“Están estupendos, pero la mayor preocupación es que se caigan, y se niegan en redondo a recibir ayuda, por mucho que les insistimos”: cuando los mayores no aceptan los cuidados

Longevity

Cerca de la cuarta parte de los mayores rechaza la ayuda que necesitan para cubrir cómodamente sus necesidades cotidianas, una negativa que tiene implicaciones familiares, médicas e incluso sociales

Diferentes especialistas analizan para ‘Longevity’ las posibles causas que conducen a no admitir la imposibilidad de ser totalmente autónomos y dan pistas sobre cómo afrontar la situación

Francisco y Antonia.

Francisco y Antonia tienen 93 y 90 años, respectivamente. 

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“Por ahora, no necesito a nadie: puedo ir solo por la calle, subo y bajo sin problemas del autobús, voy al médico, a la compra y a gimnasia. Me defiendo muy bien”, asegura Francisco Herreros, de 93 años. Otra cosa es su esposa, Antonia, de 90: “Sigo llevando la casa como siempre, es verdad que me cuesta más; hago la comida, friego los cacharros, lavo, tiendo la ropa y me ducho sin ayuda. Lo que no puedo hacer es salir sola a la calle, pero tampoco lo echo de menos, porque en mi casa estoy muy bien”.

“Es verdad que están estupendos para la edad que tienen”, confirma su hijo Alfonso, “pero mi padre está sordo y entiende a su manera lo que le dicen, y mi madre tiene prótesis en las dos caderas desde hace más de 20 años y su movilidad es muy reducida; el año pasado se cayó varias veces en casa y la última le costó pasar por el quirófano”. Después de 10 días de hospital y un mes en una residencia para recuperarse de la operación, Antonia volvió a su casa con la única ayuda de una asistenta para la limpieza de la casa 2 horas a la semana, y de una acompañante de Servicios Sociales para salir a pasear (por prescripción médica) tres días a la semana.

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Más de 10 millones de personas en España tienen más de 65 años, de las que cerca de 3 millones superan los 80 (un millón y medio pasa la barrera de los 85 años). Es innegable que muchas de ellas llegan a esa edad en unas condiciones físicas y mentales aparentemente envidiables; basta con ver a los grupos de mayores que participan en las actividades culturales que organizan ayuntamientos y comunidades para comprobar que están dispuestos a disfrutar de todo lo que contribuya a su bienestar.

¿Realmente son autosuficientes y no necesitan ayuda para ejecutar las tareas de la vida diaria? Buena parte de los que pertenecen a la franja más próxima a los 80, seguro que se valen por sí mismos, pero de ahí en adelante las necesidades afloran… Sobre todo para quienes les rodean.

Por ahora, no necesito a nadie: puedo ir solo por la calle, subo y bajo sin problemas del autobús, voy al médico, a la compra y a gimnasia; me defiendo muy bien

Francisco Herreros93 años

“La verdad es tienen muy poca ayuda externa, por lo que mis hermanos, sobrinos y yo estamos pendientes continuamente para adelantarnos a lo que necesiten: acompañarlos al médico, preparar la medicación, hacerles la compra más pesada, resolver problemas domésticos, etc.”, añade Alfonso. Con todo, “la mayor preocupación es que se caigan porque, a partir de ahí, puede pasar cualquier cosa y por mucho que les insistimos en que necesitan más ayuda, ellos se niegan en redondo”.

Lo que ocurre en casa de los Herreros es frecuente, tanto que “algunos estudios muestran que pueden llegar al 20-30% los mayores que necesitan de una persona que les ayude a cuidarse, pero se niegan a la misma, especialmente cuando son cuidados personales que requieren ir a su casa, como es el aseo, el vestido y la alimentación”, describe Javier Gómez Pavón, jefe del Servicio de Geriatría del Hospital Universitario Central de la Cruz Roja.

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Bárbara Rey Actis es licenciada en Relaciones Humanas y Públicas por la Universidad de Morón (Buenos Aires), experta en talento senior, profesora en la universidad Antonio de Nebrija y en el Instituto Cultural Europeo y autora del libro 'Una longevidad con sentido'.

