensibles y capaces de expresarse con claridad y emoción.
Actuar implica escuchar, observar y respetar los turnos del diálogo, habilidades esenciales fuera del escenario
Por su parte, el cine es una de las artes más completas del siglo XX y XXI, porque combina literatura, imagen, sonido, música y tecnología. Enseñar cine en las aulas permite acercar a los estudiantes al lenguaje audiovisual que domina nuestra sociedad contemporánea.
Aprender a leer y crear imágenes en movimiento no solo estimula la creatividad, sino que también desarrolla el pensamiento crítico y la alfabetización mediática: los alumnos aprenden a distinguir entre información, manipulación y expresión artística. Además, el proceso de producir un corto o analizar una película fomenta la colaboración, la organización de ideas y el uso responsable de la tecnología.
Jóvenes participando en el taller 'Del aula al cine'.
Más allá de su valor artístico, el teatro y el cine contribuyen al desarrollo integral del ser humano. Ambas disciplinas trabajan la mente y el cuerpo, las emociones y la razón. Permiten abordar temas sociales, históricos o éticos desde una perspectiva vivencial, haciendo que el aprendizaje sea más significativo. Un estudiante que interpreta una escena sobre la injusticia social o analiza una película sobre la guerra no solo memoriza datos, sino que comprende y siente los problemas del mundo de manera profunda.
Enseñar cine en las aulas permite acercar a los estudiantes al lenguaje audiovisual
Incluir teatro y cine en la educación también ofrece una alternativa a los métodos tradicionales de enseñanza. En lugar de limitarse a la memorización y la repetición, estas artes promueven el aprendizaje activo, el diálogo, la improvisación y la creación colectiva.
El aula se transforma en un espacio de encuentro, de experimentación y de libertad y los estudiantes aprenden no solo a ser buenos profesionales, sino también buenos seres humanos, capaces de convivir, de dialogar y de imaginar un mundo mejor.
En definitiva, enseñar teatro y cine en las aulas no es un lujo ni una pérdida de tiempo. Es una necesidad educativa y social. A través de estas disciplinas, la escuela puede recuperar su función más noble: la de formar ciudadanos críticos, sensibles y creativos.
El teatro y el cine no solo enseñan a mirar el mundo, sino también a transformarlo. Y en una época en la que la empatía y la imaginación parecen escasear, su presencia en la educación es más urgente que nunca.
* Màrius Folch es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Teacher of Spanish (ESO and Baccalaureate). Socrates Educa International School
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