A las 18:08 horas, el cielo de Roma se tiñó de blanco: la fumata había hablado. Tras cuatro votaciones, los 133 cardenales reunidos en cónclave dentro de la Capilla Sixtina alcanzaban por fin un consenso. Un nuevo pontífice era elegido, y con él, el número 267 en la historia de la Iglesia Católica. Pero mientras el mundo esperaba esa señal definitiva desde el Vaticano, una figura inesperada acaparó todas las miradas, las pantallas y hasta los rezos simbólicos: una gaviota.
Minutos antes de la fumata blanca
La gaviota se convirtió en protagonista silenciosa del cónclave, posada sobre la chimenea
Durante horas, la gaviota se posó sobre la chimenea del Vaticano, absolutamente inmóvil. La cámara que transmitía en directo desde el tejado de la Capilla Sixtina la enfocó durante minutos eternos, en los que la atención mundial se dividía entre la expectación del humo y la quietud de aquel ave. Su imagen, repetida en pantallas gigantes en la Plaza de San Pedro y en millones de dispositivos en todo el planeta, se volvió símbolo de la espera. Como si supiera lo que iba a ocurrir. Como si vigilara la historia desde su privilegiado mirador.
“Habemus Gaviota”, bromeaban usuarios en redes sociales, donde la escena desató una ola de memes, ilustraciones generadas por inteligencia artificial y reflexiones cargadas de humor, ternura y espiritualidad. Algunos recordaron la frase atribuida a Benedicto XVI: “El que elige es el Espíritu Santo”. Y aunque en la iconografía cristiana este se representa como una paloma, no fueron pocos quienes vieron en la gaviota un gesto celestial, una señal o una metáfora de esperanza.
“Pensaba que hacer un informativo de tres horas durante un apagón era difícil… hasta que vi a los locutores del Vaticano cubriendo la chimenea con una gaviota como única fuente”, ironizó un usuario en X (antes Twitter). “El bebé gaviota viviendo su primer acontecimiento histórico nada más nacer”, comentó otro, al detectar también a una cría junto a su madre en una de las imágenes.
Pero más allá del humor y el furor viral, hubo algo innegablemente simbólico en la escena. La gaviota apareció por primera vez durante la jornada anterior, coincidiendo con la segunda fumata negra. Muchos la interpretaron como una señal de persistencia o testigo silencioso de un momento crucial. Volvió por la mañana, sobrevoló la chimenea y, finalmente, volvió a posarse justo antes de que el humo blanco se alzara al cielo. Como si custodiar la elección del nuevo papa fuera parte de su misión no escrita.
En paralelo, miles de fieles se agolpaban en la Plaza de San Pedro, atentos a cada movimiento de la chimenea y cada crónica en directo. Las votaciones del segundo día del cónclave avanzaban sin consenso hasta la tarde, cuando por fin se logró el voto de al menos dos tercios de los cardenales. La fumata blanca, tan esperada, se alzó entre vítores, aplausos y lágrimas. Pero antes de que el cardenal protodiácono pronunciara el clásico “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam”, ya había alguien más que lo sabía. O eso quisieron creer muchos.
La gaviota no habló, no emitió señales místicas, pero se quedó. Observó. Y se convirtió, sin saberlo, en el ave que anticipó el humo blanco. Porque aunque la historia la escriben los hombres, a veces los animales se cuelan por la rendija del símbolo.
En tiempos donde todo puede viralizarse y donde los gestos mínimos alcanzan escala global, la imagen de aquella gaviota sobre la chimenea del Vaticano quedará para el recuerdo colectivo. Como un guiño divino, una casualidad poética o, simplemente, como una espectadora privilegiada del instante en que el mundo católico se llenó de esperanza.