Misoginia digital

25N: Día internacional de la Eliminación de la violencia contra la mujer

Misoginia digital
Staff Writer

Tom Lindbeck, el incel asesino de la novela Los que odian a las mujeres, del sueco Pascal Engman, se imagina como un perdedor, “uno de los hombres blancos que servían para nada y que cada día eran humillados y ridiculizados por mujeres”. Raro, hijo de prostituta y víctima de un bullying cruel y persistente, rechaza la idea, que atribuye a las feministas, de ser un privilegiado. Con un trabajo de carcelero y apenas amigos, se dedica a espiar y acosar a mujeres convencido de que todas ellas lo rechazan. Sus esfuerzos denodados por muscularse no borran esas muecas de desprecio que intuye en todas ellas y, entre las salidas que imagina están: matarlas como hicieron sus ídolos íncels míticos (E.Rodger y A. Minassian) o suicidarse.

La machoesfera agrupa a diversas comunidades misóginas: los incels (célibes involuntarios), los movimientos Hombres que siguen su propio camino (MGTOW), los llamados activistas por los derechos de los hombres o los seguidores del arte de la seducción. Se calcula que el 70% de los jóvenes han indagado o han estado expuestos a ellas. Sus partidarios —de procedencias sociales diversas— incluyen también defensores de la violación, ermitaños vulnerables, misóginos violentos, acosadores tanto del mundo virtual como del real, maltratadores.

Machosfera

El anonimato de la red da la coartada perfecta para dar rienda suelta a fantasías de dominio que en la vida real no se atreven a mostrar

Sus propuestas se diferencian, si bien todos comparten la misoginia que los lleva a describir el mundo como andrófobo (ginocracia) y hacer de su lucha una causa común. Estos movimientos de odio han encontrado en la tecnología un fortalecimiento: captan más adeptos, se radicalizan y exponen viralmente sus propuestas.

La creciente intolerancia social hacia la violencia sexual, presente en movimientos como el #MeToo o las reacciones a los casos Weinstein, Pelicot y La Manada en España muestran que lo que antes se toleraba hoy se denuncia públicamente. Eso no ha frenado que en el ámbito digital hayan aparecido nuevas formas de abuso: la pornovenganza o los grupos masivos que comparten imágenes robadas. No hablamos de fenómenos marginales: una página italiana de Facebook llegó a reunir a 32.000 hombres; la plataforma Phica.net supera los 200.000 suscriptores. Allí se intercambian imágenes de esposas, hijas o amigas sin su consentimiento, como si fueran trofeos, calibrando su “valor” dentro de la fratría.

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La red ha dado lugar a nuevas formas de misoginia como la pornovenganza o los foros en los que se comparten fotos robadas 

Àlex Garcia / Propias

¿Por qué lo hacen? Primero, por la satisfacción inmediata. Pero también porque encuentran dificultades para relacionarse con mujeres desde la igualdad. Como los incels, muchos viven el vínculo con el otro sexo desde la frustración, la inseguridad o el resentimiento. El anonimato de la red les da la coartada perfecta para dar rienda suelta a fantasías de dominio que en la vida real no se atreven a mostrar. La única condición de satisfacción es sentirse amos de la escena, incluso a costa de forzar la violación física o virtual de sus propias parejas.

Es evidente que existen condicionantes culturales y educativos. Sin embargo, sería simplista atribuirlo todo a la “cultura machista”. No todos los hombres que fantasean con esas conductas las llevan a la práctica. Lo decisivo, en todos los casos, es la elección individual. Cada hombre que participa en estos grupos toma una decisión consciente: reducir a una mujer a una mercancía y compartirla sin consentimiento. Esa elección lo convierte en responsable pleno. No hay excusa posible. Mudas, dormidas o atemorizadas, las mujeres en esas imágenes son degradadas al estatuto de objetos de consumo. 

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