Hablar con los profesionales que llevan días –con sus extenuantes horas– en primera línea de la oleada de fuegos solo es posible en algún hostal de carretera cercano a la zona perimetrada. Allí, aunque con pocas ganas de conversar, narran cómo muchos se han enfrentado por primera vez a eso que sobre el papel los expertos llaman mega incendios forestales, o de sexta generación. Esos que van a obligar –a las administraciones que no lo han hecho aún– a replantear todo la gestión forestal y de emergencias, esos que, como que ha ocurrido en Extremadura y Castilla y León, desafían cualquier estrategia de ataque directo.
Un brigadista de León, una de las provincias más castigadas, explica cómo se le han tendido “trampas” al incontrolable fuego, imposible de extinguir con los tradicionales helicópteros cisterna. Con garrafas en las que se mezclan varios tipos de combustible se prende gracias a una antorcha por goteo, de manera totalmente milimetrada, unas líneas de fuego que irán ardiendo de manera controlada para ser sofocado de manera inmediata. Luego solo toca esperar. Cuando lleguen las llamas descontroladas a ese perímetro no podrá avanzar, como sucedió Boca de Huérgano, donde esta técnica de contrafuego salvó el casco urbano. A esta estrategia también recurrieron los bomberos en las laderas del Valle del Ambroz, con lomas inaccesibles para medios terrestres –y los helicópteros, que se perdían a la vista humana entre tanta humareda, no daban abasto–.
Alejandro, Guardia Civil, no daba crédito: en cinco minutos el fuego había avanzado cuatro kilómetros
Sobre el terreno, estas fatídicas semanas, también se han desmontado teorías que hasta ahora parecían sagradas. Las noches no han sido siempre los momentos clave para avanzar en la extinción. La pasada noche del martes en La Garganta (Cáceres) los expertos tenían el convencimiento de que el incendio de La Jarilla iría a menos: los pronósticos –con un 70% de humedad durante la madrugada y mínimas de 12 grados– marcaban esa línea. Al amanecer, sus vecinos estaban en prealerta por evacuación.
En estos mega incendios, que generan su propio sistema climático, el viento reaviva las llamas con una facilidad pasmosa. Y los expande. El cabo primero Alejandro, de la Guardia Civil de León, recuerda cómo el martes 12 recibió el aviso de que uno incendio había saltado de un lado a otro de la carretera comarcal en la que se encontraba. Miro el reloj, dice: las 18:00 horas. Un segundo aviso, cinco minutos, más tarde con la nueva posición de las llamas, le hicieron encender todas las alarmas. Según sus cálculos, casi cuatro kilómetros en cinco minutos.
La voracidad de los incendios de sexta generación también ha echado por tierra la creencia de que las autovías son cortafuegos. El Gobierno de Extremadura ha remarcado en todas las comparecencias que el “monstruo” de Jarilla ha obligado a cortar hasta en cuatro puntos la autovía que atraviesa la zona por la incursión de las llamas.
Precisamente “cortafuegos” es una de las palabras más usadas esta semana en la provincia de Cáceres y León. Sus vecinos, en situaciones desesperadas para no perder sus bienes, han trazado cortafuegos ante el avance de unas líneas que han desbordado a los medios profesionales. En Oencia, cuyos habitantes critican que los cortafuegos que separan las tierras fueron limpiados en inverno, “pero no en junio”, los vecinos trazaron una línea alrededor del pueblo que ha servido para salvarlo de la devastación.
A un par de kilómetros, en Lusio, donde no dio tiempo a realizar ese cortafuegos vecinal solo quedan cenizas.