“Padre, padre, me tengo que confesar: he pecado”, gritaba por los pasillos una mujer. “Señora, que esto es una toga, no una sotana”, respondió el juez, que se la quedó mirando y añadió: “Espero que al menos no sea un falso testimonio en un juicio”. La antigua sede de los juzgados de Barcelona, en el paseo Lluís Companys, se derribó y es desde hace años un solar vallado a la espera de que el Ayuntamiento le dé otra vida.
Aquel edificio y el Palacio de Justicia, que sigue enfrente, registraron miles de anécdotas. Nada ha cambiado. España es un país cargado de puñetas (así se llaman también los bordados de las togas de fiscales y jueces). Hoy como ayer, los tribunales siguen siendo una fuente inagotable de datos curiosos. Las estadísticas, los informes y los análisis sociológicos permiten saber cómo es un país. Pero hay otra forma: las sentencias.

Un piso de Barcelona es tan pequeño que aquí tiene la lavadora
Resoluciones de juzgados y tribunales del último curso judicial permiten calibrar la crisis de la vivienda y de una nueva modalidad habitacional: los “pisos patera” (la justicia balear dixit). Y averiguar, entre otras cosas, cómo es la picaresca de hoy. O descubrir la pequeña y la gran delincuencia, la violencia sexual y por qué las víctimas deben ser escuchadas... Y radiografiar modernas y viejas esclavitudes, así como el cuñadismo .
Una reciente sentencia de la Audiencia de Baleares habla de “desasosiego, zozobra y malestar interior”. Interior y exterior, cabría añadir, porque se trata de la condena a los propietarios de “un piso patera de Palma” con un continuo ir y venir de inquilinos, que arrendaban a segundas o terceras personas. El constante trasiego provocó una plaga de chinches, que proliferaron en todo el inmueble.

Una antología del disparate
Era un piso para no quedarse dentro mucho tiempo. Lo mismo debería opinar un delincuente multirreincidente, condenado por la Audiencia de Castellón a primeros de agosto a más de cuatro años de cárcel por robar en un bar, una peluquería canina y una vivienda entre el 27 de abril y el 4 de mayo del 2024. Entraba y salía. Lo más curioso fue el botín: 380 euros (del bar), tijeras y peines (de la peluquería canina) y un mechero y tabaco (de la vivienda).
Si al lector le parece un ladrón demasiado chapucero, debería saber que hay delincuentes poco expertos en las armas y que se disparan en el pie. Otros pierden su DNI en la huida. O entran a robar en casas y se quedan dormidos. Y algunos se emborrachan en los bares que desvalijaban de madrugada. Hubo uno que se hizo unos huevos fritos en el chalet que reventó. Lo detuvieron porque le delataron sus huellas en la sartén.

Una escena de la película 'Resacón en Las Vegas'
También hay chapuzas en delitos de altos vuelos. En el verano del 2021, el adinerado kuwaití Salman Behbehani, jugador de póker y dj, aterrizó en Eivissa procedente de Las Vegas a bordo de un jet privado con treinta amigos y una maleta con drogas. Pensaba, dice la sentencia, que “nadie la registraría por su condición de millonario y por haber fletado un vuelo privado”. Se equivocó: seis años de cárcel. La condena acaba de ser recurrida ante el Tribunal Supremo.
Vendedor y dependiente
El caso del camello de poca monta
Delincuentes de lujo o de poca monta, todos aspiran “a obtener un beneficio económico a costa de lo ajeno” (como dijo el tribunal del ladrón de la peluquería canina). A veces, sin embargo, algunos delincuentes se ven impelidos al delito porque están esclavizados. Es el caso de un pequeño camello salvado por los pelos. Lo han condenado a tres años y una multa por vender cocaína, marihuana y anfetaminas en su propia casa.
La pena pudo ser más grave, pero la Audiencia de Alicante apreció la atenuante de drogadicción. El acusado reconoció que vendía la droga para atender su propia necesidad. No mentía. “Tras analizar su cabello –dice el tribunal– los forenses confirmaron que había consumido cocaína y cannabis los cuatro meses y medio previos a la detención (...), por lo que la necesidad de consumir pudo influir en la comisión del delito”.
Hay sentencias que son un manual de usos y costumbres. Hace unos días, la Audiencia de Zaragoza exculpó a una mujer de un delito de vejaciones injustas por soltarle a su cuñada en un Mercadona: “Travesti, no sirves ni para tener hijos”. Por increíble que parezca, el caso fue a un juzgado y acabó en condena. Ahora la instancia superior opta por la absolución y esgrime el principio de subsidiariedad, que viene a decir que la ley no está para chorradas.
Ni para jeremiadas. Una frecuente entre negacionistas de la violencia machista es que cualquier hombre puede ir a la cárcel si una mujer lo acusa de agresión sexual. El Tribunal Superior de Murcia ha condenado recientemente a un hombre que abusó de una mujer. No es solo su palabra contra la de él. En delitos sexuales en contextos íntimos el testimonio de la víctima “solo constituye prueba de cargo si es creíble, contundente y persistente”. Y aquí lo fue. Una vez más, lo fue.