“Queríamos compartirlo todo, formar una familia diferente”: las ‘chicas del Carmel’ o convivir con amigas durante más de 40 años
Longevity
Petra, Juana, Pepa y Marta tienen ahora entre 66 y 71 años, y llevan cuatro décadas compartiendo techo en el barrio del Carmel de Barcelona, unidas por la convivencia en comunidad y la lucha contra las injusticias sociales
Tres de ellas tienen parejas que viven solos, cada uno en su domicilio: “Nos han conocido cuando ya vivíamos las cuatro juntas y es lo que hay”

Las chicas del Carmel, en su casa de Barcelona.

En un ático de una estrecha calle del barrio del Carmel, en Barcelona, conviven, desde hace más de 40 años, cuatro mujeres. Petra, Juana, Pepa y Marta tienen ahora entre 66 y 71 años, y llevan cuatro décadas compartiendo techo, unidas por los valores de la convivencia en comunidad y la lucha contra las injusticias sociales. Son “las chicas del Carmel”, como las conoce su entorno y como se tituló el documental que les dedicaron hace unos años. Reciben a Guyana Guardian, con calidez, en su casa una tarde soleada de finales de noviembre.
“Éramos un grupo de jóvenes progresistas, seguidoras de la teoría de la liberación, y cuando leíamos que los primeros cristianos lo compartían todo y vivían en común, pensamos que podríamos hacerlo nosotros también”, cuenta Petra. En los inicios, entre chicos y chicas, llegaron a ser 13 personas. Desde 1984, conviven ellas cuatro únicamente.

Una vida de pareja sin convivir
Y aunque el mandato social hará pensar que o no tienen pareja o lo son entre ellas, ninguna de esas tesis es cierta. Pepa es viuda. Juana, Petra y Marta tienen parejas hombres: cada uno vive en su casa. Aplican desde hace décadas, sin saberlo, el concepto del living apart togheter sobre el que reconocen, entre risas, que no han oído hablar.
Petra está casada y explica, divertida —con su voz grave y deje de fumadora—, la reacción de total sorpresa, en su trabajo, cuando explicó que se casaba, pero que no iba a convivir con su marido. “Yo vería a mi marido el mismo tiempo si conviviésemos que ahora. ¡Vive aquí enfrente! Es un cliché muy asentado”. Para Marta, actualmente, “se confunde el compromiso con una persona con el hecho de que tengas que estar empadronada bajo el mismo techo. Yo veo a mi compañero cada día, aunque vivamos separados”.
Me esterilicé a los 35 años porque ya había tenido que ir a Londres a abortar. Yo no quería tener hijos
En general —dicen— sus parejas lo llevan bien. “Nos han conocido cuando ya vivíamos las cuatro juntas y es lo que hay”, relata Pepa. Todas tienen clarísimo que su hogar es el que comparte con sus compañeras, y así lo han tenido que asumir los cónyuges. “Si ellos esperasen vivir una relación tradicional, de convivencia, no estarían con nosotras. Pero él no tiene por qué salir perdiendo, yo voy mucho a su casa, todo es flexible”, añade Marta.
Casualmente, las cuatro decidieron no tener hijos. “Me esterilicé a los 35 años porque ya había tenido que ir a Londres a abortar, había tenido otro espontáneo, y no quería tener hijos”, relata Petra. “En mi generación, tener un hijo, me hubiese partido la vida a mí, las grandes renuncias las hubiese tenido que hacer yo, y no quería renunciar a mi faceta profesional, a los viajes, a las reuniones… No me costó trabajo decidir”.

El sentimiento de no querer hijos era clarísimo en las cuatro. Para una mujer, en los años 70 y 80, la crianza era sinónimo de dejar de un lado el cultivo de las aficiones e intereses personales, como la carrera laboral. Para Juana, cuando llegó el posible momento de la maternidad, el miedo pudo. “Me asusté mucho, pensé que no estaba preparada para ser una buena madre. ¡Yo me hubiese ido de picos pardos por ahí!” (Ríen todas).
La esencia del grupo: la justicia social
El motivo o la esencia de la convivencia entre ‘las chicas del Carmel’ es sencillo, no es económico ni tampoco afectivo. “No fue porque nos resultase muy caro un piso, fue una decisión sobre cómo queremos vivir, queríamos compartirlo todo, y pensábamos que teníamos derecho a formar una familia diferente a la tradicional”, cuenta Marta. “Y si te comprometes con este estilo de vida, el hecho de tener pareja no rompe este pacto, esta decisión”.
Con su voz calmada, en su salón acogedor, Marta añade que su unión no está relacionada con el feminismo ni el hecho de ser mujeres, sino con el cristianismo inicial, “aunque yo, por ejemplo ya no estoy en la comunidad de fe”. Sobre todo, las une el hecho de ser mujeres trabajadoras y “comprometidas con la lucha social, en el barrio y en cualquier lugar. Nos duele Palestina, por ejemplo”, puntualiza Petra.
La injusticia salarial no tiene por qué ser nuestra medida en la vida

