La odisea de ir en transporte público con silla de ruedas: “Coges el tren y no sabes si podrás salir”
Barreras arquitectónicas
Usuarios denuncian ascensor que están permanentemente estropeados y autobuses que no abren la rampa de acceso
Un 79 % de las personas con movilidad reducida renuncia a su vida social por culpa de las barreras arquitectónicas
Carlos es junto a su madre usuario del transporte público en Barcelona
Subirse al autobús o bajar al metro y tren. Un simple acto que puede llegar a ser una gesta si la persona que lo lleva a cabo va en silla de ruedas o tiene problemas de movilidad. Y es que a pesar de que el transporte público está cada vez más adaptado, especialmente en grandes ciudades, no siempre esta adecuación está operativa o al servicio de los que la necesitan. Desde ascensores que permanentemente están estropeados -y que son la única forma de acceder a un convoy- hasta rampas que no funcionan o que los conductores no activan. Los usuarios afectados denuncian falta de empatía y reconocen que a veces evitan usar el transporte público.
Cristina García junto al ascensor de Rodalies de Sagrera, que hace semanas que está estropeado.
Hace unos años se hizo viral la imagen del cantante Juan Manuel Montilla, el Langui, parado con su silla de ruedas eléctrica frente a un autobús que le había impedido el acceso. Aún se siguen dando demasiadas situaciones como esta. Justamente por eso Carlos, el hijo de Ana Pesantez, “detesta” ir en transporte público y prefiere evitarlo. Tiene ocho años y artrogriposis, una enfermedad rara que le obliga a desplazarse en silla de ruedas. Depende mucho del transporte Barcelona para ir a las frecuentes visitas médicas o a terapia. Pero lo pasa mal. Él y su madre, incansable luchadora para que su hijo tenga una vida lo más normal posible, han tenido muy malas experiencias. “Nos ha pasado esperar 20 minutos y que te dejen tirado por no abrir la rampa”, lamenta Pesantez, que asegura que no son pocas las veces en las que los han dejado en tierra. Incluso en días de lluvia, cuenta el propio niño. “Es horroroso… es terrible lo que pasamos cada día”, explica la madre
Muchos usuarios acaban evitando el transporte público
Los autobuses tienen un espacio reservado para las sillas de ruedas, a menudo ocupado por personas para las que no está destinado -TMB tiene en estos momentos una campaña para combatir este incivismo- y a ello se le suma que la afluencia de gente en ocasiones hace que se queden fuera personas en silla de ruedas. A otros usuarios, las experiencias que cuenta Pesantez no le son ajenas. Es el caso de una mujer de 74 años que cuida a su hijo de 52, con parálisis cerebral, y que carga con una larga lista de agravios en un transporte público que personas como ella han batallado durante décadas para que sea accesible. Recuerda una situación reciente en la que el conductor dio la vuelta para recogerla en la parada después que el pasaje le recriminara que no le hubiera abierto la rampa. El propio conductor le reconoció su reprochable conducta.
Las escaleras son insalvables para personas en silla de ruedas.
En líneas muy concurridas, la situación se agrava. Marie-Pierre Caire, la madre de Bruno (de 14 años y con una enfermedad rara), asegura que cuando llega el buen tiempo se les hace muy complicado por no decir imposible coger el autobús. Va atestado de gente que va a la playa y el espacio reservado para personas con movilidad reducida lo ocupan bañistas y sombrillas. Justamente desde la federación ECOM reconocen que tienen muchas quejas por no abrir la rampa en las líneas de autobús que bajan a la playa en Barcelona.
“Se ha avanzado mucho en accesibilidad, pero se siguen vulnerando derechos”, señala Albert Carbonell, presidente de la entidad. Carbonell, que va en silla de ruedas por un accidente de moto con 17 años. Lamenta que a veces las rampas no son revisadas antes de salir de la cochera y también que únicamente se permita el acceso de dos personas con movilidad reducida por trayecto en los autobuses, algo que a veces parece que obligue a “competir” con los cochecitos de bebé.
Verano
Muchos usuarios en silla de ruedas no pueden subir al autobús en las líneas que van a la playa
Los padres de Anna la tuvieron que ir a recoger durante dos semanas a Barcelona, a 40 kilómetros de casa, porque no funcionaba el ascensor de Renfe
Las experiencias recogidas en este reportaje parecen avalar el dato que recoge la Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica (COCEMFE): un 79 % de las personas con movilidad reducida renuncia a su vida social por culpa de las barreras arquitectónicas.
