Era la noche de Reyes de 1991 y una joven de 24 años vecina de la localidad de Avilés, en Asturias, decidió hacer autostop en Oviedo. Lo que no sabía entonces es que el hombre que la recogió la mataría, la despedazaría y luego la enterraría en cal viva en una caseta detrás de su vivienda, en la localidad langreana de Barros. Semanas después del crimen, cuando el asesino vio que los roedores estaban hurgando en la caseta, se deshizo de parte de los restos de la joven tirándolos al río Nalón.
El hombre fue juzgado por estos hechos en 1997, cuando la Audiencia Provincial de Oviedo le condenó por homicidio y el asesino murió en enero del año pasado, en 2024. Sin embargo, la Guardia Civil ha reabierto el caso, pues la familia de la víctima no había podido enterrar los restos de la joven, que se encontraban en paradero desconocido. Así se desprende de la información publicada por La Nueva España.
La joven
La Guardia Civil ha decidido mantener el nombre de la víctima, cuyos restos ya descansan junto a su familia, en el anonimato
La Guardia Civil ha explicado este lunes que se ha retomado la investigación porque “en una de estas revisiones llevada a cabo en mayo del pasado año y fruto de la evolución del análisis de nuevos métodos de identificación, los agentes contactaron con la familia para tomar muestras de ADN para aportar algún dato nuevo que permitiera cotejarlo con algún cadáver sin identificar o posteriores identificaciones. Posteriormente, en junio, los agentes volvieron a tomar una muestra de ADN a la hija de la desaparecida, ya que la abuela había fallecido”.
Ahora, 34 años después del crimen, los restos de la joven han sido identificados. Pero, hasta llegar a este punto, el caso ha sido un gran entramado. Para empezar, la vida que llevaba la víctima se movía por el lado más oscuro de la ciudad. Por ello, aunque desapareció en 1991, no se presentó una denuncia sobre su desaparición hasta 1995, cuando su madre se presentó en comisaría.
En paralelo, informa La Nueva España, ese mismo año, una mujer acudió a la Policiía Nacional de Langreo y denunció a su pareja. Contó a los agentes que el hombre había matado a una joven años atrás y que después había enterrado sus restos en una casa vieja de Barros, cubriendo a la víctima con cal viva. La denunciante terminó detenida como presunta encubridora.
Se comprobó que el relato de la mujer era cierto, y el autor de este crimen detalló que dijo que había pinchado a la víctima en una nalga, donde infligió la herida que fue mortal. El condenado confesó que metió a la joven en el maletero de su coche y que cuando llegó a su casa –al municipio de Langreo– la avilesina ya había fallecido.
En el juicio, el condenado declaró: “Iba circulando con el coche y me agredió una señorita que había cogido haciendo autostop. No discutimos [en declaraciones anteriores había dicho que la joven le quería robar], pero, de repente, ella me dio una puñalada en el dedo. Tras esta agresión, la expulsé del coche y salí despedido. Hubo un forcejeo y ella volvió a agredirme. La empujé contra el coche y la metí en el maletero para llevarla a Comisaría. Abrí el maletero en los túneles de Riaño cuando la chica dejó de insultarme. Vi que no se movía. Me fui a casa”.


