El Partido Popular convocó para el día 8 de junio una manifestación en la plaza de España de Madrid cuyo poco atinado lema era “Mafia o democracia”, con la pretensión de sacar a la calle a miles de “personas decentes”, o eso es lo que dijeron. Claro que el verdadero motivo de la convocatoria fue el de que miles de voces reclamasen al unísono la dimisión de Pedro Sánchez. Y a fe que eso hicieron.
Pero hasta la fecha no ha habido dimisión, al menos no la del presidente, y tanto la mafia como la democracia siguen su curso, cada una a su manera, a veces juntas, a veces por separado, sin que se sepa si en forzosa convivencia o fructífera cohabitación consentida y buscada.
Al polifacético escritor alemán Hans Magnus Enzensberger (1929-2022) le debemos un ensayo sobre el Chicago de los años 20 en el que mandaban los gásteres. El subtítulo de La balada de Al Capone (errata naturae, 2009) es “mafia y capitalismo” y no “mafia o capitalismo”, puesto que a fin de cuentas el uno no puede vivir sin el otro.
Sostiene Enzensberger que si bien en las postrimerías del siglo XIX se produjo un elenco de notables figuras mitológicas -que si Livingston, Edison, Richard Wagner…-, en el siglo XX, al menos entre los políticos, tal vez con la excepción de Lenin, ninguno ha alcanzado talla mitológica. (Eso sí, nada dice de Churchill o Hitler). Tampoco ha producido en la fantasía colectiva un solo héroe del mundo industrial del supercapitalismo. Es más: “De ambas guerras mundiales no ha salido una sola revelación que se concretase en figura mitológica”.
Los ídolos de hoy son efímeros productos de la publicidad, los medios de comunicación de masas y las redes sociales que no dejan huella alguna en la memoria colectiva, requisito ineludible en la forja de una verdadera leyenda. Con una excepción: la figura del gánster. Y el prototipo del gánster atiende por Al Capone, el despiadado dictador de Chicago durante los años 20.
Se trata de un hombre corriente que carece de toda dimensión humana, pues es, nos dice Enzensberger, monstruoso y banal al mismo tiempo. “Soy un fantasma forjado por millones de mentes”, soltó Capone al final de su breve pero intensa vida. Razón no le faltaba.
Pese a los asesinatos a granel y los negocios ilegales que le aportaron una enorme fortuna, sobre todo procedente del tráfico ilícito de alcohol durante la Prohibición (1920-1933) con la que encararon los estadunidenses los primeros sedientos y durísimos años de la Gran Depresión.
Ya en el año 1925, el cuartel general de Capone figuraba en el programa de visitas de turistas a Chicago. Un lustro más tarde, cuando empezaba a menguar su poderío, la Warner Brothers le ofreció un pastón para que protagonizara El enemigo público, es decir, para que se interpretase a sí mismo. Al final seria James Cagney quien protagoniza el filme.
Una vez conquistada la voluntad del Ayuntamiento, la policía y los jueces, Capone era el indiscutible dictador de Chicago. Reinaba para los suyos, que no eran pocos, con displicencia y largueza, mientras machacaba sin piedad a sus enemigos, que tampoco escaseaban.
Un simple “hombre de negocios”
Capone comprendió intuitivamente que, como cualquier industria, el negocio del alcohol cabía entre las reglas estructurales de la evolución capitalista. Tanto es así que dio por finiquitada la época de las metralletas y asesinatos a mansalva, prefiriendo convenios de cártel, concentración de capital y creación de trusts, sin olvidar controlar con mano de hierro los sindicatos obreros de Chicago. Cuando se produjo el crac de la bolsa de 1929, el dictador Capone no era sólo el Enemigo Público núm. 1, sino uno de los ciudadanos más populares del país.
Además de padre de familia ejemplar y partidario de que el lugar de la mujer es la cocina, Capone fue un patriota sin fisuras al tiempo que rabioso anticomunista. Ya condenado y entre rejas, tuvo esto que decir de sí mismo: “Soy un hombre de negocios y nada más. Gané dinero satisfaciendo las necesidades de la nación”.
Así, Enzensbereger: “Capone y los suyos implantaron en la sociedad capitalista leyes bárbaras y antiguas; pero esta sociedad fue complaciente con ellos. Estaba dispuesta a la regresión. Es esto que convierte en paradigma el caso Capone y ahora su derecho a ocupar un lugar en la moderna mitología. Los años veinte de Chicago proporcionaron un modelo a las sociedades terroristas del presente siglo (por el siglo XX)”.
¿Les suena?