El tren como refugio: el viaje de un soldado y sus cartas de amor en tiempos de guerra
'Conexiones de tren'
La artista plástica María Herreros y su madre, María Jesús, charlan sobre las cartas que su abuelo mandaba durante la Guerra Civil y que dan cuerpo al libro ‘Un barbero en la guerra’
El proyecto de iryo, ‘Conexiones de tren’, estrena su primer capítulo con un relato humano sobre los años de la contienda y cómo el ferrocarril servía de conexión entre las personas
Domingo Evangelio tiene 19 años. Estamos en 1936 y viaja en un vagón de los de antaño, con asientos desvencijados y las ventanillas bajadas para combatir el asfixiante calor. Se dirige junto a otros muchachos, casi imberbes, hacia el frente. Con el traqueteo del tren de fondo, escribe una carta a Rosa, la mujer a la que ama y que, años más tarde, se convertirá en su esposa y madre de sus tres hijos. Lo hará muchas veces más durante la contienda, convirtiendo esos trayectos monótonos en retazos de intimidad e introspección. Páginas que escribe entre la esperanza de que todo acabe pronto y el temor a que la Guerra Civil Española solo sea el anticipo de una gran contienda internacional.
La artista plástica María Herreros, nieta de aquel joven Domingo, revive en Un barbero en la guerra (ed. Lumen) aquellas cartas y el diario que su abuelo – barbero de profesión - escribió durante aquellos interminables años de desplazamientos en tren. “No es un diario de guerra. Él se centra en el aspecto humano de la contienda, en cómo afecta a la sociedad civil y las consecuencias indirectas de tres años seguidos de conflicto”, confiesa la autora en el primer capítulo de Conexiones de tren, un emocionante proyecto del operador iryo con el ferrocarril como nexo entre personas. Coches que se convierten en escenarios silenciosos de historias que conectan y vidas que viajan.
Imagen de las cartas y manuscritos reales en los que se basa el libro 'Un barbero en la guerra', de María Herreros
Descubrir que el abuelo también fue joven
Hace casi un siglo las cartas postales tenían mucho de literarias. No había la inmediatez de las redes sociales y las aplicaciones de mensajería móvil. Se escribía hoy y la carta podía llegar a su destinatario muchas semanas después. Verter anécdotas, historias, miedos y promesas sobre un papel podía llevar horas y el tren proporcionaba un oasis de calma en mitad del conflicto bélico.
Herreros, acostumbrada a ver a su abuelo en los últimos años de su vida, ya enfermo y muchas veces ausente, reconoce su sorpresa al redescubrirlo usando un lenguaje espontáneo. “Habla como un chaval enamorado, que lo que quiere es bailar pasodobles en la plaza del pueblo con su novia y que le pregunta si cuando le vea le va a dar un beso o si le va a dar vergüenza”, comenta sobre el tono juvenil de su abuelo.
Al leer las cartas de mi padre comprendí el desahogo que debía sentir al escribir en el tren. Debieron de ser los únicos ratos buenos durante esos años”
Son esos pasajes, rescatados de cartas manuscritas “con una caligrafía propia de la época, con mucha floritura, casi góticas”, donde el joven Domingo se muestra más sentimental y cercano, dejando a un lado la formalidad de describir una guerra. “Esos momentos son un bálsamo muy necesario y un contrapunto a otro tema tan duro”. La artista imagina a su abuelo escribiendo con el traqueteo del tren de fondo, a veces con la mirada perdida en el paisaje. “Sentía que la guerra le estaba robando los años de juventud y no paraba de pensar en la vida en el pueblo. En las cartas preguntaba si ha parido la burra, cómo va la cosecha de la uva… Son partes muy tiernas que nos conectan con lo que estaba pensando íntimamente”, relata la nieta.
La artista plástica, María Herreros, en un momento de la entrevista
Próxima estación: camino a casa
La Guerra Civil estalla en una España donde el automóvil apenas tenía penetración. Los viajes largos se hacían en tren. Pero el ferrocarril era mucho más. Sin Google Maps, ni guías actualizadas año a año, las vías del tren muchas veces eran la única manera de ubicarse. “La gente sabía que siguiendo las vías del tren podía volver a sus localidades natales a reunirse con sus familias”, recuerda.
Las estaciones eran otra aventura. Sin la señalización electrónica de destinos y horarios a la que estamos acostumbrados, a Domingo no le quedaba otra que preguntar a unos y otros qué recorrido hacía tal o cual tren. “Hay momentos muy emotivos donde la población civil les venía a ofrecer comida a la estación. Volver a casa era una auténtica odisea que no podemos ni imaginar ahora”, recalca antes de concluir que “este ha sido el libro más difícil para mí. Llevo muchos años queriendo hacerlo, pero no sabía si iba a ser capaz”, confiesa la autora.
María Jesús, hija de Domingo (izq.), y María Herreros, nieta (dcha.), pasean por la playa mientras recuerdan a su antecesor
¿Y si no hubiera cambiado aquel permiso?
El inicio de la campaña bélica le pilla a Domingo destinado en la Capitanía de Valencia. Una desafortunada carambola del destino, ya que en esos días debía estar de permiso, pero lo había cambiado por unos días en agosto para poder estar en las fiestas de su pueblo con Rosa. “Al final fueron seis años de su vida: tres de servicio militar y los tres de la guerra”, recalca con la voz entrecortada su hija, María Jesús Evangelio. Fue ella quien encontró las cartas de forma fortuita, cuando iban a acometer unas obras en la casa de sus padres. “Al leerlas comprendí el desahogo que debían ser para él esos momentos de escribir en el tren. Debieron de ser los únicos ratos buenos durante esos años”, comenta evocando la sinrazón de aquel conflicto armado.
El hallazgo y la posterior redacción del libro ha acabado reconectando a estas dos mujeres con su padre y abuelo, de la misma forma que aquellas interminables horas en los trenes conectaron para siempre a Domingo y a Rosa.