El monumental desfile de Pekín, la restauración del Departamento de Guerra en Estados Unidos, el desfondamiento político francés, el plan de rearme de Alemania, la visible pérdida de peso de la Comisión Europea, la obcecada guerra de Ucrania, el espantoso crimen de Israel en Gaza... Vienen tiempos aún más complicados. Esta ha sido la verdadera canción del verano. En verano regresa la vida y este año en el carrusel de los teléfonos móviles había muchas imágenes de muerte. No nos debe extrañar que en septiembre se estén intensificando las protestas por la matanza de Gaza. Hay quien afirma que ya ha comenzado la tercera guerra mundial, que se desarrollará durante años de manera híbrida y discontinua, mientras madura la denominada inteligencia artificial y se reconfiguran todas las capas de la actividad humana. Robert Kaplan, analista internacional muy apreciado por Penínsulas, dice que estamos en un Weimar global que durará mucho tiempo.
En el friso de las novedades armadas destaca la decisión de Alemania de dotarse de un potente ejército, recurriendo a la tecnología y al servicio militar obligatorio si ello es necesario. El nuevo canciller Friedrich Merz quiere poner en pie el mayor ejército de Europa con una fortísima inversión en tecnología que ayude a salir de la recesión. Estaríamos ante la tercera refundación de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. La creación de la RFA y la RDA en 1949. La reunificación de 1990. El rearme del 2025 en pleno desbarajuste de las relaciones internacionales.
Rearme de Alemania. Quien haya oído hablar del plan Morgenthau puede quedar clavado en la silla. Hace poco más de ochenta años, Estados Unidos proyectó convertir Alemania en un país agrario y pastoril, sin apenas industria y sin ejército. La URSS no estaba lejos de esa idea. Y Francia planteaba exigencias aún más severas.
Churchill, Truman y Stalin en Potsdam.
El 25 de abril de 1945, dos semanas después de la muerte del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, la Junta de Jefes de Estado Mayor presentó a su sucesor, Harry Truman, la directiva JCS1067 que establecía lo siguiente: “Alemania no será ocupada con el propósito de la liberación, sino como una nación enemiga derrotada”. “Debe dejarse claro a los alemanes –añadía el documento– que la fanática resistencia nazi ha destruido la economía alemana y ha convertido el caos y el sufrimiento en inevitables. Los alemanes no pueden escapar a la responsabilidad de lo que ellos mismos han provocado”.
La directiva JCS1067 respondía a la filosofía del plan Morgenthau, conocido un año antes y objeto de una viva discusión en los circuitos políticos y económicos anglosajones a medida que se aproximaba el final de la guerra. No estamos hablando de un general furioso. Henry Morgenthau Jr. era el secretario del Tesoro del gobierno de los Estados Unidos. El ministro de Finanzas del nuevo imperio emergente. Había participado en el diseño del New Deal (el plan de choque contra los efectos de la Gran Depresión), preparó el plan financiero para la entrada de los Estados Unidos en guerra y se implicó personalmente en las redes de rescate de la población judía en Europa a medida que llegaban noticias de los campos de exterminio. Morgenthau era descendiente de una familia judía alemana que había emigrado a América durante la segunda mitad del siglo XIX. Su padre fue embajador de Estados Unidos en el Imperio otomano.
El plan fue presentado por Roosevelt a Winston Churchill en la conferencia que ambos mantuvieron en Québec en 1944. Se trataba de proceder a una gran fragmentación del territorio alemán, con significativas concesiones territoriales a Francia (Sarre), Dinamarca (Jutlandia), Polonia (Alta Silesia) y la Unión Soviética (Prusia Oriental). El tajo mayor convertiría la región del Ruhr y las tierras del canal de Kiel en una singular zona internacional en manos de una autoridad externa emanada de la futura Organización de las Naciones Unidas. Efectuado ese despiece se procedería a la creación de dos estados, Alemania del Norte y Alemania del Sur, básicamente dedicados a la agricultura y la ganadería. Mano dura. “Es del todo necesario que esta vez los ciudadanos de Alemania se den cuenta de que su país es una nación derrotada”, dijo el autor del plan.
Mujeres retiran escombros en el sector ruso de Berlín tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, 9 de julio de 1945.
El economista británico John Maynard Keynes, rival de Morgenthau en otras discusiones, rechazó el proyecto, advirtiendo que podía ser peligroso. Keynes sostenía que el rearme alemán de los años treinta se debía a las humillantes cláusulas del Tratado de Versalles al concluir la Primera Guerra Mundial. No se debía repetir el mismo error. No había que humillar de nuevo a los alemanes. Morgenthau refutó esa interpretación en un libro titulado Nuestro problema es Alemania. Según su parecer, el rearme hitleriano se había producido por falta de eficacia en la aplicación del Tratado de Versalles. La discusión estaba servida. Una paz cartaginesa para Alemania, o procurar no humillarla excesivamente para no favorecer otro brote de orgullo nacionalista. El plan Morgenthau fue filtrado a la prensa en 1944, poco después de la conferencia Roosevelt-Churchill, y el régimen nazi lo utilizó en su agonía para llamar a la resistencia. “Nos quieren convertir en un campo de patatas. Es el plan del judío Morgenthau”, dijo Joseph Goebbels meses antes de la capitulación.
