Hay algunas reglas no escritas en el mercado de los votos en España que no debemos de olvidar. La primera de ellas es que el PP se mantiene sobre el 30% por el apoyo sólido de los más mayores, que perciben a esta formación como la continuidad de esa derecha que pasó de la dictadura a la democracia entre la extinta UCD, AP hasta aquel PP Majestic de derecha plural de 1996. Es su vieja cultura política que les da estabilidad y anclaje. Y por eso no se van a mover, fieles en el voto, pase lo que pase, con independencia de las cuitas con las que los populares empatan mediáticamente estos días al PSOE. Pregunten a esos mayores y lo entenderán, porque lo de Vox en el espacio de la derecha es otra cosa y nos lleva a otras coordenadas psicológicas y generacionales más allá de que sea una derecha extrema.
La reivindicación de Vox, incluso sobre el franquismo y falsamente de la transición, es exclusivamente utilitarista. Les sirve estratégicamente para invertir el orden ético y moral del debate, del mismo modo que Javier Milei defiende la dictadura militar en Argentina y pronto veremos a José Antonio Kast defender en Chile el legado de Augusto Pinochet para llegar al Palacio de la Moneda. No es por la historia, o por la historia familiar de sus dirigentes, ni por el año mágico de Adolfo Suárez que da paso a la elecciones democráticas de 1977 y a la Constitución de 1978 o por la memoria, así, en abstracto. Para nada. Se suman a un fenómeno estratégico del mundo de hoy en el que la geografía se ha estrechado: la inversión del orden ético y moral, que está en la base de la victoria del chico de Queens, Donald Trump, y estará en la de Marine Le Pen en Francia. Una inversión que explica este mundo tan inestable de Futuro terror en el que ya estamos. Una inversión del orden ético y moral que, de repente, ya no es un defecto, sino una impugnación, una rebeldía, a menudo retórica, para conquistar el poder. Un “ asaltar los cielos ” desde el autoritarismo.
El nuevo electorado quiere votar a “un estabilizador”; la pregunta es: ¿Quién lo será?
De eso va lo de Vox en el Consejo de Ministros. En este partido no están los mayores que sí vivieron en su juventud el postfranquismo. Estos están en el PP y esa es la gran fortaleza que tiene el viejo partido fundado por el ministro de Información, Manuel Fraga, junto a una gran estructura territorial que les permite seguir siendo el partido alfa en la conexión con los poderes reales, tanto del Estado como los económicos. Pero su piedra maestra es otra: la derecha plural que fueron y que les permitirá diferenciarse de Vox y buscar el voto en familia uniendo generaciones.
El PP de Alberto Núñez Feijóo está en la misma situación técnica que Pedro Sánchez con Podemos en el 2014, no resuelta hasta el cambio de estrategia que le dio la presidencia en el 2018. ¿Cómo afrontar su relación con un electorado nuevo que no vivió aquella cultura política? Un ejercicio técnico: el electorado de Vox, líderes en intención de voto hasta los 45 años, no es nostálgicamente franquista, sino estratégicamente franquista, de la misma manera que Aliança Catalana no es nostálgicamente independentista, sino estratégicamente.El PP catalán y Junts lo padecen en todas direcciones, como se vio en el último barómetro del CEO.

Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, en una imagen del 2024
Y es que los conceptos abstractos del viejo consenso liberal, como racismo o memoria democrática, no sirven a estos electorados para canalizar su malestar. Llamar a este votante racista en abstracto es un grave error político. Ese electorado no es ultraderechista, porque EEUU tampoco lo es por la victoria de Trump, ni Francia lo será por la de Le Pen. Estas abstracciones tan habituales en televisión son gasolina para el malestar. El nuevo electorado nos remite a otros problemas más profundos. A saber, el de quién decide, en democracia, qué colectivos son vulnerables y cuáles no; el de la lucha horizontal de clases –colectivos vulnerables contra otros colectivos vulnerables–; el de quién es capaz de ofrecer estabilidad y el de quién es capaz de nombrar lo innombrable. Torre Pacheco, incendio político y herida social, remite a estas preguntas básicas como en el 2014 el barrio Gamonal en Burgos. La corrupción también. La inversión ética se explica por el estado de guerra abierto, permanente y global por todo y por la percepción troncal en la sociedad de que las élites liberales no garantizan su lugar en el mundo.
Lo de Vox y el PP es también lo del PSOE. El nuevo electorado quiere votar a “un estabilizador”. Y la pregunta es: ¿Quién lo será?
Next week
‘Fosbury flop’
Que Vox puede hacer un fosbury flop al PP es, de momento, muy temerario, aunque cada vez la distancia entre los dos se esté recortando. Para que esto sucediera, el PP debería bajar hasta el 25% y nunca ha estado ahí, a excepción del 2019, en el que la división de la derecha en tres opciones tras la moción de censura, le puso en un brete. Viene bien recordarlo porque el mercado de los votos, que se mide en cada convocatoria electoral y no en cada encuesta, es muy estable, incluso después de los terremotos y las cuitas a un lado y a otro.
El ojo de halcón
Tamarismo
La miniserie de Nacho Vigalondo Superestar es una genialidad. Como en el cine de David Lynch hay sueños, pesadillas, exploración de la identidad, la mente y fascinación por lo improbable. ¿Qué sucede cuando el centro de la pista lo toman personas que no parecen seguir ninguna regla? Vale la pena recordar a través de esta mirada original a Tamara, Leonardo Dantés, Loly Álvarez, Paco Porras, Tony Genil y Arlekín. Y, cómo no, a Margarita Seisdedos, imposible no emocionarse con la interpretación de Rocío Ibáñez de la madre de Tamara.