Javier Yanguas, psicólogo, gerontólogo y director científico del programa de Personas Mayores de la Fundación la Caixa, atribuye esa reticencia, entre otras causas, a que “es difícil aceptar y afrontar los cambios que conlleva el envejecimiento, lo que complica la entrada de una tercera persona en casa de los mayores”. El geriatra destaca también el componente psicológico —“miedo a perder la autonomía, negación del deterioro, depresión, ansiedad…”— y el deseo de preservar su identidad, ya que “creen que reconocer que son vulnerables, que necesitan ayuda y que pueden ser dependientes es la antesala a ingresar en lo que ellos llaman asilo y, casi, del abandono”.

Además, el factor cultural tiene mucho peso para los que ahora tienen más de 80 años. “Son una generación muy dura, que ha pasado una guerra y una posguerra, que se ha educado en su propia autosuficiencia y con un fuerte sentido de la intimidad y el pudor”, refiere Gómez Pavón. Y cuando toca recibir cuidados, la mayoría esperan que vengan de sus hijos, como ellos hicieron con sus padres, aunque la sociedad actual dista mucho de aquella y hoy en día muchas personas rehúyen ese compromiso, pero también muchas mujeres que cuidaron de sus mayores no quieren que sus hijos pasen por lo mismo.

Es difícil aceptar y afrontar los cambios que conlleva el envejecimiento, lo que complica la entrada de una tercera persona en casa de los mayores

Javier YanguasGerontólogo y director científico del programa de Personas Mayores de la Fundación la Caixa
Francisco y Antonia (nombres ficticios) en la cocina de su casa.

Francisco y Antonia en la cocina de su casa. 

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En su libro Cuando los volcanes envejecen, Yanguas aborda el valor de los cuidados, tanto para el que los ofrece como para el que los recibe. “Los cuidados enseñan lo que es la compasión, la renuncia, la generosidad, a poner por encima de lo que te apetece, lo que tiene sentido en la vida. Sin embargo, tenemos una sociedad muy hedonista y nos hemos olvidado de que dependemos de los otros (esa dependencia no es nada malo); nos hemos montado la idea de autonomía como autosuficiencia, aunque realmente debemos entender la autonomía como interdependencia”.

Y casi por encima de todo lo anterior está, en opinión del doctor, “la desconfianza hacia los extraños, que se incrementa con los robos (que se ceban especialmente con las personas mayores), y con experiencias negativas previas, por ejemplo, en una hospitalización, en la que el trato ha sido infantilizador y poco respetuoso”.

¿Hasta cuando se debe respetar la negativa?

Los especialistas coinciden en que hay un límite claro: mientras las personas mantengan su salud mental, porque “si hay algún tipo de demencia que pueda implicar un riesgo para la integridad propia y de terceros, entonces hay que intervenir”. Hasta llegar a ese punto, Yanguas sostiene que es respetable la decisión del mayor “mientras pueda decidir por sí misma y tener una autonomía suficiente para tener buena vida”. Pero, “cuando hay pérdida de autonomía y la necesidad de cuidados implica a terceros, hay que establecer un diálogo, y equilibrar la vida, la libertad y la autonomía e independencia personal, tanto de quien necesita cuidados como del cuidador. Ese es el equilibrio que debemos intentar alcanzar”.

Gómez Pavón abunda en que es preciso establecer una comunicación empática, “explicando a los mayores que los cuidados son una colaboración y que ellos los eligen, pero que no son una imposición. Hay que empezar poco a poco”. En esta tarea se han de involucrar el médico de familia y el geriatra, quienes, en caso necesario, derivarán a esa persona al trabajador social y al psicólogo.

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Hay que explicar a los mayores que los cuidados son una colaboración y que ellos los eligen, pero que no son una imposición

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Negarse a recibir ayuda externa también puede tener consecuencias médicas relevantes, concretamente, “un aumento de los síndromes geriátricos, como son las caídas por falta de ayuda, desnutrición por no aceptar asistencia a la comida o falta de higiene con infecciones, y todo ello conlleva un deterioro funcional más rápido”, enumera el médico del Hospital de la Cruz Roja”. Otro riesgo menos llamativo, pero que puede acarrear graves problemas, es “no tomar correctamente la medicación para las enfermedades crónicas que padecen. Esto puede provocar descompensaciones que obliguen a acudir al servicio de urgencias o al hospital, que también trae consigo una gran sobrecarga para las familias, que es un aspecto negativo para todos”.

