En defensa de la escena final de 'Stranger things'
¡Spoilers!
Los Duffer le han echado un par al meter ese conflicto emocional en el centro de la acción
Finn Wolfhard está estupendo como Mike Wheeler pero no va sobre él este artículo.
Cuando Ross y Matt Duffer comenzaron a discutir sobre cómo iban a enfocar la temporada final de Stranger things, llegaron a la conclusión que debían colocar a Will en el centro: “Es el personaje que lo empezó todo, y gran parte de esta temporada iba sobre completar el círculo y volver al principio, lo que nos hizo pensar en por qué desapareció”. Pero, aparte de pensar en la mitología interna de la serie, quisieron centrarse en el conflicto particular del personaje: cómo intenta entender y abrazar su identidad en una década donde no era fácil para un adolescente homosexual. Así es cómo dieron con el desenlace de esta primera mitad de episodios que, francamente, es sensacional (y, por supuesto, aquí hay spoilers).
En la base militar del Upside Down se demostró que tanto el plan de los protagonistas como del ejército americano habían fracasado: las fuerzas de Vecna habían sido capaces de penetrar el perímetro, salir prácticamente ilesos de las balas y explosiones y de secuestrar a los niños que el villano necesita para ejecutar su plan. Vecna, de cuerpo presente, confesó a Will por qué le había raptado de pequeño: le consideraba un ser débil. Era la impresión que había dado hasta ese momento, atormentado por unas habilidades que nunca había querido.
Will, que había estado en un segundo plano en las anteriores temporadas, otra vez volvía a estar más vinculado que nunca al villano y a los demogorgons, siendo capaz de sentir y rastrear sus movimientos, y de sufrir también sus heridas. Era significativa la posición de Joyce: le había impedido moverse libremente, a diferencia del resto de la pandilla, por miedo a perderle otra vez. Pero, gracias a profundizar en su amistad con Robin, Will adquirió más determinación. En ella tenía un modelo sobre cómo moverse con seguridad a pesar de ser homosexual en una época no especialmente gay-friendly.
Así que, cuando todo parecía perdido, con los demogorgons a punto de matar a Finn, Lucas y Robin, Will se dio cuenta: si se aceptaba tal y como era, tenía más poder de lo que nadie podía imaginar. Los Duffer colocaron un montaje con imágenes de su infancia y de cómo, a pesar de ser un chico reservado, había conseguido tener una vida tan plena y rodeada de personas que le quieren. Y, tras asumir su identidad, se hizo en control de los demogorgons hasta romperles los huesos y asesinarlos. Con un último plano en el que Will se limpiaba la sangre que le salía de la nariz, Stranger Things revelaba que Eleven no era la única arma atómica que tenían los protagonistas para derrotar a Vecna.
Que la escena entrase de forma tan descarada en el cánon del cine espectáculo, con el héroe desatando una fuerza increíble en el momento oportuno, no quita que fuera una jugada maestra por parte de los hermanos Duffer. Teníamos los flashbacks manipuladores, sí, pero el giro era coherente con el arco dramático de Will y, en resumidas cuentas, funcionaba. Los creadores, además, se merecen un reconocimiento por la forma en la que unieron una catarsis individual dentro de una escena tan complicada a nivel de producción, posiblemente la más ambiciosa de esta temporada.
Entre disparos, monstruos sobrenaturales e incluso un momento gore, y con millones de dólares en la pantalla, mezclaron trama y conflicto de personaje para decir al público y a Will que ser homosexual no es ninguna vergüenza: aceptarse a uno mismo es la única forma que tiene una persona de explotar todo su potencial. Habrá quienes piensen que en 2025 esta clase de mensajes están superadísimos, que están pasados de moda. Pero, en medio de la ola reaccionaria de Estados Unidos (y el resto del mundo), se agradece que la escena determinante de la temporada, la más espectacular, tenga un texto tan cristalino para los cientos de millones de espectadores de Stranger things en todo el mundo.
No solo es entretenimiento comercial bien hecho sino que, además, en la temporada final decide utilizar todos sus supuestos lugares comunes y eficiencia narrativa para rematar un conflicto íntimo. ¿Cuántos blockbusters hemos visto que relegan a las personas homosexuales a personajes secundarios o fácilmente borrables en la sala de montaje? Mientras Disney elimina masculinidades menos normativas y personas trans de las producciones de Pixar, o borra besos, o convierte la diversidad LGTB en casos excepcionales del universo de Marvel, aquí el personaje en cuestión está en el centro del relato y como héroe inesperado.
Lo habitual en las superproducciones audiovisuales es que, con la excusa de la búsqueda de un público amplio y el máximo de mercados posibles, los directivos justifiquen la homofobia creativa. En Stranger things, en cambio, le han echado un par de huevos.