Confieso que este boletín semanal va a ser hoy un acto de abandono a la nostalgia. Me he tragado los cuatro capítulos de La última llamada, un documental de Movistar Plus que recoge los últimos 40 años de la política española a través de los testimonios directos de los cuatro presidentes del Gobierno: Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. La serie no pretende contrastar cada una de las declaraciones de sus protagonistas, ni es un trabajo de investigación sobre si lo que dicen es o no del todo cierto. Pero nos acerca al ejercicio del poder. Más allá de las simpatías o antipatías que despiertan esas personas que han estado al frente del país, es interesante escuchar los argumentos y apreciar incluso los gestos cuando se justifican por determinadas decisiones, ahora que ya no tienen ninguna campaña electoral por delante y que la mayoría de nosotros se ha formado un juicio sobre su legado. Lo cierto es que la serie me enganchó sobre todo por los retazos de la personalidad que cada uno deja entrever.
Cuando un dirigente político llega al poder, se dispone a aplicar la receta ideológica que ha defendido en campaña, pero se encuentra con que la realidad suele complicarle los planes. Los cuatro cometieron errores importantes, aunque todos ellos también contribuyeron a que el país avanzara. Todos empezaron a gobernar con el depósito de las expectativas lleno y salieron agotados y con un regusto agridulce. A la Moncloa se sabe cómo se entra pero no cómo se sale. La última llamada se titula así porque cada uno rememora aquella decisión difícil que debió tomar en última instancia, cuando ya no pudo compartir la responsabilidad con nadie más, en soledad.
Capítulo 1: Felipe González. La serie resume la política que ha servido de fondo a toda mi vida. Felipe llegó al poder cuando yo era adolescente. Digo Felipe porque así le nombran casi todos los que intervienen en el documental, pero también porque recuerdo que El Periódico de Catalunya, entonces dirigido por Antonio Franco, titulaba siempre con el nombre: Felipe. Con una familiaridad que hoy nos resulta curiosa en un periódico, pero que tenía que ver con el fuerte liderazgo del personaje. Si él entró en la Moncloa cuando yo acababa de cumplir 15 años, salió cuando ya estaba ejerciendo el periodismo. Así que recuerdo con más nitidez la última etapa, desde la huelga general hasta los casos de corrupción. Antonio Franco me trasladó de la sección de local a la de política y el primer día en mi nuevo puesto… se escapó Luis Roldán, director de la Guardia Civil. Se largó a Laos. “¿Dónde cae eso?”, nos preguntábamos en la redacción. Esos últimos años parecía que los escándalos saltaban a diario, en una cadena insoportable que parecía no tener fin.
El entonces presidente de la URSS, Gorbachov, y el presidente González en la Moncloa.
El carisma de Felipe González sigue intacto por esa seguridad y contundencia con la que se expresa, pero los espectadores de la serie podemos descubrir que se confiesa un tímido e incluso su hija confirma que puede permanecer horas en compañía pero en silencio. Mientras recuerda su paso por la presidencia, se le ve cómodo, sin el gesto resabiado e implacable que le acompaña cuando expresa sus opiniones sobre el PSOE actual. Encuentra las palabras justas para argumentar su cambio de opinión sobre la permanencia de España en la OTAN, sobre su distanciamiento respecto a los sindicatos para acometer las necesarias reconversiones industriales, a pesar de liderar un partido teóricamente alineado con los trabajadores. Felipe sabe que situó España en la senda de la modernidad y esa premisa le permite conjugar como nadie las contradicciones entre la ética de la responsabilidad y de la convicción.
El caso es que Felipe entró como la encarnación de la esperanza en una España moderna y salió impotente ante la lacra del paro y la corrosión de su propio partido y del gobierno.
Capítulo 2: José María Aznar. El nuevo presidente se presentó como el reverso a los últimos compases de González. Recuerdo los mítines de Aznar. Siempre con Miguel Ángel Rodríguez pendiente de la frase que el aspirante a presidente tenía que pronunciar en el momento justo en que el telediario conectaba en directo. El eslogan más repetido era que Felipe había sumido el país en un agujero de “paro, despilfarro o corrupción”. A esa imagen contraponía su perfil severo. España había contado con un presidente muy carismático y ahora prefería un perfil adusto y casi antipático.
Entrevista de Aznar con Arzalluz y Anasagasti del PNV en la Moncloa.
