* La autora forma parte de la comunidad de lectores de Guyana Guardian
No es que “seas así”: tu forma de amar la aprendiste mucho antes de estar con tu primera pareja. Lo que aprendiste de tus padres sobre seguridad emocional se cuela, sin que lo notes, en cómo discutes, pides cariño o gestionas la distancia en pareja. Pero ese guion se puede reescribir.
El primer mapa del amor
El vínculo con nuestros padres o cuidadores no solo marca la infancia: también deja una huella profunda en la manera en que amamos, pedimos ayuda o reaccionamos al conflicto.
Cuando un bebé aprende que su llanto es atendido y su miedo calmado, construye un modelo interno que le dice: “el mundo es seguro, puedo confiar”. Pero si la respuesta fue inconsistente, distante o imprevisible, el cuerpo aprende a sobrevivir de otra forma: buscando aprobación constante o cerrándose para no sufrir.
Esa huella —conocida como estilo de apego— no se queda en la cuna. Se traslada, años después, a la pareja o los vínculos de amistad: en cómo pedimos cariño, en el miedo al abandono o en la tendencia a alejarnos cuando sentimos demasiada cercanía.
Lo que la ciencia cuenta
Estudios recientes confirman que el apego infantil y el adulto no son dos historias separadas, sino un mismo hilo que continúa. Investigaciones de 2024 publicadas en Frontiers in Psychology muestran que las personas con un apego ansioso o evitativo tienen mayor probabilidad de vivir relaciones más inestables o marcadas por la inseguridad emocional.
El problema es cómo regula el cuerpo las emociones. Quienes crecieron con disponibilidad emocional aprendieron a calmarse en contacto con otro y aprendieron recursos para calmarse a sí mismos; quienes no la tuvieron, o no aprendieron a hacerlo o las estrategias que encontraron fueron disfuncionales (distancia emocional, disociación, adicciones, etc…)
Estudios confirman que el apego infantil y el adulto no son dos historias separadas, sino un mismo hilo que continúa
También se ha comprobado que el apoyo social funciona como un amortiguador del trauma: en mujeres que han sufrido agresiones sexuales, por ejemplo, el estilo de apego adulto influye directamente en la capacidad de pedir ayuda y recuperarse. Es decir: no solo importa lo que ocurrió, sino cómo aprendimos a vincularnos después del daño.
La danza de los miedos
En consulta, muchos pacientes descubren que sus patrones amorosos no nacen de la pareja actual, sino del guion emocional aprendido en casa.
Las personas que tienen apego ansioso suelen vivir con miedo al abandono. Ante cualquier silencio o distancia, sienten que algo va mal y buscan fusión emocional. Las personas que tienen apego evitativo, en cambio, se sienten abrumadas por la intimidad: cuando alguien se acerca demasiado, se alejan para poder respirar.
Cuando ambos estilos se encuentran, uno persigue y el otro huye, se crea una “danza ansioso-evitativa”: el miedo de uno activa el del otro, reforzando el ciclo. No somos nuestro estilo de apego: somos lo que hacemos cuando sentimos miedo.
Una de las conclusiones más esperanzadoras de la investigación actual es que el apego no es algo definitivo. Es un patrón aprendido, y como todo lo aprendido, puede modificarse.
No somos nuestro estilo de apego: somos lo que hacemos cuando sentimos miedo
Programas internacionales de parentalidad impulsados por la OMS han demostrado que mejorar la sensibilidad emocional de los cuidadores reduce el riesgo de trauma en la infancia. Y, a su vez, los estudios clínicos muestran que en adultos, trabajar el apego en terapia mejora las relaciones de pareja, la regulación emocional, la confianza y la autoestima.
Reescribir el guion no es borrar el pasado, sino aprender nuevas formas de calmar el miedo, de pedir sin exigir y de estar sin huir.
Declaración de amor en un árbol.
Lo que puedes empezar a hacer
- Habla del patrón, no del culpable. En vez de “siempre te alejas”, prueba con “cuando siento distancia, me cuesta no sentir miedo”. Cambiar la mirada del otro al vínculo.
- Practica pequeños rituales de conexión. Un gesto, una frase o unos segundos de contacto físico diarios son pequeñas dosis de seguridad.
- Aprende el idioma del otro. Las personas que tienen un apego evitativo necesitan un espacio claro; las personas que tienen un apego ansioso, necesitan señales explícitas de presencia.
- No temas pedir ayuda profesional. La terapia que trabaja el trauma y el apego no busca “cambiarte”, sino enseñarte a sentirte seguro con otro ser humano.
Lo que heredas sin darte cuenta
El trauma y el apego también se transmiten entre generaciones. Padres que crecieron sin contención emocional pueden, sin querer, repetir ese patrón con sus hijos. Pero cuando una generación trabaja en su historia —en terapia, en la pareja o en la crianza— interrumpe el ciclo. No heredamos solo rasgos físicos, heredamos la forma en la que aprendimos a amar y vincularnos.
Heredamos la forma en la que aprendimos a amar y vincularnos.
El amor como práctica de seguridad
Amar bien no es no discutir, sino poder discutir sin miedo. Poder decir “me dolió” y saber que no habrá castigo. Por eso, más allá de la química o la compatibilidad, las relaciones sanas se construyen sobre lo mismo que necesitábamos de niños: presencia, coherencia, seguridad y reparación. Porque al final, el amor adulto es el lugar donde el apego puede sanar.
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