Así que “no aceptar estos cuidados reglados a la larga favorecen un aumento de hospitalizaciones que se podían haber evitado si se hubieran hecho bien las cosas y, por lo tanto, lo que ellos no quieren: mayor riesgo de institucionalización temprana”.

Aceptar la ayuda y planificar los cuidados

Ahora bien, cuando ya se admite la situación, la ayuda suele ser bien aceptada, confirman a Longevity desde Servicios Sociales de la Conselleria de Asuntos Sociales de la Generalitat (servicio de derechos sociales de la Generalitat de Catalunya). “La principal resistencia es no aceptar que son dependientes, pero cuando ceden, la ayuda empieza por la atención a domicilio y después se va ampliando”.

Estas fuentes destacan que “el camino consiste en ir estableciendo un vínculo, que los mayores comprendan la necesidad del cuidado, que mejorará su bienestar y calidad de vida, e ir ganando confianza y ampliando los servicios”. Ese proceso también involucra a la familia; de hecho, “cuando hay familia, es más fácil ganar confianza”, y el trabajador familiar es la figura crucial para alcanzar el objetivo.

La pareja junto a su hija.

La pareja junto a su hija. 

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¿Y qué sucede si la negativa persiste? Desde Servicios Sociales explican que si las carencias son tantas que se da una situación de riesgo para el mayor, “puede ser necesario remitir un informe a la Fiscalía para que actúe”.

Las mismas fuentes abren otro interrogante: ¿las ayudas a la dependencia realmente cubren las necesidades de aquellos que desean continuar viviendo en su domicilio? La respuesta la tiene la socióloga María Ángeles Durán, que revela que “con la legislación actual, se necesitan cinco personas para atender las necesidades de una persona dependiente las 24 horas del día, y eso muy pocas economías pueden soportarlo”. Las fuentes de derechos sociales de la Generalitat afirman que las ayudas para la atención a domicilio que concede la administración “son insignificantes y la gente se ve obligada a ir la residencia”. En su opinión, “la situación ideal sería que la ayuda económica para el cuidado a domicilio fuera la misma que se concede para pagar una residencia”.

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La mayoría de quienes ahora tienen entre 50 y 60 años ni se plantean qué van a necesitar dentro de unos años, pero el tiempo vuela y no tardarán en repetir la historia de sus padres. Las previsiones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas apuntan a que, en el año 2040, los mayores de 65 años serán el 27% de la población española, y el aumento más llamativo será el de los octogenarios. Hasta entonces, queda tiempo para corregir algunos errores de ahora. Javier Yanguas apuesta por tener las cosas habladas y planificadas y sostiene que “los problemas surgen cuando esto no se tiene planificado, hasta ahora hemos exigido fundamentalmente a las mujeres que dejen todo por cuidar; hemos pensado que el cuidado no es sinónimo de vínculo, sino de entrega”.

Un ejemplo de lo que puede ocurrir si no se tiene planificado con antelación qué cuidados queremos recibir cuando nos llegue la dependencia y cómo queremos vivir esos años es el del actor Gene Hackman, que murió en febrero en soledad después de que falleciera su esposa y cuidadora. En el artículo Gene Hackman y el guion de los cuidados, publicado en El Diario Vasco, el gerontólogo alerta de que los boomers evitan hablar de la posibilidad de que vayan a necesitar cuidados en el futuro y apuestan por enfrentarse a la situación cuando se presente. Sin embargo, lo inteligente es planificar los cuidados, “hablar con la familia para saber qué papel va a tener, hacer una previsión económica o decidir si hay que hacer adaptaciones en la vivienda”. El objetivo es evitar morir en las circunstancias del aclamado actor.

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La predisposición, o no, a aceptar los cuidados cuando tengamos dificultades para cubrir las necesidades cotidianas es un asunto complejo. Como recuerda Yanguas, nunca hasta ahora la esperanza de vida ha sido tan alta ni ha habido tantas personas mayores en una sociedad; por ello, “tenemos que cambiar la mirada que tenemos sobre la vejez, que ya no es una parte residual de la vida, sino que entre los 65 y los 90 años pasan muchas cosas. Es verdad que hay una primera parte de la vejez que es estupenda para quienes están bien de salud y económicamente, pero luego llega la fragilidad y la necesidad de ayuda, y tenemos que mirar cómo debemos hacerlo para cuidarnos más entre todos”.

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