Aznar llegó como antídoto a la corrupción, pero fue durante sus mandatos cuando enraizaron casos que aflorarían más tarde. A él no se lo llevó por delante la corrupción, aunque se fraguaron entonces los manejos de personajes como Francisco Correa, cabecilla de la trama Gürtel. Tampoco sería la economía lo que provocaría la caída de Aznar. Fue más bien cierta altanería como forma de defensa. El orgullo del presidente, su afán de superar con perseverancia precisamente su escasez de carisma, su voluntad de mostrarse como un líder fuerte, se aprecia de manera clara en la serie.
Aunque se intuya un cierto reconocimiento en su fuero interno de los errores cometidos con el alineamiento a favor de la guerra de Irak y con la atribución a ETA del atentado del 11-M, su personalidad le impide admitirlo en público. Es interesante apreciar las motivaciones que le llevaron a tomar esas decisiones. Se puede intuir la euforia de su equipo por el protagonismo internacional de España (o de Aznar) en los meses previos a la invasión de Irak. Y el desconcierto con que se afrontó el brutal atentado de Atocha. En ese capítulo también podemos ver la reacción de Aznar ante el atentado etarra que sufrió él mismo y que afronta con una pretendida modestia que más bien busca dar una imagen de heroicidad.
Aznar no pide perdón por los errores. Afloran en su rostro muecas y se revuelve en el asiento ante la cámara, pero ni rastro de una disculpa. En el documental se entrevista a Tony Blair, que en su momento sí hizo ese ejercicio público, seguramente para pasar página sin lastre alguno. Aznar se muestra en el documental menos seco que durante su etapa como presidente, pero sigue siendo alguien con un sentido del pudor tal que le impide cualquier demostración de emociones en público. España sufre un shock tremendo el 11-M y precisamente Aznar no logra empatizar con buena parte de los votantes. Le sucede un dirigente con un perfil antagónico. A la rigidez, la frialdad, le sigue alguien que sonríe sin cesar, que alardea de “talante” y que se ofrece al Gobierno para pactar lo que se tercie. Tanto, que le apodan “Bambi”.
Zapatero recibiendo a Mas y Duran i Lleida de CiU en la Moncloa.
Capítulo 3: José Luis Rodríguez Zapatero. Al nuevo presidente socialista no le importa admitir debilidades porque sabe que eso le acerca al ciudadano medio. Por eso, le salen frases redondas como esta: “Ser presidente es una constante lucha por ser normal”; “¿Cuál es su mayor virtud? El optimismo. ¿Cuál es su mayor defecto? El optimismo”. Tras ganar las elecciones, Zapatero se reparte el trabajo con Miguel Sebastián: reconoce que la economía no es su fuerte y le encarga ocuparse de ese flanco mientras él se dedica “a la política”. El propio Sebastián explica que le ofreció el ministerio de Economía, pero al final él prefirió la oficina económica de la Moncloa. El choque estaba servido con el que finalmente fue ministro, Jordi Sevilla. Éste ha explicado en alguna ocasión la conversación que se escuchó, por un micro abierto sin querer, en la que le decía a Zapatero que lo de hablar de economía era cosa que se podía dominar en “dos tardes”. Según el ex ministro, lo que quiso decirle era que prefería que le sustituyera el propio Zapatero antes que Sebastián.
El presidente empieza su mandato pisando callos de la derecha con una revolución en materia de derechos: divorcio exprés, matrimonio homosexual, feminismo… En las imágenes se ve de refilón la cabecera de una manifestación en contra con algunos dirigentes del PP. Pero no es la guerra cultural (que entonces aún no se llamaba así) lo que más problemas dio a Zapatero. El destino quiere que sea precisamente la economía la que tumbe al presidente. El zarpazo de la gran recesión borra cualquier atisbo de sonrisa del rostro de Zapatero, que confiesa que ni en sus peores pesadillas se le apareció una crisis tan profunda. Ante su propia imagen alardeando de haber situado la economía española en la Champions u otras desafortunadas frases similares, Zapatero las encaja sin demasiada incomodidad. Es la economía, aquella materia que el presidente creyó poder delegar, la que se lo lleva por delante.
Zapatero entra con el “talante” y el optimismo como banderas. A esas características atribuye su perseverancia en la negociación para el final de ETA. La gran crisis económica impidió que sacara pecho de ese logro en su momento y ahora aprovecha para reivindicarlo. Pero Zapatero entró con los ideales por las nubes y acabó con la amarga realidad de algo tan terrenal como la prima de riesgo, dato que la mayoría descubrimos con pavor. Ante esa situación dramática, los españoles depositaron su confianza en Mariano Rajoy, exponente del “sentido común”.
