Conchín, 64 años, pensionista en Valencia: “Ingreso 800 euros y comparto piso con tres mujeres porque no puedo pagar un alquiler para vivir con mi hijo”

Problemas séniors

Conchín es una madre pensionista que, por su precaria situación económica, se ve obligada a vivir separada de su hijo

Conchín, madre y pensionista en Valencia.

Conchín, madre y pensionista en Valencia.

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Envejecer forma parte de la vida, como el momento de la jubilación. Pero el contexto de cada persona influye mucho en como se vive ese paso, y hay un colectivo vulnerable que a menudo queda en segundo plano: los pensionistas por invalidez que se encuentran cerca de la edad de retiro. Estos pensionistas han sido apartados del mercado laboral debido a problemas de salud y, por ello, dependen del sistema público, no solo económicamente, sino también emocionalmente. Muchos de ellos han trabajado casi toda una vida y, aun así, no tienen asegurado el derecho a una pensión digna.

Esta es la situación de Conchín, madre sola y pensionista de 64 años —a punto de jubilarse—, que vive en Valencia. Tras trabajar durante 48 años, le ha quedado una pensión de 800 euros. Por sus bajos ingresos, Conchín vive en un piso conseguido por la asociación sin ánimo de lucro Hogares Compartidos, donde comparte vivienda con tres mujeres más con situaciones similares. Esto la ha obligado a dejar el pueblo donde se crio, y sobre todo, le impide vivir junto a su hijo de 18 años. 

Conchín rodeada de alumnos.

Conchín rodeada de a lumnos. 

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“He estado toda mi vida trabajando en un almacén de naranjas. Aunque este año me jubilo, actualmente cobro una pensión de invalidez porque estoy hecha polvo; he trabajado como un burro a lo largo de mi vida, pero no todos los años me los han cotizado. He estado activa 48 años, pero solo tengo 34 años cotizados. Esos 14 años perdidos no me los va a pagar nadie”, cuenta a La Vanguardia.

Conchín explica que las prácticas laborales de antaño eran dudosas en muchas empresas. “Cotizaban por los trabajadores lo que les daba la gana. En un mes de completo de trabajo, a veces solo te cotizaban seis o siete jornales. Ahora sufrimos las consecuencias de esto, porque los jubilados y pensionistas no recibimos lo que deberíamos. Por eso, a muchos nos cuesta llegar a fin de mes”, denuncia.

He estado toda mi vida trabajando en un almacén de naranjas como un burro, pero no todos los años me los han cotizado

Conchín64 años, pensionista

Relata su momento actual, una situación en la que se pueden ver reflejadas muchas personas con una pensión precaria. “Con 800 euros, voy muy justa para llegar a fin de mes. No encuentro viviendas asequibles y lo único que me puedo permitir es un piso compartido, gracias a la asociación sin ánimo de lucro, Hogares Compartidos. Yo soy de un pueblo de Valencia, pero este programa es en la capital, lo que me impide vivir donde crecí y ver a mi familia todos los días. Ojalá pudiera vivir en mi pueblo, con mi familia y mi hijo de 18 años, aunque fuera en una vivienda de 60 metros”, dice.

Conchín, como tantas personas de su edad que han trabajado en ocupaciones muy exigentes a nivel físico, tiene problemas de salud que se suman a una invalidez. “Tengo la parte izquierda bastante paralizada porque cuando era pequeña, iba caminando con una amiga y, de pronto, un coche conducido por borrachos se subió a la acera y me atropelló. He apoyado toda mi vida el peso en la parte derecha del cuerpo, y ahora mismo estoy hecha polvo”, explica.

Caí en una depresión, pero antes lo solucionaban todo con vitaminas y ahora arrastro todo lo que tengo acumulado

Conchín64 años, pensionista

Actualmente, acude a la psicóloga y al psiquiatra para tratar su estado de salud, ya que a raíz de aquello cayó en una depresión. “En esa época no me lo diagnosticaron porque no se le daba tanta importancia a la salud mental. Todo lo resolvían con vitaminas y ahora arrastro todo lo que tengo acumulado. Me trataron tarde”, lamenta.

Uno de sus deseos es poder alquilar una vivienda en su pueblo natal para estar cerca de su familia. De hecho, recientemente lo intentó con una compañera, pero los requisitos que pedían eran imposibles de cumplir.  “Encontramos una vivienda de 700 euros con dos habitaciones, pero te pedían tener ingresos mínimos de 1.800 euros al mes. Entre las dos no llegábamos ni a 1.500”, señala.  

