Juan Evaristo, 35 años, sobre las condiciones laborales: “Los jóvenes saben que el trabajo no les va a garantizar la buena vida que tenían sus padres”
Condiciones laborales
El escritor asegura que los jóvenes de hoy en día priorizan poder conciliar, tener un ambiente saludable en el trabajo y contar con más tiempo libre para disfrutar de la vida
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Juan Evaristo
Los jóvenes de hoy en día tienen una nueva mentalidad: trabajar para vivir, no vivir para trabajar. Esta forma de tomarse la vida ha sido adoptada por la Generación Z, una generación que no negocia con su bienestar y con su tiempo libre, a diferencia de sus predecesores.
Así lo asegura Juan Evaristo, escritor y profesor de filosofía de la cultura en la Universidad Complutense de Madrid. El joven aborda este tema en el último episodio de Literal, el videopódcast presentado por Emilio Doménech, en el que también participan Alba Leiva, redactora en El Orden Mundial y Adriana Hest, politóloga y jurista.
Juan Evaristo
El programa arrancaba con un dato sorprendente: “España tiene una de las tasas de rotación juvenil más altas de toda Europa: 2 de cada 5 jóvenes entre 18 y 28 años abandona su empleo en menos de un año”, asegura un estudio reciente de Ranstad de 2025. ¿Significa este dato que los jóvenes españoles no se toman en serio su trabajo? ¿Tienen las nuevas generaciones menos aguante que las anteriores? Juan Evaristo lo tiene claro: la respuesta es que no. Sin embargo, hay una serie de matices a destacar.
Para el escritor de 'El derecho a las cosas bellas: Vindicación de la vida holgada', los jóvenes de hoy en día priorizan poder conciliar, tener un ambiente saludable en el trabajo y sobre todo, contar con más tiempo libre para disfrutar de la vida. Una mentalidad que no compartían sus padres, y mucho menos sus abuelos.
“Si hacemos una reflexión en clave histórica de cómo ha ido evolucionando el régimen del trabajo, podemos pensar que en la generación boomer había una cultura y un mercado laboral muy estable y un sentido fuerte de lealtad” afirma Evaristo, quien añade: “El empleado trabajaba porque su empresa le iba a cuidar. Esta reciprocidad empieza a quebrarse en la cultura neo-liberal del trabajo en los años 90, porque empieza a aumentar la precariedad de las condiciones laborales”. Según un estudio de Global Workforce of the Future, sólo un 20% de los baby-boomers se sentían quemados en el trabajo, seguidos de la generación X con un 32%, los millennials con un 42% y los centennials con un 40%.
No es que los jóvenes tengan menos aguante, sino que entienden que cuando un trabajo es precario, no hay reparo en dejarlo
Para la generación millennial, la cultura del trabajo cambia ligeramente, convirtiéndose en una forma de darle sentido a la vida y realizarse personalmente: “Pero toda esta fantasía buenrollista entra en crisis en la pandemia” asegura Evaristo, el cual ha observado un punto de inflexión con la llegada de la Covid-19.
El escritor asegura que la generación Z no cree en las promesas de felicidad derivadas del ámbito laboral, puesto que saben que la lealtad nunca será recíproca: el trabajador da mucho y a él le dan poco. “La gente empieza a no tener reparo en dejar el trabajo, ya que entiende que el trabajo no le va a garantizar el bienestar. El bienestar se encontrará de otra forma” afirma Evaristo.
Las condiciones precarias en nuestro país han ido generando cierto malestar, el cual ha terminado rompiendo la fantasía de realizarse a través del trabajo: “Una vez entendemos que el trabajo es una necesidad hacemos el clic y cambiamos las prioridades de nuestra vida” sentencia Evaristo. Para el filósofo, el trabajo debe ocupar lo menos posible de nuestra vida porque el sentido y el valor de la misma están en otro lugar. “Se ha roto la falsa conciencia que nos hacía estar aceptando condiciones miserables por una fantasía de buena vida que no llega nunca” añade.
Al final, lo que muestra este cambio generacional no es falta de compromiso, sino un cambio de rumbo consciente. La Generación Z ha dejado de buscar sentido en un trabajo que ya no promete estabilidad ni recompensa, y ha decidido poner el foco en aquello que sí merece la pena: su tiempo, su salud mental y su vida fuera de la oficina. Una decisión que cuestiona el viejo mantra de vivir para trabajar y que empieza a abrir espacio a una idea totalmente distinta: que el bienestar no es un premio del futuro, sino una exigencia del presente.