Sin castigo penal en Estados Unidos para los oligarcas del fentanilo

La crisis de los opiáceos

La familia del laboratorio origen de una epidemia de muertes pagará 7.400 millones, pero no irá a juicio

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El OxyContin, origen de las muertes causadas por el abuso del fentanilo 

AP

La epidemia de los opiáceos en Estados Unidos tiene centenares de miles de caras sin rostro, de historias sesgadas prematuramente, de tumbas sin lápidas, de obituarios anónimos.

Entre ese colectivo –más de 100.000 muertos por sobredosis en el 2024, el mejor año en décadas– emerge un apellido. La familia Sackler y su farmacéutica Purdue Pharma se hallan en el origen de la crisis, acelerada por el fentanilo, con la introducción en la década de los años noventa del OxyContin.

El psiquiatra Arthur Sackler impulsó el Valium, predecesor del opiáceo OxyContin

Este potente analgésico, que hizo que la fortuna de los Sackler creciera de manera exponencial, convirtió en adictos a millones de ciudadanos cuando les prometieron la panacea contra el dolor sin que les causara toxicomanía, y, menos aún, los aniquilara. Camuflaron su mentira con el aval de la administración federal, a la que engañaron.

El presidente estadounidense Donald Trump impone aranceles a China por “el fentanilo ilegal que ha producido y permitido distribuir en nuestro país”. También está dispuesto a bombardear en México para atacar a los narcos que meten ese veneno dentro de EE.UU.

Se olvida, como replican muchos mexicanos, que el problema reside en que a los estadounidenses les va el consumo o, como dijo el presidente Obama, este es un país sin aguante ante una dolencia. Pero ni Trump ni sus predecesores anunciaron acción penal alguna contra los Sackler, una de las familias más ricas y secretas del planeta.

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“Depredadores”: manifestación contra los Sackler 

AP

Solo el empeño de decenas de estados, ayuntamientos y naciones tribales lograron esta semana un pacto con la familia y sus laboratorios por el que pagarán 7.400 millones de dólares en indemnizaciones. Pero se irán de rositas, sin acusación penal.

Durante décadas, el apellido Sackler fue sinónimo de filantropía, a menudo extravagante, en el mundo del arte. Su apellido brillaba en el Louvre, la Tate, el Guggenheim o el Metropolitan, a la vez que daban nombre a escuelas de medicina en Oxford, Yale o Harvard.

Tal vez seguiría todo igual de no haber sido por la movilización social contra esas donaciones manchadas de sangre. Incluso el Templo de Dendur, regaló del gobierno de Egipto al Metropolitan y traído piedra a piedra desde el Nilo, era conocido como el templo de los Sackler, “los Medicis modernos”.

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Richard Sackler, el sucesor 

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Los hermanos Arthur, Mortimer y Raymond Sackler nacieron en Brooklyn. Sus padres, Isaac y Sophie (Greenberg) fueron judíos que emigraron de Galitzia, hoy Ucrania, entonces Polonia, y se establecieron en ese distrito neoyorquino. Abrieron una tienda de comestibles.

El centro de gravedad lo asumió Arthur, el mayor de los hermanos, nacido en 1913. Era una figura extraordinaria, con mucha inteligencia y aún más motivación, como lo describe Patrick Radden Keefe en su libro El imperio del dolor .

Gracias a su trabajo en publicidad, curso estudios de medicina, especializándose en psiquiatría. Incluso pagó los estudios médicos de sus otros dos hermanos y fundaron una serie de negocios. Una de sus operaciones consistió en comprar Purdue Frederick, un pequeño laboratorio en Manhattan dedicados a los laxantes, que luego pasó a ser Purdue Pharma.

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Muere un bebé intoxicado por fentanilo en una guardería de Nueva York 

LV

Arthur se formó como un psiquiatra que creía que la depresión era un desequilibrio químico en el cerebro que se podía tratar mejor con fármacos que con la terapia de electro shock.

En muchos sentidos, su compleja personalidad –obsesivo, despiadada ambición, filantrópico y neuróticamente reservado– modeló su empresa. “Buscaba posteridad, pero no publicidad”, dice Keefe.

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A partir de su propio lema, “hacer las cosas como yo quiero que se hagan”, a su labor incorporó hacerse cargo de una agencia de publicidad médica y lanzar un semanario que se distribuía a los galenos en EE.UU. En el que la mayor parte de los anuncios, incluidos Librium o Valium, eran producidos por los clientes de su agencia.

Valium salió de sus laboratorios. En 1973, cuando la época de las grandes farmacéuticas comenzó en serio, más de 20 millones de estadounidenses lo consumían. Desde su agencia hicieron una agresiva campaña dirigida directamente a los médicos cargada de desinformación. Ese ansiolítico, en contra de lo que aseguraba Arthur, producía una alta dependencia.

El cabeza de familia, pese a hacerse inmensamente rico, se mantuvo a la sombra, desvinculando su nombre de negocios que poseía o controlaba.

El éxito del Valium fue el precursor de la comercialización del OxyContin, lanzada por Richard, sobrino de Arthur –falleció en 1987–, una generación después. El sucesor prometió “un vendaval de recetas que enterraría la competencia”.

Así ocurrió. Y por el camino dejaron un reguero de cadáveres y familias arruinadas. Al revés que la suya, con grandes fortunas en paraísos fiscales.

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