Los incendios atizan la rabia contra los políticos

Hasta el menos leído sabe que los incendios se previenen antes del verano. Lo saben los técnicos, lo saben los vecinos, lo sabe tu cuñado. Así que no, no es ignorancia. Es desidia. O peor: negligencia. Da igual el color del gobierno regional, pues el fuego no pregunta por las siglas de partido de quien manda antes de arrasar con todo. Siempre impone su ley.

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Una mujer trata de sofocar las llamas con una manguera en Laroco, en la provincia de Ourense. 

MIGUEL RIOPA / AFP

Los expertos llevaban tiempo avisando, los meteorólogos, los ingenieros forestales. Los gobernantes estaban más que advertidos. Este verano había mucho combustible: más hierba que nunca gracias a una primavera generosa en lluvias, ahora convertida en un manto seco listo para arder a la primera chispa. Pero no se hizo nada. Bueno, sí: mirar al cielo y cruzar los dedos, que siempre ha sido una excelente política de prevención de incendios.

Nada más vomitivo que ver cómo los gobernantes intentan sacar tajada del drama

Se ha dejado que el monte se convierta en un polvorín. Un bufé libre para esos fuegos violentos, que giran sobre sí mismos, impredecibles, que se alimentan del abandono rural y del cambio climático. Porque no se trata solo de falta de medios –aunque también–, sino de gestión. Más bien de la gloriosa ausencia de ella.

Lo explicó muy bien un ingeniero forestal en la Cadena Ser: “Aunque tuviéramos diez veces más medios, no haríamos más. No se apagarían antes, ni se controlarían mejor, ni se evitarían”.

España arde. Se quema por una desidia política sostenida en el tiempo y transversal que asoma en cada gran crisis en este país. Y prende también la rabia. La España vaciada no solo pierde bosques, ganado y casas. También pierde la poca fe que le quedaba en quienes deberían protegerla. En Ourense, León, Zamora, y en tantos otros puntos del mapa del fuego, anida una mezcla de indignación y desesperación que se contagia al resto del país. No solo hay humo en el aire, sino hartazgo y una honda desconfianza. Esta ha llevado incluso a algunos vecinos a negarse a ser evacuados de sus casas.

Mientras los afectados rezan a los bomberos y a los voluntarios, los grandes partidos hacen lo que mejor saben: tirarse los trastos a la cabeza con una coreografía perfectamente inútil. Lo más vomitivo es observar cómo ministros, consejeros y otros representantes institucionales han intentado sacar tajada política de la tragedia en estos últimos seis días. ¿Anticiparse? ¿Coordinarse? ¿Compartir medios? ¿Trabajar juntos? No, qué va, mucho mejor enviar a los portavoces que están de guardia en agosto con el lanzallamas verbal bien cargado. Y esto no tiene nada que ver con las responsabilidades que puedan tener los líderes autonómicos del PP o el PSOE por una mala política de prevención.

Fíjense en Portugal. También está ardiendo. Pero allí su primer ministro lo tiene claro: “Esto es una guerra y lo prioritario en toda guerra es salvar vidas y el país”.

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