Vivo en un piso del Eixample con vistas. No sé bien a qué, pero mi mami humana dice que es “una vista privilegiada”. Privilegiado yo, que tengo tres camas, dos abrigos de lana italiana y un seguro médico con cobertura dental.
Fotograma de la serie 'Animal', con Luis Zahera (Antón) y Lucía Caraballo (Uxía).
No me adoptaron. Me compraron. Sofie y Nico, dos expats . No tienen hijos, así que básicamente soy su bebé con pelo. Su perrhijo . Hay miles de mi especie por aquí (o en versión gatuna). Solo en Barcelona somos casi 175.000, más que niños de menos de 12 años. Incluso nos dedican una serie en Netflix. Esta semana la hemos visto entera, los tres tumbados en el sofá. Sofie no paraba de reír con lo del desfogador para caniches a 300 euros. Las debilidades humanas son siempre un gran negocio para los fondos de inversión.
Soy el amortiguador emocional de una relación ‘premium’ de una pareja sin hijos
Animal se llama la serie. Lo supe porque Sofie dejó una radio encendida y ahí hablaban de perrhijos , y de Trump, de dos guerras lejanas, de los líos del PP con el aborto y la inmigración. ¡Un tertuliano de El Hormiguero ha ganado el Planeta! Oh, y qué horror eso del hallazgo fortuito de un jubilado que llevaba 15 años muerto en su piso de Valencia. Nadie le echó en falta. Si hubiera tenido un perro..., quizá esto no...
Mis papis se dirigen a mi como si fuera tonto, me festejan cuando hago popó y debaten en voz alta con otros adultos sobre mi digestión. Una noche me dieron a probar su filet mignon à la moutarde y, al día siguiente, medio vecindario sabía de mis deposiciones líquidas. Humillante. Casi tanto como mi nombre: Brutus, yo que soy un teckel mini que quepo en una mochila.
Salimos a pasear dos veces al día con correa de cuero vegano. Sofie siempre lleva su termo y su ansiedad. Nico suele ir mirando el móvil como si le debiera la vida.
En casa, discuten en voz baja. Después, me achuchan más fuerte. Soy el amortiguador emocional de esta relación premium. No entiendo de qué hablan, pero repiten mucho las palabras “proyecto”, “terapia” y “desgaste”. Una vez Nico dijo que yo era “una extensión simbólica de su necesidad de vinculación no invasiva”. Tampoco sé qué significa, aunque ese día me compraron un colchón ergonómico.
Me llevan a terapia de comportamiento pero deberían ir ellos y me van cambiando la alimentación si “no fluyo con la energía necesaria”. También me hicieron una carta astral. Soy Tauro, por eso gruño.
Doy gracias al cielo por mis casuales encuentros con Gin, el más enrollado del barrio. No tiene carta astral (solo chip), ni abrigos, ni cochecito de paseo y juraría además que su pedigrí está más inflado que el currículo de Nico en Linkedin. Le envidio. Es simplemente un perro, nada más y nada menos. Le basta con que le rasquen la panza cuando lo pide, le saquen a olisquear la calle o jueguen con él en los ratos libres, y le tiren trocitos de jamón de pavo en el cuenco de los piensos.
A veces aúllo. Me siento solo, no por falta de compañía sino porque todos andan muy ocupados buscándose a sí mismos. Ser el centro del universo agota. Pero, claro, más jodido lo tiene el colega callejero, el que duerme con dos sintecho junto a la farmacia. A este pobre, como a otros 800 chuchos cada día en este país, su papi humano lo abandonó cuando llegó el bebé de verdad a la familia. Qué hijo de perra.
Privilegiado yo, me repito.