Su casa, con dos habitaciones extra —seis en total— siempre ha estado abierta a quienes lo necesiten: amigos, conocidos, amigos de amigos… Si se les pregunta por lo que les ha aportado esta experiencia, no hay dudas: “Estar acompañada y vivir compartiendo mis principios”, explica Juana, que con un diagnóstico de Párkinson, recibe la ayuda de sus amigas para expresarse. “El hecho de compartir es una forma diferente de relacionarse en esta sociedad. Aquí no sientes que tienes que mirar el sueldo que ganas, los salarios se ponen en común, y todas tenemos los mismos derechos. Este principio es muy importante, y muy poco comprendido en esta sociedad”, añade Pepa. Como siempre ha defendido Juana, “la injusticia salarial no tiene por qué ser nuestra medida en la vida”. Ellas comparten todo lo que ingresan, y no hacen balances de salarios y gastos. Cada una usa lo que necesita del fondo común. Prefieren no explicar sus profesiones, porque no lo consideran relevante para contextualizar su manera de vivir y compartir.
En su relato, como parte de la lucha por la justicia social, también tiene importancia la lucha vecinal. El centro de Salud del Carmel —y todo lo que se ha ido construyendo en el barrio— se ha conseguido gracias a la implicación de los vecinos como ellas. “Participábamos en la lucha del barrio, como lo hacemos ahora”, cuentan, cada una en función de sus intereses personales. “También hemos estado involucradas en la lucha por el Salvador y Nicaragua, como Brasil y el movimiento de los sin tierra”. Asociaciones por la sanidad pública, sindicatos, manifestaciones, corales, grupos feministas… Les mueve la batalla contra lo injusto y para conseguir mejoras en los servicios públicos.
Amigas, pero no legalmente familia
Durante cuatro décadas estas cuatro mujeres se han apoyado y cuidado, han compartido techo y lo siguen haciendo. Pero la ley no les permite registrarse oficialmente como familia. “Se reconoce el derecho de convivencia, pero si yo estuviera casada tendría derecho a todos los niveles. Tendremos que pagar impuestos muchas veces por el hecho de heredar las partes de propiedades de las demás. Si una de nosotras muere, tendremos que pagar impuestos por nuestra propia casa, como si no nos conociésemos de nada. De hecho, la última en morir habrá pagado tres veces por lo mismo. Eso sí, tenemos claro que cuando faltemos todas, queremos que estas propiedades pasen a necesidades sociales. Y esto supone pagar muchos impuestos”, expone Marta. “¿Cuántas veces pagaremos por nuestro piso?”, se pregunta Petra.
Piden un registro que pueda igualar su convivencia con los derechos que tiene una familia tradicional, porque la amistad y el vínculo como el suyo, que va más allá de los lazos de sangre y del matrimonio, todavía está fuera de los esquemas sociales actuales. De momento han hecho poderes ante notario para poder decidir sobre la salud de las demás, en caso de necesidad.
Tendremos que pagar impuestos muchas veces por el hecho de heredar las partes de propiedades de las demás
Envejecer con amigas
Envejecer en esta comunidad, desde fuera, parece una gran idea, una de las mejores maneras de ver pasar la vida. “Hacerse mayor tiene dificultades. Los cuidados entre tres están más repartidos que si vives con una pareja, una sola persona, y eso es un plus, es un punto positivo. Pero el envejecimiento en sí mismo tiene los mismos problemas inesperados”, cuenta Pepa. El grupo va lidiando con los achaques que van llegando y noticias como el Párkinson de Juana. “No podemos prevenir, pero sí que hemos tenido que pensar cómo plantearnos nuestros cuidados”, dice Petra. “Queríamos ser cuatro viejas cachondas que nos lo pasamos genial, pero con la enfermedad de Juana hemos visto una realidad con la que no contábamos”.
A pesar de los obstáculos, el grupo siente —y es evidente también hablando a simple vista con las cuatro, con una gran vitalidad y locuacidad— que todavía no están en un punto de la vivencia de la vejez en el que sea obligatorio plantear unos cuidados comunes. De momento, disfrutan de los buenos momentos. “Un día a la semana comemos juntas, charlamos de cosas que nos preocupan, de los roces, de la convivencia o de lo que sea”, cuenta Petra. Además, una vez al mes salen tres días fuera de la ciudad, juntas. “Para mí, lo más rico de todo es el espejo que te devuelven las otras, lo que me aportan como personas que más me conocen. Conocen más de mí que yo misma”, confiesa. “Además, nos reímos mucho de nosotras”. Para Pepa, además, las otras tres son crítica constructiva y aportación positiva.
Sientes que perteneces al grupo, que las quieres

Ahora que tanto se habla de los colivings seniors como opción de vida para envejecer en comunidad, ellas sienten que es una buena idea. “Es bonito, y es bueno. Llegar aquí para nosotros es fruto de muchos años de convivencia. Para la gente que decide convivir con amigos cuando ya son mayores, cabe decir que no es fácil, tienes tus manías. Para compartir espacios comunes, se necesita un grado importante de generosidad”, opina Petra.
Junto con Juana, Pepa y Marta, creen que la edad ayuda a restar dramatismo y tragedia a los obstáculos cotidianos y remarcan que la piña que han hecho entre las cuatro ha sido siempre un apoyo. “El componente más importante a lo largo de nuestra convivencia es que nos queremos”, sentencia Juana —que habla poco, pero con bonitos dictámenes—. “Sientes que perteneces al grupo, que las quieres”.
¿El futuro? “Hay que hacer el día a día. Sí que tienes que tener una perspectiva, pero paso a paso vas haciendo”, resume Pepa. Para Marta, lo que vaya pasando con el envejecimiento, “no se puede prever. La vida te sorprende y deber ir encajándolo entre todas”. Está de acuerdo Petra, para quien el futuro es “tranquilo y agradable, riéndome con estas mujeres. Aprendiendo a estar con ellas y acompañarlas lo mejor que sepa. A la gente de mi edad le diría que vivamos el presente, porque por más planes que hagas, la vida te da un bofetón y te pone en tu sitio”.


