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Manuel, pastelero jubilado con 45 años cotizados, denuncia la precariedad del final de la vida laboral: “Esto es trabajar para morir”

Jubilación

La historia de un pastelero que dedicó toda su vida al trabajo y llega a la jubilación con una pensión que no refleja su esfuerzo ni sus 45 años cotizados

Manuel, pastelero jubilado con 45 años cotizados. 

La Sexta

Manuel lleva toda una vida entre hornos, masas y madrugones. Comenzó a trabajar siendo casi un niño y no dejó de hacerlo hasta su jubilación. Hoy, con 45 años cotizados, no llega a los 900 euros de pensión. Su caso no es excepcional, pero sí especialmente revelador: muestra cómo miles de trabajadores de barrios obreros llegan a la vejez con pensiones que no reflejan ni de lejos el esfuerzo de una vida entera de trabajo.

A Manuel se le quiebra la voz cuando explica a los micrófonos de La Sexta cómo vive con esa cuantía. Cuando le preguntan si le parece justa la pensión que recibe, responde con crudeza: “Si no puedes comer ni vivir, ¿qué más da?”. No busca dramatizar; simplemente describe una realidad diaria que afronta con resignación. La sensación de haber trabajado toda la vida para no poder disfrutar del descanso merecido pesa más que cualquier cifra.

“Esto es trabajar para morir”, lamenta Manuel al comprobar que su pensión no cubre ni lo esencial

Uno de los factores que explican por qué su pensión es tan baja tiene que ver con las condiciones laborales que sufrió durante décadas. Como tantos trabajadores de barrios humildes, cotizó menos horas de las que realmente trabajaba. Aceptar esas condiciones era la única forma de conservar el empleo y mantener a su familia. Él mismo reconoce que era algo habitual en su entorno: se trabajaba mucho más de lo que figuraba en la nómina.

A esa irregularidad laboral se suma la falta de ahorro. Manuel vivió siempre de alquiler y nunca tuvo margen para hacer aportaciones a un plan de pensiones privado. Tampoco pudo invertir en una vivienda que hoy pudiera alquilar. Por eso, su única fuente de ingresos es la pensión. Cada gasto extra es una preocupación y cada subida de precios se convierte en un sobresalto.

“Cuantos más, mejor”, defiende Manuel, convencido de que solo la unión puede mejorar la situación de los pensionistas

Aun así, intenta mantenerse activo y participar en las movilizaciones de pensionistas siempre que puede. Considera que la única manera de que la situación mejore es que la gente se organice. Lo resume en una de las frases que repite con más convicción: “Cuantos más, mejor”. Para él, reclamar pensiones dignas no es quejarse: es justicia.

Las diferencias con los barrios más acomodados son evidentes. Mientras Manuel lucha por llegar a fin de mes, jubilados de zonas ricas perciben pensiones cercanas a los 2.200 euros, en muchos casos la máxima. Son personas que han tenido carreras estables, salarios altos y oportunidades de inversión. Muchos complementan sus ingresos con alquileres o rentas de patrimonio, una realidad completamente distinta a la de Manuel.

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La comparación no solo evidencia desigualdades económicas, sino también sociales. En los barrios más acomodados, la jubilación se vive como una etapa tranquila, planificada y, a menudo, con recursos extra. En cambio, para muchos jubilados de clase trabajadora, es una etapa de incertidumbre: toca estirar cada euro y renunciar a cosas básicas para poder pagar luz, comida y medicinas.

La brecha se agranda cuando se analiza el acceso a la salud, la vivienda o la posibilidad de tener apoyo familiar. Quienes han vivido en empleos precarios suelen afrontar también jubilaciones más vulnerables: más enfermedades relacionadas con trabajos duros, menos ahorros y más dependencia económica.

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El caso de Manuel no es un caso aislado; es el retrato silencioso de una generación completa que sostiene el sistema con su trabajo, pero no recibe una compensación proporcional. Su historia invita a reflexionar sobre un problema estructural: cómo es posible que personas que han trabajado toda su vida terminen su carrera laboral en condiciones de necesidad.

Y mientras el debate sobre el futuro de las pensiones continúa, su frase sigue resonando como un recordatorio incómodo: “Si no puedes comer ni vivir, ¿qué más da?”. No es solo una queja; es el resumen de una injusticia que miles de jubilados llevan años denunciando.

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