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El mayor motivo por el cual quiere tener su propia vivienda es para poder vivir con su hijo de 18 años, que actualmente convive con la hermana de Conchín. “Al compartir piso con otras personas vulnerables, no puedo estar en el día a día con él. Me encantaría que pudiéramos tener una vivienda juntos, aunque fuera de 60 m². Con eso me conformo.”, explica emocionada.

“Ahora comparto piso con otras mujeres, la convivencia a veces es difícil y bastante complicada. Si a veces, con hermanos, puede resultar duro, imagínate en este tipo de situaciones. Todas nos respetamos y hay buen ambiente, pero cada una tiene sus manías y normas, y uno tiene que respetar y adaptarse. Por ejemplo, no puedes ver la tele siempre que quieres, porque puedes molestar a alguna compañera. Si una está en la cocina, tienes que esperar a que termine, y así con muchas cosas.”, añade.

Mujer mirando la ventana.

Las personas con pensiones de jubilación precarias tienen dificultades para llegar a final de mes. 

Getty Images

No puedo permitirme ningún capricho, salvo pasear e ir a alguna actividad para los jubilados

ConchínPensionista

Con sus 800 euros de pensión, destina 325 euros en la cuota de participación en el programa de la entidad Hogares Compartidos, donde se incluye el alojamiento, la intervención social, actividades de ocio, formación, sensibilización y voluntariado. El resto del dinero va destinado a otros gastos básicos. “También tengo que pagar los gastos del coche, ya que lo necesito para ir a mi pueblo. A eso hay que sumarle mis gastos básicos como la comida, el seguro de vida, el móvil... Con lo poco que queda, sobrevivo como puedo”, confiesa.

Con unos ingresos tan bajos y un coste de vida alta, Conchín tiene que hacer malabares para poder sobrevivir. “Intento no salir mucho de casa. Compro lo justo y necesario para no pasarme del presupuesto, pero no puedo permitirme ningún capricho, salvo pasear, ir a alguna actividad para los jubilados y, si me llega, desayunar con mis amigas cuando voy al pueblo”, señala. “El otro día, paseando, vi una tienda de flores. Quise comprar una planta, pero no me podía permitir el capricho. Supongo que ya vendrán tiempos mejores”.   

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En su pasatiempo, le encantaría añadir un pequeño placer y es la máquina de coser. “Siempre he querido una máquina de coser. No soy profesional, pero me defiendo bastante bien. Los precios están desde los 100 euros para arriba, así que eso ahora es imposible”, expresa. Pero más allá de los placeres materiales, sin duda, hay un momento que valora más que nada: “Cuando cobro aprovecho para pasar el día con mi hijo; Vamos a comer juntos y eso me permite verlo y estar más tiempo con él”, relata.

Pasar tiempo con su hijo es uno de los aspectos más importantes, y más cuando no se tiene la oportunidad de vivir con él por su situación precaria. “Intento verlo una vez a la semana. El día del apagón íbamos a comer juntos, pero todos los establecimientos estaban sin luz, así que lo llevé a casa de mi hermana. Era un día que me hacía ilusión, porque lo podíamos haber pasado juntos, pero se truncó”, cuenta emocionada.

Lo peor de la jubilación es la soledad, te acabas acostumbrando, aunque sea mala y triste

Conchín64 años

“Vive con mi hermana porque en el piso compartido no puede estar. Ella me ayuda, le compra ropa y se hace cargo de muchos gastos. Pronto tendrá que sacarse el carnet de conducir y quiero ayudarle al menos en lo que pueda”, añade. “Lo llevo mal, no es fácil, ahora mismo tengo un nudo en la garganta hablando de este tema”, confiesa.

Por eso, cuando recibe la paga doble, Conchín tiene claro en gastarlo en alguna actividad que le permita pasar más tiempo con él. “Me gusta reservar la última semana de junio, que es un poco más barata, para irnos un fin de semana de camping, y así estamos más tiempo juntos”, cuenta. Su situación actual es una realidad que jamás pensó que le tocaría vivir. “Me imaginaba mi jubilación tranquila, en casa, con mi familia, con una situación económica un poco más relajada. Sabía que no me iban a dar mucho dinero, porque también lo viví con mi padre, pero nunca imaginé algo tan precario. Es una realidad totalmente distinta”.

Otro de los aspectos que más le pesan es la soledad. “Paso mucho tiempo en mi habitación, porque la economía no te permite hacer mucho más. Te acabas acostumbrando a la soledad, aunque es mala y muy triste… ”, admite. “En casa veo un rato la televisión o leo. Mi cuarto es pequeño, si no estoy acostada, estoy en una silla. A veces me pongo también a coser a mano.”, concluye.

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