“Hace unos años no había reunión familiar que no terminara en discusiones y peleas entre los hermanos; ahora, que todos hemos atravesado la barrera de los 60, nuestros encuentros son mucho más apacibles y agradables y, de hecho, buscamos motivos para vernos con más frecuencia”, asegura a sus 75 años Cecilia, médica jubilada de Bilbao y cuarta en una familia de nueve hermanos.
El vínculo fraternal es uno de los más complejos y extensos que se da entre los seres humanos. Desde el momento en que nacemos en una determinada familia y en un puesto preciso, las interacciones con nuestros hermanos son una relación que está marcada por la ambivalencia afectiva —amor, rivalidad, celos—, presente desde los cimientos. Sin embargo, al llegar a la tercera edad, los hermanos pueden convertirse en un antídoto frente a la soledad y en fuente de bienestar social, en opinión del psicólogo gerontólogo Gary Lovatón.
“Al hacernos mayores, las personas vamos reduciendo nuestra red social y tendemos a ser más selectivos respecto a quien merece la pena conservar como persona importante en nuestra vida; si esta selección se hace de forma óptima, mantenemos los lazos con las personas más cercanas, entre los que se encuentran los hermanos, pese a que generalmente no se conviva con ellos”, explica el experto en psicología del envejecimiento.
Según Lovatón, las relaciones con los hermanos superan la criba selectiva de la red social al llegar a la última etapa de la vida por una combinación de diversos motivos. “Primero, porque comparten el carácter familiar y existe entre ellos un importante vínculo emocional; también porque un hermano, en general, es una persona a la que se conoce bien, se sabe de dónde viene, con la que se comparten experiencias y proporciona un apoyo necesario en esta época de la vida, y la combinación de estos factores hace que a nivel social nos compense mantener a los hermanos dentro de nuestra vida”.
Al hacernos mayores, reducimos nuestra red social y tendemos a ser más selectivos respecto a quien merece la pena conservar como persona importante en nuestra vida
Por si esto fuera poco, el psicólogo gerontólogo añade el factor psicosocial. “Cuando estamos en la tercera edad, lo que usualmente queremos es sentirnos íntegros, sentir la satisfacción de que estoy aquí por algo, lo que se entiende como el sentimiento de propósito en la teoría de desarrollo psicosocial. Y este sentimiento aumenta al incluir a nuestros hermanos y sus familias”.
Mantener una buena relación con los hermanos a lo largo de la vida no solo es un factor beneficioso según nos hacemos mayores a nivel social y psicosocial, como asegura Gary Lovatón, sino que también ayuda a mantener una mayor actividad cognitiva en edades avanzadas, según ha revelado un estudio realizado por la Sociedad Gerontológica de América. De acuerdo con este informe, las interacciones positivas fraternales en la infancia crean una buena relación entre los hermanos en la madurez, lo que a su vez se traduce en una mayor actividad cognitiva de estos a edades avanzadas.
No obstante, en las familias en los que los hermanos padecen de pequeños traumas o conflictos graves, las tensiones aumentan con la edad y afecta de forma negativa a su función cognitiva al envejecer. Y aunque el pasado ya no se puede alterar en las relaciones fraternales en la edad adulta, cabe aplicar una de las máximas del filósofo Jean-Paul Sartre: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron con nosotros.”
“Yo con algunos de mis hermanos siempre he mantenido una relación estrecha”, explica Cecilia. “En cambio, a otros solo los veía una o dos veces al año, bien porque vivían lejos o porque no congeniábamos demasiado y terminábamos discutiendo en las reuniones familiares; ahora, al contrario, buscamos excusas para reunirnos todos. No discutimos, aunque tengamos pareceres diferentes, y nos gusta compartir momentos y experiencias juntos”. Y continúa, “incluso nos hemos acercado geográficamente, ya que los que vivían fuera han vuelto, y vitalmente, porque no es lo mismo llevarte 12 años de diferencia cuando tienes 10 y 22 años, que cuando tienes 60 y 72. A esta edad la distancia se difumina. Cuando los he necesitado, me han demostrado que puedo contar con ellos, al igual que yo estoy si ellos me necesitan.”
Ahora buscamos excusas para reunirnos todos; no discutimos, aunque tengamos pareceres diferentes, y nos gusta compartir momentos y experiencias juntos
Amparo, abogada jubilada de 67, comparte esta impresión y puntualiza que ha sido ella la que, después de pasar toda su vida profesional fuera de España, decidió volver a su ciudad natal, donde residen sus cuatro hermanos, al terminar su carrera profesional. “El hecho de que todos mis hermanos vivieran en València fue un factor importante para instalarnos ahí después de la jubilación, aunque mi marido no es de aquí. Él solo tiene un hermano con el que no tiene mucha relación, y para mí estar cerca de mis hermanos es importante; no solo me proporcionan compañía y acceso a una red social que yo había perdido al pasar tantos años fuera, sino que me hacen sentirme parte integrante de una gran familia junto a sus hijos y sus nietos”. Además, añade la valenciana, “ahora apreciamos más nuestra historia en común, nos llevamos mejor que nunca y no discutimos tanto como cuando éramos más jóvenes”.
