Los otros derrotados de Waterloo

La historia de Bijou y Cadet, dos héroes napoleónicos de cuatro patas

Estos caballos, dos veteranos de guerra que murieron en la batalla que marcó el fin de la Francia del primer imperio, ilustran el protagonismo equino en las guerras del siglo XIX

Así vio la retirada francesa el pintor inglés Ernest Crofts (1847-1911)

Así vio la retirada francesa el pintor inglés Ernest Crofts (1847-1911)

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Hay heridas que aún no se han cicatrizado en Francia, como prueba que las autoridades comunitarias francesas se hayan opuesto frontalmente a los planes de Bélgica para conmemorar el bicentenario de Waterloo. Los belgas pretendían acuñar una moneda de curso legal de dos euros, en cuyo reverso figurase una mención a la batalla que tuvo lugar el 18 de junio de 1815 y "que definió Europa", en palabras de Victor Hugo. Pero Francia utilizó su capacidad de veto, al considerar la idea de "mal gusto". Bélgica aceptó a medias, puesto que retiró el proyecto pero acuñará otra moneda para coleccionistas.

Los franceses, tan dados a la grandeur, no encajan todavía bien la última y definitiva derrota de Napoleón, que después de Waterloo vivió el resto de sus días confinado en una isla perdida en medio del océano Atlántico, Santa Helena. No es la primera vez que algunos franceses reaccionan airadamente en  contra de lo que consideran un menosprecio a l’epopée napoléonienne. En el 2012, a raíz de otro bicentenario de postín, el de la desastrosa invasión francesa de Rusia, una entidad financiera francesa jugó con la polisemia de retraite (que puede significar jubilación o retirada, en el sentido de huida del campo de batalla) y lanzó una campaña para sus planes de pensión con un lema que levantó ampollas: "No haga como Napoleón y consiga una jubilación cálida". El cartel iba ilustrado con un cuadro del emperador en las gélidas planicies de Rusia donde comenzó su canto del cisne.

A pesar de todo, los 200 años de Waterloo serán motivo en Francia de exposiciones, conferencias, novedades editoriales y reimpresiones de títulos clásicos sobre estos hechos históricos. Algunos canónicos, como Las campañas de Napoleón (La esfera de los libros), del británico David Chandler. Otros de marcado carácter épico y hagiográfico, como La bataille de Waterloo, de Jean-Claude Damamme, rendido a la leyenda. Y unos terceros desmitificadores, como Les mensonges de Waterloo (Las mentiras de Waterloo), de Bernard Coppens, que recuerda el tremendo coste en vidas humanas que tuvieron las ambiciones de Napoleón. Pero pocos estudios destacarán el papel de los segundos grandes derrotados en aquella ocasión, los caballos.

Napoleón, por cierto, dirigió casi todos los movimientos de su ejército desde una calesa. La leyenda sostiene que las hemorroides le impedían montar a caballo, aunque los historiadores no se ponen de acuerdo sobre este punto. Andrew Roberts subraya en Waterloo (Siglo XXI) el inútil sacrificio de la caballería pesada francesa, que intentó barrer los cuadros de la infantería británica de forma suicida, con escaso apoyo de la artillería móvil y nulo o inexistente refuerzo de la infantería. El cineasta ruso Sergei Bondarchuk recreó magistralmente su inmolación en la película Waterloo, una coproducción de 1970 entre la URSS e Italia.

Los nombres de dos de aquellos alazanes han llegado hasta nuestros días. Un sargento mayor de los cazadores a caballo de la Guardia Imperial alcanzó la retaguardia, llevando de la brida a Bijou, un caballo del que se apropió en una carga contra los mamelucos en la batalla de las Pirámides, durante la campaña de Egipto, ¡el 21 de julio de 1798! El militar, que había recibido un disparo en la pierna izquierda, estaba más preocupado por su compañero, del que no se había separado desde entonces. El animal, que arrastraba las entrañas por el suelo, murió poco después.

No lejos de allí, otro caballero del que sabemos incluso la identidad, el oficial Melet, dragón de la Guardia, lloraba sobre el cadáver de su montura, Cadet. Jinete y caballo también habían sido inseparables y participaron juntos, entre otras campañas, en las de  Prusia y Polonia, en 1806 y 1807; de España, en 1808; de Austria, en 1809; de nuevo en España, en 1810 y 1811; y de Rusia, en 1812. Bijou y Cadet fueron dos de los poquísimos caballos que regresaron a Francia después de la desastrosa aventura militar de Rusia, lo que indica el desvelo y el mimo con que les trataron sus propietarios, así como su desesperación cuando los perdieron para siempre en Waterloo.

Hasta el siglo XIX el principal medio de transporte en las batallas terrestres fueron los caballos. Los equinos tuvieron un destacado papel en la Primera Guerra Mundial e, incluso, participaron en la Segunda. Pero Waterloo fue una de las últimas grandes batallas que se libraron casi exclusivamente a lomos de caballos. Las escenas de aquellas alocadas cabalgatas se vieron quizá por última vez en la guerra de Crimea, que enfrentó entre 1854 y1856 a Rusia por un lado y a Reino Unido, Francia y Turquía, por otro.

Más de 600 jinetes, dos regimientos del 17º de Lanceros de la División de Caballería Británica, se lanzaron en una carga absurda y suicida contra la artillería rusa fortificada en Balaclava el 25 de octubre de 1854. El episodio forma parte del imaginario colectivo británico gracias a un épico poema de Alfred Tennyson (La carga de la Brigada Ligera) y a la airada respuesta de Rudyard Kipling, que criticó que su país enalteciera a unos héroes a los que en realidad había abandonado a su vuelta a casa.

Por increíble que parezca, de los 666 jinetes que iniciaron el avance, sólo 271 no regresaron a sus líneas, entre  muertos (110) o prisioneros y heridos (161). El resto de lanceros cabalgaron casi dos kilómetros bajo el fuego de los cañones rusos, atacaron y persiguieron a la caballería rival detrás de los cañones y volvieron ilesos, montados o a pie, valle arriba y con el enemigo a sus espaldas. El número de caballos muertos fue considerablemente mayor: 332 cayeron durante la carga y a otros 43 se les remató para evitarles sufrimientos, como explica Terry Brighton en El valle de la muerte (Edhasa).

El lema del 17º de Lanceros, como el de muchos jinetes caídos  en Waterloo y en tantas y tantas carnicerías irracionales, era "Muerte o gloria".

Grabado de un cuadro de August Friedrich Andreas Campe (1777-1846) sobre la huida de Napoleón de Waterloo

Grabado de un cuadro de August Friedrich Andreas Campe (1777-1846) sobre la huida de Napoleón de Waterloo

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Cuadro de Alexander Ivanovich (1783-1844) sobre las tropas rusas que se dirigían a Waterloo para reforzar a los aliados angloprusianos y que no llegaron a entrar en combate por la temprana derrota de Napoleón

Cuadro de Alexander Ivanovich (1783-1844) sobre las tropas rusas que se dirigían a Waterloo para reforzar a los aliados angloprusianos y que no llegaron a entrar en combate por la temprana derrota de Napoleón

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