Crítica de 'Stranger Things': Hay excelencia en la eficiencia
Ha regresado
Los hermanos Duffer no modifican su fórmula, que continúa siendo un entretenimiento comercial formidable

A Finn Wolfhard le contrataron que era un buen actor infantil. Y, una década más tarde, todavía es un buen actor.

Stranger Things, como obra de entretenimiento, posiblemente es el mayor acierto de la historia de Netflix. Los hermanos Matt y Ross Duffer, que se criaron en los 90 viendo las películas que entonces se emitían por la tele, supieron tomar bien los apuntes sobre cómo se creaba el cine espectáculo y comercial, con suficientes dosis de comedia, dramatismo, aventura e incluso terror para tener pegados en el sofá a más de una generación de espectadores. Y, ahora que se han tenido que enfrentar a la escritura, dirección y producción de la temporada final de su serie, no han perdido esta habilidad. Otra vez (y ya van cinco) muestran hasta qué punto tienen un dominio del entretenimiento comercial.
Esta crítica, que conste, está escrita tras ver los cuatro episodios estrenados este jueves (los tres siguientes se podrán ver el 26 de diciembre y el último estará en la plataforma de contenidos el 1 de enero). La historia se retoma después de los hechos acontecidos en Hawkins al final de la cuarta temporada cuando Vecna abrió una brecha en el pueblo para intentar instaurar el Upside Down en nuestra realidad. Toda la población está confinada y custodiada por el ejército estadounidense, hay una orden de busca y captura de Eleven, y nuestros chavales, cuando una tragedia sacude sus vidas, se ponen manos a la obra: toca acabar con el villano, cueste lo que cueste, incluso si esto significa arriesgar sus vidas.

En las primeras escenas del primer capítulo, como manda el audiovisual con estas pretensiones accesibles, Robin explica al espectador mediante su programa de radio musical cómo ha sido la vida en Hawkins en este tiempo alejados de nuestras pantallas (que para ellos han sido unos meses, para nosotros unos años). Así se puede mostrar esta realidad marcada por el dominio militar y cómo se han organizado los protagonistas como un movimiento de resistencia: saben que, por más que haya inquietantes altos mandos por el pueblo (uno de ellos interpretado por la Linda Hamilton de Terminator), ellos son los únicos capaces de derrotar a Vecna y de tener clara la prioridad de mantener a salvo sus vecinos y amigos.
Justo cuando el espectador se puede plantear si Stranger Things ha perdido su gancho al exponer su situación, Matt y Ross Duffer aprietan el acelerador con una conclusión en el primer episodio que ya capta la atención del espectador. Quizá hay quienes les quieran reprochar que no buscan experimentar a nivel argumental o de tono, pero controlan a la perfección el ritmo de su obra y también son siempre conscientes de qué actores tienen en pantalla. Son hábiles en la anticipación y construcción de situaciones, siempre solventes en sus intenciones (sean de acción, de emoción, de tensión o de todas estas ambiciones al mismo tiempo), incluso cuando implica tomar como referencia Solo en casa de Chris Columbus.

Se agradece, además, que un elenco tan coral y donde tantos miembros fueron contratados de niños o adolescentes no haya ningún eslabón débil, incluso en las nuevas incorporaciones infantiles (Nell Fisher como Holly y Jake Connelly como Derek). Joe Keery, Sadie Sink y Maya Hawke son los jóvenes con más carisma, y por eso los reparten con astucia en las tramas, pero el resto se enfrentan con solvencia a sus respectivos desafíos dramáticos. Aquí se podría hacer hincapié en Noah Schnapp, a quien se le vuelve a dar más protagonismo tras ser el misterio de la temporada inicial (y así cerrar el ciclo), un Finn Wolfhard magnético en su saber estar, y una Millie Bobby Brown que nunca olvida que Eleven tiene unas aptitudes sociales distintas del resto de chavales de su edad. Nunca es obvia pero su peculiaridad es omnipresente.
Como decía, se le puede recriminar la falta de novedad. La estructura otra vez se caracteriza por la división de los personajes en distintas misiones, si bien esta vez las idas y venidas permiten más dinamismo en las interacciones. De la misma forma que la tercera temporada aprovechó que el público de Stranger Things había crecido para elevar el listón en el terror, aquí se mantiene continuista. Pero se agradece que, dentro de esta propuesta tan previsible y calculada, los Duffer no olviden la humanidad de los personajes en medio de la trama definitiva. Además, entienden que los fuegos de artificio argumentales no tendrían ningún impacto si no tuvieran en el centro los conflictos emocionales de los personajes.

Dustin está de duelo por la muerte de Eddie. La relación entre Eleven y Hopper está impregnada de amor y de traumas. Will todavía busca su identidad en unos años 80 donde ser homosexual no era precisamente el camino fácil. Joyce todavía tiene remordimientos por lo que le ocurrió a su hijo cuando Vecna lo secuestró. Max está en coma, por lo que ni tan siquiera pueden fingir cierta normalidad con la brecha del Upside Down cubierta por el gobierno. Y, con todo esto en mente, Stranger Things raciona los giros y concluye esta primera mitad de su final con un alarde de emoción.
Si hay escenas durante la temporada que obligan a pensar si los Duffer no habrían podido planificar mejor sus escenas en cuanto a la dirección, cualquier crítica se borra con un desenlace catártico, de rabiosa emoción. Hay excelencia en la eficiencia.