Rajoy comparece en la Moncloa tras un Consejo de Ministros.
Capítulo 4: Mariano Rajoy. El presidente reivindica su labor para evitar el rescate de España, la negociación con Angela Merkel para obtener un poco más de margen para cumplir con el déficit. Rajoy se muestra como un líder sin carisma, chapado a la antigua, que camina en lugar de correr, que se equivoca al hablar, que fuma puros y lee el Marca… frente a lo que se dio en llamar “nueva política”, aunque luego se demostraría que solo lo era en apariencia. Un colaborador de Rajoy habla de “efebocracia” para definir al nuevo elenco de líderes: hombres jóvenes y guapos como Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. España estaba viviendo cambios subterráneos, corrientes que en Catalunya afloran en forma de un gran movimiento por la independencia.
Rajoy llega para aplicar recetas de austeridad, lo que en aquel momento se considera una muestra de sensatez. Pero acaba su mandato ante un problema que tiene menos que ver con los fríos números y más con las emociones sobre la identidad y pertenencia a una nación. El presidente no supo afrontar ese torbellino de épica que se vivió en Catalunya durante los años del procés. En el documental aduce que su estrategia consistió en tratar de no provocar para evitar males mayores… Uno de sus colaboradores elogia su facilidad para “aliarse con el tiempo” a la hora de tomar decisiones. En este caso, de procrastinar. La “última llamada”, en su caso, fue más bien la decisión más difícil, la que le llevó a aplicar el artículo 155 de la Constitución e intervenir la Generalitat de Catalunya, apartando a todos los miembros del Govern de sus puestos.
Más que asumir errores, Rajoy suele mostrar resignación, una actitud que se resume en que no hay que dar más vueltas a aquello que no puedes cambiar. Mientras, la bola de la corrupción alrededor de la financiación del PP se fue haciendo más y más grande. Cuando se presenta la moción de censura que finalmente le desalojaría del poder, el presidente explica que no vio conveniente dimitir para que otra persona (Soraya Sáenz de Santamaría) ocupase su puesto. Sánchez había lanzado ese guante en el debate: si Rajoy dimitía, retiraba la censura. De haber sido así, quizá Sáenz de Santamaría habría sido la nueva líder del PP y no Pablo Casado… En el documental, Rajoy explica que nunca creyó en lo que dijo Sánchez y por eso no dio el paso. Es curioso que dé la misma justificación que Carles Puigdemont cuando se le pregunta por qué no convocó elecciones cuando Rajoy aseguraba que, de esa forma, no aplicaría el 155. Puigdemont no le creyó…
Pedro Sánchez recibe en la Moncloa al entonces líder de Podemos Pablo Iglesias.
¿Capítulo 5? Pedro Sánchez. La moción de censura se fundamentó en la corrupción del PP, pero obtuvo los apoyos necesarios porque los dirigentes del PDECat de entonces, herederos de Convergència, desoyeron a Puigdemont y confiaron en que la llegada de Sánchez rebajaría la tensión en Catalunya. Así que el nuevo presidente llegó bajo dos premisas: la limpieza y una defensa de la plurinacionalidad del Estado. Cómo saldrá es aún una incógnita. Quizá la caída de Sánchez del Gobierno tenga que ver precisamente con Catalunya, por la pérdida de apoyos parlamentarios por parte de Puigdemont, incluso aunque éste lograra la amnistía que le permitiera regresar. Puigdemont está obligado a competir ahora con la extrema derecha autóctona después del flirteo con la izquierda que mantuvo durante el procés. Así que mantener a Sánchez no es un buen negocio para su supervivencia política. Que el presidente que concedió los indultos y la amnistía cayera por la falta de apoyo de un grupo catalán sería una ironía más de la historia.
En la serie faltan muchos elementos. Por ejemplo, la influencia de Jordi Pujol en la política española, tanto con González como con Aznar. La faceta humana de los presidentes pasa de puntillas por sus familias, en especial sus cónyuges, salvo el caso de Ana Botella. Habría sido también interesante que cada uno de ellos explicara a qué se dedican ahora, cómo se han “reinventado”, en palabras de Aznar. Pero el repaso a esos 40 años de política española permite comprobar que siempre hemos salido adelante pese a vivir momentos extremadamente delicados y, por los pasajes que se emiten, en esos cuatro mandatos líderes del Gobierno y de la oposición se trataban entre ellos con más respeto que ahora.