La directiva JCS1067 aplicó algunas directrices del plan Morgenthau. La Wehrmacht fue disuelta, se llevaron a cabo planes de desnazificación en la zona controlada por Estados Unidos y se pusieron límites estrictos a la capacidad de producción industrial, sobre todo en lo que se refiere a la producción de acero. Inicialmente, la Unión Soviética, que había conquistado Berlín y controlaba los territorios del este, proponía una Alemania neutralizada después de entregar a Polonia los territorios más orientales fijando la frontera en el curso de los ríos Oder y Neisse. Francia era muy tajante: exigía el desarme y el desmantelamiento industrial de Alemania, la expropiación de parte de su producción agrícola y maderera, servicio laboral obligatorio en Francia para un cupo de trabajadores alemanes, más la segregación de los distritos mineros del Ruhr, del Sarre y de Renania, cuyos recursos quedarían a disposición de Francia.
Se estaba remodelando el mundo y el Imperio británico se hallaba agotado. Se lo habían gastado todo en la guerra y los estadounidenses no les iban a perdonar ni un solo dólar de los créditos concedidos. Lo primero que observaron los angloamericanos es que las mejores tierras cultivables de Alemania se hallaban en la zona conquistada por las tropas soviéticas. Las tierras más fértiles estaban en el este y en el oeste había muchas bocas que alimentar. Miles de alemanes habían huído al oeste ante el avance del Ejército Rojo. Los aliados se hallaban ante una verdadera paradoja: en vez de cobrar tenían que gastar. Su más inmediata obligación, si querían evitar una revuelta de gente desesperada, era alimentar a la población hambrienta que se acumulaba en las zonas bajo su control. Para los ingleses eso se convirtió en un grave problema. Las arcas estaban vacías en Londres. Estamos hablando del imperio que todavía poseía la India y buena parte de Oriente Medio. La primera potencia naval del mundo. Francia exigía mucho, pero también estaba en la ruina. En Italia se robaban bicicletas para sobrevivir. Y España se había convertido en un aislado y mísero cuartel en el que nadie quería intervenir para echar al general Franco, como ya había quedado claro en la conferencia de Potsdam.
John Maynard Keynes en julio de 1944 en la Conferencia Monetaria y Financiera Internacional de las Naciones Unidas en New Hampshire, EE.UU.
Europa estaba arruinada y necesitaba el carbón y las manufacturas de Alemania. El historiador británico Tony Judt lo explicó muy bien en el libro Postguerra. Recomiendo mucho ese libro y lamento no haberlo leído antes, puesto que ofrece claves muy valiosas para entender el presente. El periodo comprendido entre 1944 y 1949 fue de una gran complejidad.
Mantener a Alemania postrada y paralizada no salía a cuenta. Sin el empuje alemán el resto de la economía europea difícilmente iba a recuperarse. Esta idea fue cuajando en Washington y Londres y así, poco a poco, se pasó del plan Morgenthau al plan Marshall. La directiva de ocupación punitiva JCS1067 fue substituida por la directiva JCS1779, que decía lo siguiente: “Una ordenada y próspera Europa requiere la contribución económica de una estable y productiva Alemania”.
Las ayudas del plan Marshall también fueron ofrecidas a la Europa del Este y a la Unión Soviética. Stalin se negó a aceptarlas y tuvo que emplearse a fondo para que Checoslovaquia, Hungría y Polonia no entrasen en el juego. Para los soviéticos, el plan Marshall era un caballo de Troya. Así empezó la Guerra Fría y con ella nacieron la República Federal de Alemania y la República Democrática Alemana. Se partió Berlín.
Las ambiciones francesas se fueron al traste y entonces París aplicó el plan B. Puesto que no podemos desmantelar Alemania, la someteremos a control mediante un consorcio para la gestión común de la producción de carbón y acero. Así nació la Comunidad Europea para el Carbón y el Acero (CECA) en 1951, considerada como el verdadero embrión de la actual Unión Europea. Keynes seguramente tenía razón: no era una buena idea volver a humillar a Alemania.
Nuevos reclutas del Ejército alemán o Bundeswehr en la ceremonia para prestar juramento frente al parlamento de Renania del Norte-Westfalia en Düsseldorf el 4 de septiembre del 2025.
Ochenta años después el mundo es otro y Alemania se plantea, ahora sí, un vigoroso rearme. Quieren tener un ejército con 260.000 soldados, equipado con la mejor tecnología militar. No parten de cero evidentemente. La RFA refundó el ejército en 1955 con la creación de la Bundeswher. LA RDA creó el Ejército Popular Nacional. Ambos cuerpos se unificaron en 1990 dando lugar al Bundeswehr actual, con 180.000 efectivos. La industria militar alemana tampoco parte de cero. Tiene mucha potencia acumulada. La principal empresa alemana del sector, Rheinmetall AG, multiplica por trece la capitalización bursátil de Indra.
“Nos sentimos muy abrumados. Washington y Moscú nos están queriendo desestabilizar al mismo tiempo. Nunca nos habíamos enfrentado a una situación similar”. Confesión de un diplomático alemán durante la última campaña electoral, en la que Rusia trabajó descaradamente a favor del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) y Estados Unidos hizo lo mismo.
El rearme alemán es hijo de esa insólita pinza. Alemania quiere seguir liderando la Unión Europea y si esta desfallece, cosa que podría ocurrir, querrá ser una potencia regional autónoma con suficiente proyección de fuerza para evitar que Trump y su circo caigan en la tentación de acabar de empujar el este de Europa hacia Rusia a cambio una mayor cuota de poder de Estados Unidos en el Ártico.
¿Cómo se rearma un país sin modificar su espíritu?
