La Tierra tiene cada vez menos nubes. Esta reducción, documentada por primera vez por científicos de la Nasa, asoma como la pieza del puzle que faltaba en los modelos climáticos para explicar la desconcertante aceleración del calentamiento global. La contracción de la cobertura nubosa no es azarosa: es otra de las consecuencias del cambio climático antropogénico, que los seres humanos estamos generando con unas emisiones de gases de efecto invernadero que todavía siguen en niveles récord. La falta de nubes hace que entre más radiación solar y que las temperaturas -como ha ocurrido en junio en España- se disparen. “Es el principal factor que contribuye a este calentamiento récord”, explica el científico Christian Jakob, uno de los autores de esta inédita documentación.
Jakob es director del Centro de Excelencia para el Clima del Siglo XXI del Consejo Australiano de Investigación. Lleva años estudiando cómo los cambios en la circulación atmosférica afectan a las nubes. Gracias a los satélites de la Nasa ha logrado ahora, junto a investigadores de esta agencia estadounidense, cuantificar su reducción. Según estos registros, las zonas de nubes de tormenta del mundo se han estado contrayendo a un ritmo del 1,5% al 3% por década.
Un espectáculo cada vez más infrecuente
¿Por qué hay cada vez menos nubes? Por los cambios en los patrones de viento, la expansión de los trópicos y el desplazamiento de los sistemas de tormentas hacia los polos Norte y Sur, todas respuestas al cambio climático, explican los autores del trabajo, publicado en la revista Geophysical Research Letters.
“Esta contracción permite que llegue más radiación solar a la superficie de la Tierra y constituye la mayor contribución a la tendencia observada en el siglo XXI de aumento de la absorción solar”, revela Jakob. Es decir, con menos nubes que reflejan la luz solar al espacio para mantener el planeta fresco, el “efecto invernadero se está amplificando”, impulsando el aumento de las temperaturas globales a un ritmo más rápido del estimado por la mayoría de los modelos climáticos, entre ellos los del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
En una década
Las zonas de nubes de tormenta del mundo se han contraído a un ritmo del 1,5% al 3%
La investigación explica que las nubes tienen formas y tamaños diferentes. Pero hay dos franjas “muy consistentes”. Una de ellas es la banda que está cerca del ecuador, que se extiende alrededor del planeta como un cinturón. Se forma cuando los vientos de los hemisferios norte y sur convergen, forzando al aire húmedo hacia arriba para enfriarse y condensarse en nubes.
La otra banda se produce en las latitudes medias, donde las corrientes en chorro dan paso a grandes remolinos de clima tormentoso alrededor del planeta. Las imágenes satelitales de los últimos 24 años (2001-2024) muestran que las bandas de nubes ecuatoriales se han estrechado. También que las trayectorias de las tormentas desde latitudes medias se han desplazado hacia los polos, reduciendo su cobertura.
La puesta de sol del fuego de la Segarra
Estos cambios, insiste Jakob, están reduciendo la capacidad de las nubes para reflejar la radiación solar, lo que está generando un aumento en la cantidad de energía solar absorbida por la superficie de la Tierra. El consenso científico apunta a que este valor creció en 0,45 W/m² por década. Según esta investigación, la disminución de la cobertura nubosa es responsable de más del 80% de este incremento (0,37 W/m²). “Por eso decimos que este fenómeno es el principal impulsor del aumento en la absorción de radiación solar durante este siglo”, subraya el científico australiano.
El balance energético
Las nubes desempeñan un papel clave en la determinación del balance energético de la Tierra, el equilibrio entre la energía que el planeta recibe del sol y la energía que emite de vuelta al espacio. Este equilibrio es fundamental para mantener las temperaturas dentro de un rango habitable para la vida humana.
La última actualización de este balance -noviembre del año pasado- confirma que el planeta acumula cada vez más calor. El problema es que este “calor extra” no está saliendo: se queda atrapado, como si la Tierra tuviera puesta la tapa de una cacerola.
La ola de calor que ha abrasado gran parte de Europa comienza a remitir, aún con gran parte del sur y del centro del continente en alerta
Varias investigaciones han revelado que la energía que vuelve al espacio ha ido disminuyendo desde la década de 1970 producto de las emisiones de gases de efecto invernadero y de sus impactos ecosistémicos, como por ejemplo la reducción de la nieve y el hielo marino, -primero en el Ártico y ahora también en la Antártida-, lo que implica que menos zonas blancas que reflejan la luz solar.
Otro factor que incide es la reducción de las neblinas, acentuada en los últimos cinco años por la disminución de las emisiones de azufre de los barcos comerciales, producto de la regulación impuesta en 2020 por la Organización Marítima Internacional (OMI). Esta medida, importante para la salud humana, ha eliminado un mecanismo de enfriamiento que ha estado “enmascarando” parte del impacto de los gases de efecto invernadero.
Hasta esta regulación, los barcos y buques que surcaban los océanos arrojaban a la atmósfera penachos de pequeñas partículas de dióxido de azufre, que al interactuar con el vapor de agua en la atmósfera, creaban nubes bajas y muy reflectantes a la radiación solar. Estas nubes bajas también han desaparecido.
El impacto en España
Javier Martín Vide, catedrático emérito de Geografía Física de la Universidad de Barcelona, coordinador del libro “Cambio Climático en España”, relaciona esta nueva evidencia científica con la acentuación de la “tapadera anticiclónica” que en los últimos años viene sufriendo la península ibérica, “con cielos más despejados y menos desarrollo nuboso en general”.
“En condiciones de calentamiento global, este cinturón de anticiclones se está intensificando, generando menos nubosidad en muchos lugares. Esto significa más radiación y más calor. En definitiva, en un planeta más cálido nos alejamos de la saturación y de la condensación en nubes”, explica.
El problema de esto -agrega- es la disminución del albedo, la proporción de radiación solar que una superficie refleja en comparación con la cantidad que recibe. Las superficies claras, como el hielo, las nubes y la nieve tienen un albedo alto. “Si perdemos las nubes, las masas de hielo y la nieve vamos a tener mucha absorción de radiación solar, lo que significa más calentamiento”, afirma.