Lo cuenta sin rodeos, sin adornos y con el vértigo de quien ha tardado años en ponerle nombre a lo que sintió. La cantante Zahara ha relatado una de las situaciones más incómodas, humillantes y violentas que vivió al inicio de su carrera musical, en un entorno que se suponía profesional.
“Yo he estado en una oficina de una gran discográfica, en una habitación sola, con un jefe, y me han abierto un flycase con dildos, y me han dicho que los coja y que elija uno”, explicó en el pódcast ‘Está el horno para bollos’ de RTVE. Lo dijo con naturalidad aparente, pero con una carga emocional que no se disimula: “Tenía veinte y pocos años. Él tenía como veinte más. Y yo, completamente anulada, me preguntaba qué se esperaba de mí en esa situación”.
Según Zahara, el hombre abrió el maletín y comenzó a hacer bromas sobre los tamaños. “Me hablaba de las réplicas, en plan: mira ese qué pequeño, son réplicas de las pijas de Rammstein, que se han hecho su maletín, ja, ja, ja. Me dijo: coge el más pequeño, pobrecito, ¿no?”.
La artista reconoce que, en su cabeza, se imaginó una respuesta muy distinta. “Tenía una narrativa en la que cogía el dildo más grande, se lo tiraba a la cabeza y salía gritando de allí”, dice. Pero la realidad fue otra: “Lo cogí. E intenté que todo pasara rápido. Me sentí completamente paralizada”.
“Me sentí completamente anulada”
Zahara recuerda el desconcierto que sintió al estar sola, joven y sin herramientas para reaccionar ante una situación abusiva
Zahara reflexiona ahora sobre cómo habría reaccionado si aquella escena se repitiera en su vida adulta. “Creo que ahora habría cogido el maletín, le habría dado un golpe en la cabeza y habría reaccionado con violencia. Pero entonces no supe qué hacer. Estaba anulada”, admite.
El testimonio se suma a muchos otros que han empezado a aflorar en el mundo de la música y del entretenimiento, donde las dinámicas de poder, la diferencia de edad y la informalidad encubren actitudes claramente abusivas. En ese mismo episodio del pódcast, la presentadora Judith Tiral también compartió una experiencia vivida en su etapa como trabajadora de marketing: “Con veinte o veintiún años, mi jefe me mandó un correo diciendo que yo era tan buena trabajando que, si no fuera porque era lesbiana, no sabría cómo sacarme más provecho. Me puse nerviosa, no supe cómo reaccionar”.
El testimonio de Zahara pone voz a muchas situaciones silenciadas por el miedo, la confusión o el desequilibrio de poder. “¿Qué tipo de ser humano soy ahora mismo?”, se preguntaba aquella joven de poco más de veinte años, tratando de interpretar lo que ocurría en una habitación en la que no había lugar para la música, ni para el respeto.
Hoy, más de una década después, se ha atrevido a contarlo. Porque ya no está anulada. Porque ahora sí sabe qué se espera de ella: que lo cuente.