Alemania reformará su estado del bienestar. “Reforma’ quiere decir ‘recortes’. En el sur de Europa conocemos bien ese lenguaje. Alemania se halla en recesión económica desde hace casi tres años. La guerra de Ucrania le está siendo muy desfavorable puesto que ha hecho saltar por los aires el pacto histórico que había establecido con Rusia después del derrumbe del muro de Berlín: compras masivas de gas como garantía de una paz perpetúa entre ambos países. ¿Ingenuidad? El día que la canciller Angela Merkel abandonó el cargo (8 de diciembre del 2021), las principales fuerzas políticas europeas y la gran mayoría de los medios de comunicación saludaron el retiro de una gran estadista. La guerra de Ucrania empezó en febrero del 2022. Vladimir Putin espero a que ella se retirase para ordenar la invasión de Ucrania.
Merkel llegó a estar tan convencida de la duración de esa paz kantiana con Rusia que aprobó el cierre de las centrales nucleares alemanas para bloquear el ascenso de Los Verdes como fuerza rival de la CDU-CSU entre las clases medias. Era otro mundo. Era ayer y parece que hayan pasado muchos años. Los males, sin embargo, nunca vienen solos. Al mismo tiempo que Alemania registraba un severo crecimiento de la factura energética, su industria del automóvil topaba con la dura competencia del coche eléctrico chino y aparecía un gobierno hostil en Washington, por primera vez desde 1945. ¡Hostilidad de Estados Unidos a la república federal que Harry Truman ayudó a levantar en 1949! Inaudito.
“Estamos desconcertados, nos están intentando desestabilizar desde Moscú y desde Washington al mismo tiempo”, confesaba un diplomático alemán pocas semanas antes de las últimas elecciones federales alemanas (febrero del 2025). El régimen ruso apoyaba a la extrema derecha alemana para debilitar la ayuda de Berlín a Ucrania, y desde Estados Unidos, Elon Musk participaba en los mítines de esa misma extrema derecha para debilitar a la Unión Europea. Esa pinza no se había registrado jamás. Corrijo: la Alemania de Hitler fue combatida simultáneamente por norteamericanos y soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial. Comparar ese momento con el actual es del todo inadmisible. Pero una cosa es cierta: Estados Unidos y Rusia coinciden hoy en el deseo de debilitar a la UE.
Ante esa pinza, Alemania ha optado por el rearme. El rearme como palanca para la reactivación económica, junto con un millonario plan de inversión en infraestructuras. La realización de ese programa obligará a reformular el Estado social ha dicho el nuevo canciller Friedrich Merz esta semana en el Bundestag. Las medidas concretas aún no se han dado a conocer, pero hay inquietud. En estos momentos, el partido de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD) encabeza los sondeos.
“Viene un otoño de reformas” ha anunciado el canciller Merz en el Bundestag, sin precisar cuales serán las medidas que adoptará el Gobierno de gran coalición CDU-SPD. La reforma afectará con toda seguridad al sistema de pensiones. Habrá que prestar atención a la reformulación del Estado social alemán porque en ese ámbito la moderna Alemania siempre ha sido una referencia. Francia fue durante muchos años el faro cultural de Europa. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos decidió que la industria alemana era del todo necesaria para la recuperación económica del continente europeo, la República Federal Alemana se convirtió en uno de los grandes escaparates del Estado social. Las decisiones socioeconómicas de Alemania siempre marcan una referencia.
España no está en recesión, sin embargo. Está abaratando el precio de la electricidad industrial con la propulsión de las energías renovables, está atrayendo inversiones industriales y tecnológicas. España es en estos momentos la economía que más crece en la Unión Europea, su prima de riesgo acaba de bajar de los 55 puntos por primera vez desde hace veinte años, pero lo que ocurre en Alemania también le incumbe. Le incumbe el rearme alemán y le afectará la reformulación del Estado social alemán.
Alemania siempre ha ejercido una gran influencia en España. Durante el franquismo, las dos grandes corrientes políticas de la República Federal Alemana (RFA), democristianos y socialdemócratas, siempre fueron contrarios al ingreso de España en el Mercado Común mientras no hubiese elecciones libres. En Bonn no quisieron blanquear a los tecnócratas del franquismo que buscaban el paraguas europeo. En 1962 se celebró en Munich (Baviera) la primera gran reunión de la oposición española aceptada por los Estados Unidos: liberales, democristianos y socialistas, catalanistas, nacionalistas vascos… Los comunistas no fueron invitados a participar en ella, pero se aceptó su presencia en el hotel donde se celebraba el encuentro para ser informados de las deliberaciones. El régimen se puso furioso y lanzó una etiqueta que ha quedado inscrita en los libros de historia: “El contubernio de Munich”. En ese encuentro se abrazaron Rodolfo Llopis, secretario general del PSOE, y José María Gil-Robles, antiguo jefe de la CEDA. Podríamos decir que la transición española comenzó a fraguarse en Alemania.
Después de la muerte del general Franco, pronto hará cincuenta años, la RFA siguió muy de cerca los acontecimientos políticos españoles, prestando mucha atención al Partido Socialista Obrero Español. La fundación socialdemócrata Friedrich Ebert prestó una intensa ayuda al nuevo grupo dirigente del socialismo español, encabezado por Felipe González. Trece años más tarde, en 1990, el Gobierno de España, entonces encabezado por González, dio pleno apoyo a la acelerada reunificación de Alemania, frente a la actitud más fría y refractaria de Francia y el Reino Unidos, que no pudieron oponerse a la iniciativa de Helmut Kohl ante el gran acontecimiento que supuso el derrumbe del muro de Berlín. La reunificación alemana tuvo también sello español.