Bajar al metro o al tren no es tampoco fácil. Se requiere un ascensor para salvar el desnivel. Un aparato que en el caso de Barcelona está en buena parte de las estaciones -menos en siete de ellas- pero que no siempre funciona. Lo mismo sucede con el tren. El ascensor de una estación tan crucial como la de plaza Catalunya está muchos días estropeado. E inoperativo desde hace semanas está también en de la estación de Rodalies de Sagrera. Anna Torrent tiene 24 años y un trastorno neurofuncional que le causa paraplejia. Usa caminador y también silla de ruedas cuando va por la calle. Esta auxiliar de enfermería y estudiante de pedagogía vive en Argentona (Barcelona), pero se mueve mucho pro Canet de Mar y hace tiempo que cada vez que en transporte público se encuentra con algo “chulo o chungo” lo difunde. Hace unas semanas le tocó bajar a trabajar a Barcelona (a unos 40 kilómetros) y todos los días la tenían que venir a buscar sus padres en coche porque no funcionaban los ascensores. “Hice un par de quejas”, explica. Pero no sirvió de nada. Y acceder al vagón tampoco es tarea fácil por la distancia de unos 20 centímetros con el andén que hace que las ruedas de la silla se puedan quedar enganchadas.
Los ascensores inservibles son una roca en el camino para estas personas. Los de la estación de Mataró, explica esta joven que los arreglaron en abril, pero que llevaban desde septiembre inoperativos. “Estamos muy abandonados”, denuncia. Es joven y paga el llamado abono T-Jove, pero lamenta que no lo puede usar. En Barcelona usa poco el bus, pero también se ha encontrado situaciones en las que el conductor se hace “el loco”. Por contra, su experiencia es que el pasaje acostumbra a ser positiva y asegura que siempre le ayudan.
Desde TMB reivindican que el metro de Barcelona es uno de los más accesibles de Europa y lo mismo para el autobús y que los ascensores funcionan en un 98 % de los casos. Y les extraña actitudes de conductores que olvidan a los pasajeros por ir en silla de ruedas. En lo que hace referencia a los trenes, este medio ha solicitado información sobre qué control o revisión hace Renfe de los ascensores estropeados sin que haya recibido respuesta.
Cristina García junto a un ascensor que lleva semanas estropeado en Sagrera
Hay discafobia y en el transporte público se nota mucho”
Cristina García tiene 45 años y una enfermedad neurodegenartiva. Se desplaza en silla de ruedas eléctrica y cuenta que si va sola en transporte público lo pasa “mal”. Por eso lo evita. Denuncia que los vagones no están suficientemente adaptados porque solo uno tiene rampa metálica. También es una odisea para ella llegar hasta el vagón porque los ascensores o no funcionan o están llenos de pasajeros que no los necesitan, explica. Y, a diferencia de Torrent, no encuentra empatía entre el resto de pasajeros. “Hay discafobia y en el transporte público se nota mucho”, lamenta. Apunta a los conductores de autobús “poco empáticos” y reclama más sanciones para combatir el incivismo, aunque asegura que los primeros que podrían ser sancionables son las propias empresas de transporte.
Luís Sánchez ha perdido la cuenta de las quejas que ha puesto. Tiene 48 años y una enfermedad neurodegenartiva. Usa autobuses interurbanos para ir a visitar a su madre y denuncia que no se hace mantenimiento a las rampas e incluso que los conductores no saben cómo funcionan. Le toca muchas veces quedarse en tierra esperando al siguiente autobús por falta de espacio o porque la rampa no funciona y aguantar que los pasajeros se enfaden con él.
Problema con los ascensores
La 'loteria' de viajar en metro
La experiencia con los autobuses de Montse Font, presidenta de ASEM Catalunya, es totalmente positiva. “Siempre me ven y me abren la rampa, aunque es cierto que siempre cojo los mismos y ya me conocen”, explica esta mujer de 47 años con atrofia muscular. Ve mucho más complicado viajar en metro porque considera que juegas a una lotería: no saber si en la parada de destino funcionará el ascensor. En este sentido alaba el metro de Valencia en el que asegura que te indican con un cartel las estaciones que no tienen operativo el elevador. Y lamenta la desinformación de los pasajeros que se empeñan en acumularse en el primer vagón, que es el que tiene espacio reservado para sillas de ruedas. “Subes y no se apartan”.
Anna Torrent asegura que en alguna ocasión en la que el ascensor estropeado no le ha permitido salir de la estación se ha encontrado como respuesta que se baje en otra parada, ya que a los trabajadores “no les autorizan a ayudar”. “Coges el tren y no sabes si podrás salir… llega un punto que cansa”, lamenta. Y explica que la policía le dice que está harta de tener que ayudar a salvar las barreras arquitectónicas. Torrent tiene una petición sencilla que, sin embargo, a menudo se cumple únicamente si no tienes problemas de movilidad: “solo quiero poder subir en la parada que quiero”. Reivindica que si se dice que una estación está adaptada sea “real” y que se tenga en cuenta a las personas con discapacidad visual. También que todos los trenes tengan la misma longitud.
El presidente de ECOM reivindica la necesidad de seguir formando a los trabajadores para que puedan atender mejor estas circunstancias. Y también lamenta la discriminación a la hora de usar un taxi, que a veces es el único recurso que queda si bus o metro no son viables. “Se dan casos de gente que reserva un taxi adaptado para el día de Navidad con seis meses de antelación”, cuenta Carbonell. “No conozco a nadie sin discapacidad al que le pase esto”, apunta.