La odisea para conseguir entradas de grandes conciertos se ha convertido en parte del propio espectáculo, pero no precisamente en la parte divertida. Fans de artistas como Rosalía, Bad Bunny u Oasis describen procesos de compra marcados por colas virtuales interminables, pantallas bloqueadas y mapas de recintos que, cuando por fin cargan, aparecen completamente en gris, sin una sola localidad disponible. “Lo que era una experiencia ilusionante se ha convertido en algo que te estresa, te drena y te enfada”, resume la periodista musical Lorena Montón.
En paralelo, mientras las webs oficiales cuelgan el cartel de “sold out” en cuestión de minutos, las plataformas de reventa se llenan de entradas a precios desorbitados. Detrás de este fenómeno, Montón señala a sofisticados sistemas automatizados: “Las empresas de reventa lo consiguen porque tienen unos sistemas de bots, de perfiles falsos… han invertido grandes cantidades de dinero para colapsar y quedarse con todos los accesos a esas entradas”. El resultado es un falso agotado: las entradas no han desaparecido, solo han cambiado de manos y de precio.
El modelo de preventas, pensado para premiar a fans suscritos o clientes de determinados bancos, tampoco está evitando el problema. Según la periodista, “ocurre lo mismo con las preventas, los sistemas de seguridad están fallando y las tiqueteras lo saben”. Para el público, la sensación es de impotencia y engaño: se anuncia un aforo agotado mientras la mitad del cupo aparece, casi en tiempo real, en portales secundarios donde alguien “está haciendo más dinero a tu costa”.
Esta dinámica, advierte Montón, está transformando quién puede permitirse ver a sus ídolos en directo. “¿Quién va a ver entonces al artista? ¿Quién es más fan o quién tiene más poder adquisitivo?”, se pregunta. A la inflación de precios se suma un nuevo turismo obligado: ante la imposibilidad de comprar entrada en Madrid o Barcelona, muchos fans se ven empujados a viajar a Bélgica, Portugal, Alemania o Francia, asumiendo costes de transporte, alojamiento y dietas. “Al final solo van a poder ir a conciertos la gente que tiene dinero”, lamenta.
Frente a este escenario, la respuesta de la industria es desigual. Algunas estrellas, como Taylor Swift o The Cure, han plantado cara a los precios dinámicos y a las tasas abusivas, pero “por lo general los artistas no están diciendo nada y creo que son los primeros que deberían hablar”, critica Montón. Otros optan por las “microresidencias”, encadenando muchas fechas en una misma ciudad para abaratar costes de gira, una solución cómoda para el artista pero que vuelve a desplazar el problema al bolsillo del fan. Si no se corrige este modelo, advierte la periodista, la experiencia de comprar una entrada corre el riesgo de romper el vínculo más básico entre músico y público.