¿Te suena la expresión “quemar los barcos” o “quemar las naves”? ¿Conoces su significado y procedencia? Se trata de un dicho empleado para referirse a una resolución inamovible, sin posibilidad de retractarse: jugárselo todo a una carta sin opción a dar marcha atrás.
Actualmente, se aplica a transformaciones cruciales, elecciones laborales o compromisos personales donde no hay un respaldo. Sin embargo, su procedencia histórica, comúnmente asociada con Hernán Cortés, está llena de sutilezas y, de acuerdo con especialistas, de una equivocación muy extendida.
Las naves, de hecho, no fueron incendiadas.
La connotación simbólica de la frase es evidente: dedicarse plenamente a una meta, aun siendo consciente de la posibilidad de fracaso. Implica abandonar la comodidad de lo familiar para progresar sin opción de retroceso. Esta noción de firme resolución ha hecho que la expresión sea comúnmente utilizada en la actualidad, tanto en declaraciones políticas como en contextos de inspiración. Sin embargo, el evento histórico al que frecuentemente se le atribuye no sucedió precisamente de la manera en que se ha relatado a lo largo de los siglos.
La versión más difundida ubica su inicio en 1519, cuando Hernán Cortés arribó a las costas del territorio mexicano actual con una expedición española. De acuerdo con la narrativa común, el conquistador dio la orden de incendiar las embarcaciones para evitar que sus tropas volvieran a Cuba, obligándolos de esta manera a adentrarse en el país y proseguir la subyugación del Imperio Azteca. Dicha acción se habría manifestado como una muestra radical de autoridad y firmeza.
Representación de Hernán Cortés llegando a las puertas de Tenochtitlan
No obstante, los historiadores concuerdan en que Cortés no incendió las embarcaciones de forma literal. El cronista Bernal Díaz del Castillo, quien presenció la expedición de primera mano, detalla en su obra 'Historia verdadera de la conquista de la Nueva España' que el natural de Extremadura “mandó barrenar los navíos”, lo que significa que las agujereó y las dejó inservibles a propósito. La finalidad no era tanto una escenificación sino una medida táctica para prevenir fugas, además de permitir la reutilización de componentes valiosos como la madera, los clavos y las piezas metálicas.
Esta perspectiva socava la representación heroica del fuego devorando las embarcaciones, pero no disminuye en absoluto la fuerza de la acción. De hecho, inutilizar las naves significaba también suprimir cualquier ruta de salida y aceptar que el retorno solo se lograría al avanzar por el territorio. Adicionalmente, existe un detalle, pues los especialistas apuntan a que varios de los navíos ya se encontraban en condiciones deficientes, lo que convertía la medida en una elección sensata y pragmática.
Una acción que Hernán Cortés no solo llevó a cabo
Ciertos académicos también señalan que la noción de aniquilar las vías de regreso no fue una ocurrencia única de Hernán Cortés. Se encuentran menciones parecidas en épocas pasadas, como las del general cartaginés Aníbal o Alejandro Magno, quien al arribar a la costa de Fenicia, dispuso la quema de sus embarcaciones para que sus tropas comprendieran que la única senda de regreso a casa radicaba en la victoria. Sin embargo, en muchas de estas instancias, se trata de narraciones literarias más que de sucesos verificados.
De este modo, “quemar los barcos” ha perdurado como una imagen potente, aunque fundamentada en una interpretación distorsionada de los hechos. Cortés no los incineró, sino que los desmanteló. No obstante, el significado fundamental de la frase se mantiene tan relevante en la actualidad como hace quinientos años.

