Entonces vinieron a buscar a los científicos,
y yo no dije nada. (inspirado en la prosa poética de “Primero vinieron a buscar…”, de Martin Niemöller, 1946).
Necesitamos con urgencia una agenda para proteger la razón y el conocimiento. La ciencia y los científicos estamos en estado de sitio. Por si alguien tenía dudas, las primeras semanas de la Administración Trump están siendo la prueba de lo que el autoritarismo nacional-populista puede hacer: detener en seco proyectos de investigación, despedir investigadores, técnicos y gestores, recortar drásticamente el apoyo económico a los científicos ya sus instituciones, censurar algunas áreas de conocimiento, impedir la difusión de determinada información y de datos periódicos, y cuestionar el papel de centros de investigación y educativos de reconocido prestigio, también en el ámbito de la biomedicina y de la salud pública.
Se trata del asalto en toda regla al ecosistema del conocimiento, la ciencia, la innovación y la educación, uno de los pilares de la democracia y del desarrollo económico y social en todo el mundo. Los “hombres de negro” de Trump, amparados en argumentos sobre la supuesta ineficiencia de estas instituciones y de sus profesionales, pero con abordajes que exudan sectarismo ideológico en torno a la lucha contra el cambio climático, la vacunación, la diversidad de género o los derechos reproductivos, y con procedimientos de dudosa legalidad, han irrumpido en el ágora de la ciencia en un esfuerzo de demolición sin precedentes recientes. Y digo recientes, porque no podemos olvidar la imposición de restricciones ideológicas en la actividad científica y tecnológica en la Alemania nazi o en la Unión Soviética.
Ante esta situación, que amenaza décadas de conocimiento y generaciones de investigadores no solo en Estados Unidos, sino también en Europa y en el mundo entero, cabe preguntarse qué puede hacer (y subrayo, hacer, más allá de decir) la comunidad científica global, a la que pertenecemos más de 9 millones de personas, sin contar los respectivos equipos técnicos y de gestión. Aquí va una propuesta de 7 puntos para una agenda urgente y proactiva para que conjuntamente detengamos esta ola de odio y de intento de derribo de la inteligencia:
1. Necesitamos superar el estado actual de estupefacción, y evitar ponernos la pinza en la nariz mientras miramos hacia otro lado, con la vana esperanza de que esto pasará y de que tarde o temprano volveremos a la normalidad. No nos engañemos: el populismo y el negacionismo científico han venido para quedarse. Entretanto, la ciencia no se puede limitar a refugiarse detrás de “la búsqueda de la verdad”, dejando de lado al servicio de qué y de quién se pone. Evitamos caer en el silencio que, disfrazado de prudencia expectante, acabe siendo cooperador necesario en unos planes que buscan el descrédito de la razón, del conocimiento científico y de quienes trabajamos para su desarrollo y aplicación al bien común.
2. Nos guste o no, la batalla por las narrativas es el signo de los tiempos actuales, condicionando fuertemente el debate público. Esto implica construir un argumentario atractivo, que esgrima razones objetivas, pero que también movilice emociones, en defensa de la confianza y del compromiso de la ciencia y de los científicos con la búsqueda de la verdad y del progreso de la humanidad, por todas partes y por todos, con ética e integridad, poniendo ilusión y esperanza al servicio del “hombre de la calle”.
3. Hay que dirigirse -por tierra, mar y aire- a las comunidades y a la sociedad civil, especialmente a las jóvenes generaciones y en aquellos ámbitos donde prevalece la desconfianza hacia “las élites”, allí donde se agrupan los escépticos, los atemorizados, los indecisos y los resentidos, intentando entender los determinantes de sus actitudes, pero también aportando o contrastando las evidencias de las contribuciones de la ciencia y la tecnología en su día a día: desde el teléfono móvil, la lavadora o el coche que les hace la vida más fácil, hasta el bisturí y el medicamento que salva la vida de sus hijos, pasando por el ordenador, internet y las redes sociales, que con el apoyo de satélites y de la tecnología espacial, nos mantienen comunicados.
4. Todos estos esfuerzos no pueden ser la simple suma de voluntades y acciones individuales y dispersas, sino que deben contar con la estrecha y cohesionada implicación de las instituciones científicas, las redes de conocimiento, los financiadores de la investigación y la innovación, incluyendo la filantropía y el sector privado, y las entidades culturales. Todos ellos tienen la responsabilidad de estar a la altura de sus respectivas misiones, protegiendo la inteligencia frente a la barbarie.
5. Este frente unido y activo también debe servir para impulsar todos los procedimientos legales necesarios para oponerse a aquellas decisiones que vulneren la democracia, el Estado de derecho, el pluralismo y el respeto por la independencia de la ciencia y de sus instituciones, de los medios de comunicación y de la justicia.
6. Al mismo tiempo, es necesario mantener el diálogo objetivo y constructivo con todos aquellos que prefieren pensar antes que odiar, para debatir de buena fe sobre la situación actual, desde el pensamiento crítico, sin rechazar los matices, evitando, sin embargo, las manipulaciones propias de la mentira, la falsedad o la simple tomadura de pelo (bullshitting).
7. Y, finalmente, necesitamos practicar el sentido del humor, aquel que tan sabiamente utilizaron el Chaplin en “El Gran Dictador” o Woody Allen en “Bananas”, para desarmar los narcisismos arrogantes y autocráticos. En la era emergente del “Antrumpoceno” es necesario, como decía Bertold Brecht, aplastar a los grandes criminales políticos bajo el peso del ridículo, oponiendo el humor a la estupidez.
La situación es grave y probablemente ya vayamos tarde. Pero no nos resignamos: encontraremos el coraje, la determinación y la perseverancia para responder positivamente a la creciente agresión a la ciencia ya los científicos, que no es, sino el reflejo de la voluntad de unos pocos de sembrar la desconfianza y el odio entre muchos, para desmontar la democracia y seguir aumentando su poder y su riqueza.