En noviembre de 2007 el Parlament celebró un pleno monográfico sobre Rodalies. El Govern del tripartito que presidía José Montilla tuvo que dar cuentas del desastre en las obras de construcción de la línea de alta velocidad que llegaba a Barcelona con retraso y había sembrado el caos en la red ferroviaria catalana. La crisis de Bellvitge, así se bautizó. Cada día cientos de miles de usuarios se veían afectados por esta nefasta gestión. Una semana antes el entonces president de la Generalitat había advertido en Madrid de la “desafección de los catalanes” y el Parlament había pedido la dimisión de la socialista Magdalena Álvarez con el apoyo de todos los grupos políticos a excepción del PSC y días después la capital catalana acogería una multitudinaria manifestación con un largo lema: “ Som una nació i diem prou! Tenim el dret de decidir sobre les nostres infraestructures ”. Lo que vino después es de sobra conocido.
Rodalies es el gran elefante en la habitación. Las imágenes de la semana pasada de viajeros agolpados en las estaciones u obligados a bajar del tren por averías y caminar junto a las vías son una falta de respeto para los catalanes. Viajar en Rodalies es una aventura diaria para los maltratados usuarios. La desinversión en la red ferroviaria está cronificada y ponerla al día costará años. Arrastra déficits demasiado profundos y las promesas de los sucesivos ejecutivos centrales prometiendo “lluvias de millones” no se han llegado a materializar con la celeridad esperada.
En el Parlament, hoy Illa deberá hablar largo y tendido del caos ferroviario
El PSC que busca centrar su obra de gobierno en la gestión y en los servicios públicos no debería menospreciar el problema de Rodalies, una cuestión muy sensible para muchos catalanes.Tampoco el Gobierno de Pedro Sánchez, cuyo ministro de transportes no se pronunció sobre el desastre ferroviario hasta ayer. Porque el deplorable estado de la infraestructura y las consecuencias que tiene para la movilidad de miles de viajeros se está convirtiendo en la primera gran crisis del Ejecutivo de Salvador Illa.
El Ministro de Transporte, Oscar Puente y el president de la Generalitat, Salvador Illa, durante la presentación de los nuevos trenes de Rodalies en la Fábrica de Alstom, el pasado enero
La oposición ya pide responsabilidades políticas del desaguisado ferroviario, aunque no hay unanimidad en esta reclamación. ERC y Comunes exigen la celebración de un pleno monográfico y la dimisión de la consellera Sílvia Paneque, mientras que Junts –que lleva la peor parte en las críticas– y PP quieren forzar la comparecencia del president en el Parlament. Hoy Illa deberá hablar largo y tendido del caos ferroviario. No le queda otra opción, aunque desde el Govern se culpe a ejecutivos anteriores de la desinversión.
Los usuarios de Rodalies crecen cada año, pero no al mismo ritmo que otros medios de transporte. Hay hartazgo. El año pasado Renfe puso en marcha una campaña de publicidad “destinada a mostrar su compromiso con el viajero y la mejora del servicio público”, también un plan de fidelización, los “renfecitos”, exclusivo para usuarios de alta velocidad. En Rodalies sería impensable. Nunca se sabe a qué hora sale el tren ni cuándo llega a su destino. No son renfecitos, son desesperaditos.