Ni siquiera la grave crisis económica iniciada en el 2008 agrió las relaciones hispano-alemanas. Merkel impuso en toda Europa la dolorosa política de austeridad, pero no hubo manifestaciones ante la embajada alemana en Madrid. Hubo protestas contra la austeridad, pero no se registraron reacciones germanófobas. Los ‘indignados’ no quemaban banderas de Alemania y José Luis Rodríguez Zapatero ofrendó a Merkel la reforma del artículo 135 de la Constitución para dar prioridad al pago de la deuda. En el momento más duro de la crisis, el gobierno alemán no forzó la máquina para proceder a la intervención de la economía española. Durante al epidemia de la covid, la canciller Merkel escogió a Pedro Sánchez como figura de referencia del sur de Europa para pactar el alcance del plan de recuperación y resiliencia, todavía hoy vigente. En otoño del 2021, el PSOE celebraba con grandes aplausos el regreso del SPD a la cancillería de Berlín en coalición con verdes y liberales. Sánchez y el canciller socialdemócrata Olaf Scholz mantuvieron una excelente relación política durante cuatro años. Ahora es el turno del democristiano Friedrich Merz, que acaba de efectuar su primer viaje oficial a España el pasado jueves.
¿Se está enfriando la relación España-Alemania? ¿Se convertirá Merz en un sistemático opositor de Sánchez en la arena europea? Quizá aún sea pronto para responder a esas preguntas.
Ahora vuelve a ser el turno de la CDU-CSU (de nuevo en coalición con el SPD) y el nuevo canciller acaba de realizar su primera visita oficial a España. Una primera visita muy diplomática. Merz no es Scholz, y podemos estar seguros que España no le quita el sueño en estos momentos. Los problemas vitales de Alemania están ahora en el cuadrante del Báltico y en la oscilación anti-europeísta de buena parte de la Europa del Este. Ayer mismo, aviones de combate rusos penetraron en el espacio aéreo de Estonia y fueron detectados sobrevolando una plataforma petrolífera en el Báltico, según denunció Polonia. Se avecinan nuevas sanciones europeas a Rusia –reducir a cero las importaciones de gas natural ruso, por ejemplo- y Moscú está tensando la cuerda.
El plan de rearme quiere convertir el ejército alemán en el más poderoso de la Unión Europea, dotado con la mejor tecnología. Alemania quiere erigirse en el principal vector defensivo del centro y el norte de Europa, al margen de Estados Unidos. Es un momento muy delicado.
El canciller Merz seguramente no va a entrar en guerra política con el Gobierno español, pero ha querido dejar claro desde el primer momento que forma parte del Partido Popular Europeo y que por tanto escucha lo que le dice el Partido Popular español. Alemania, por ejemplo, ha frenado el reconocimiento oficial del catalán, el euskera y el gallego en las instituciones europeas, propuesta que el Gobierno Sánchez se ha tomado muy en serio para poder contar con el apoyo parlamentario de Junts. Merz nada tiene contra el idioma catalán, pero el PP español le ha pedido que lo frene. Y lo ha frenado. Por el momento, lo ha frenado. Merz no es Merkel. Merz tampoco es Ursula von der Leyen.
El actual gobierno alemán, por ejemplo, no comparte el activismo de Pedro Sánchez frente a Israel. “Para Alemania, Israel es una cuestión de Estado” dijo una vez Angela Merkel. Es el peso de la historia. Es el terrible peso de la historia. Visiblemente incómodo ante lo que está ocurriendo en Gaza, Merz ha dicho en Madrid que, por el momento, no contempla el reconocimiento del Estado palestino. El gobierno de Portugal (centroderecha) anunció ayer que va a efectuar ese reconocimiento, siguiendo los pasos de España.
Las fuentes consultadas señalan que la reunión de Sánchez con Merz fue bien. Habían reservado treinta minutos para el encuentro bilateral y el dialogo entre ambos duró más de una hora. “La reunión fue mejor de lo esperado” señalan. Esas mismas fuentes creen que será posible mejorar la sintonía con el nuevo gobierno alemán a medida que pasen los meses y Berlín tenga que presentar proyectos a la aprobación del Consejo Europeo y del Parlamento Europeo. “Creo que nos vamos a entender”, señalaba ayer una fuerte gubernamental española. Merz tuvo el detalle de entrevistarse con Alberto Núñez Feijóo ayer por la mañana en Madrid, horas después de la reunión con Sánchez.
Hace ochenta años, al concluir la Segunda Guerra Mundial, Alemania parecía condenada a convertirse en un país agrícola y ganadero, obligado a pagar fuertes reparaciones económicas a Francia. Un severo castigo para evitar en el futuro otro rearme alemán. Era una idea defendida por el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Henry Morgenthau. Los norteamericanos pronto se apercibieron que sin la industria alemana, Europa difícilmente se iba a recuperar durante la posguerra. Ochenta años después, Alemania habla de rearme y mucha gente se inquieta ante esa perspectiva. Alemania siempre es referencia.