La sensación de bienestar y cordialidad a la que hacen referencia Amparo y Cecilia no se debe solo a la madurez emocional que se logra con el paso de los años, sino también y en gran parte a un proceso puramente orgánico de nuestro cuerpo. “En la edad adulta mayor se da un proceso biológico conocido como la sensibilización de la amígdala, que lo que básicamente hace es sensibilizarnos emocionalmente como personas”, explica el psicólogo gerontólogo Lovatón. “Es decir, si hay una cosa que nos perturba o que nos enfada, al tener la amígdala algo atrofiada e insensibilizada nos permite pasar de ello, no le damos tanta importancia, con la edad pasamos más cosas por alto y discutimos menos”.
Una pareja de hermanos.
Esto no significa que al hacernos mayores superemos y olvidemos las rencillas y confrontamientos que se originaron en los años de convivencia. Según afirma el especialista en envejecimiento, los conflictos no resueltos quedan enquistados en la memoria de las personas y los arrastramos a lo largo de la vida. “El rencor se suaviza con el paso del tiempo y la sensibilización de la amígdala, pero el conflicto está presente, apaciguado pero latente.”
Así lo comprobó Frank, estadounidense afincado en San Sebastián desde su jubilación de 67 años, cuando en una de sus últimas visitas a Estados Unidos, su hermana melliza sacó a relucir un conflicto que tuvo con él cuando ambos tenían 14 años. “Era un tema de lo más trivial, al que yo no di ninguna importancia cuando ocurrió, pero a ella obviamente le ocasionó un resentimiento que ha guardado en su interior durante medio siglo”, explica el estadounidense.
Ya sea porque al verbalizar su agravio se deshizo de él o porque los intentos de Frank de reconectar con sus hermanos están dando resultados positivos, hace poco recibió la primera llamada telefónica de su melliza en los últimos 40 años. “Fue un momento muy especial, yo salí de mi casa familiar cuando tenía 17 años para ir a la universidad, y desde entonces, primero por los estudios y luego por mi profesión como diplomático, siempre me he mantenido fuera de la órbita de mis hermanos, incluido mi melliza”, recuerda Frank.
“Los veía una vez cada tres años, excepto a mi hermana mayor, que se lleva muy bien con mi mujer vasca y nos visitaba en nuestros destinos. Ahora que estoy jubilado, puedo ir a visitarlos más a menudo, me quedo con ellos y disfrutamos de la compañía evitando discusiones”, dice. Y para fomentar y mantener la conexión fraternal a pesar de la distancia geográfica, el estadounidense ha creado un chat de hermanos que les mantiene en contacto continuo.
Veía a mis hermanos una vez cada tres años, ahora que estoy jubilado, puedo ir a visitarlos más a menudo y disfrutamos de nuestra compañía
Si los agravios y rencillas infantiles, aunque latentes, no suelen causar rupturas permanentes, los confrontamientos por motivos económicos o interferencias de un tercero sí que pueden causar separaciones totales, de acuerdo con los testimonios consultados. Todos hemos escuchado o leído sobre hermanos que han dejado de hablarse por desavenencias a raíz de la repartición de una herencia. Aunque no siempre es el caso.
A Pilar, de 83 años, y a su hermana de 79, les llaman Pili y Mili en el barrio zaragozano donde viven, “porque vamos siempre juntas a todas partes” reconoce la octogenaria. Conviven en el piso que heredaron de sus padres, “así que ninguna de las dos se siente que vive de prestado, ya que cada una vive en su casa, aunque sea la misma”, ironiza Pilar.
La relación entre las dos hermanas ha resultado más estable y beneficiosa que con cualquier pareja afectiva, incluida la del matrimonio de la mayor de ellas. Las dos han colaborado en la crianza de los hijos de Pilar y han desarrollado el mismo papel para los nietos de esta. Y ahora, en su etapa dorada, disfrutan por igual de la familia biológica de una de ellas. “Para mis dos nietos, las dos, mi hermana y yo, somos lo mismo; no existe ninguna diferencia en el trato ni en el cariño que nos profesan, somos las abuelas”.
Si la convivencia ha resultado productiva y beneficiosa para estas hermanas, hay ocasiones en que una separación a tiempo puede evitar la ruptura total de las relaciones fraternales, como relata Coral, de 69 años. “Yo he siempre he mantenido una complicidad y una conexión muy profunda con mi hermana, un año mayor que yo, hasta que la interferencia de un tercero contaminó nuestra relación”.
Y explica: “Cuando tenía 54 años, mi hermana se enamoró perdidamente de un extranjero 25 años más joven que ella”, explica Coral, quien reconoce que esa relación le hizo saltar todas las alarmas y desató en ella un instinto protector que puso a su hermana en situación difícil, ya que la obligaba a elegir entre su pareja y ella. “En ese momento me di cuenta de que, para salvar la relación con mi hermana, tenía que separarme física y emocionalmente de ella y su pareja, y así lo hice; afortunadamente, el tiempo le ha dado la razón, continúan juntos con su pareja y yo he recuperado la complicidad y la compañía de mi hermana”, concluye Coral.






