Sentarse en silencio: una urgencia para combatir el vacío

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En tiempos de incertidumbre y discursos tramposos, recuperar la razón crítica es fundamental, sobre todo cuando la pseudodivulgación sobre psicología en medios de comunicación y redes sociales lo invade todo

08 - 02 - 2022 / Palautordera / Ioga / auge del ioga i els retirs vipassana que fa molta gent per poder meditar. Vipassana a Dhamma Neru Palautordera / Foto: Llibert Teixidó

Un hombre medita sentado en un banco al aire libre durante un retiro espiritual

Llibert Teixidó / Propias

Todos los problemas de la humanidad parten de la incapacidad humana de sentarse calmado en una habitación”, escribió Blaise Pascal en sus Pensées del siglo XVII, donde reflexiona sobre la naturaleza humana y la tendencia a buscar distracciones constantes para evitar la incomodidad de la introspección y la confrontación con la propia existencia. Cuesta imaginar una sentencia con mayor vigencia varios siglos después, en este periodo de hiperactividad, hiperconexión y sobresaturación digital.

En una sociedad que premia la inmediatez, el rendimiento utilitarista y la presencia en redes sociales como un criterio de calidad profesional, el simple gesto de detenerse, aburrirse en soledad, conversar con tiempo o quedarse en silencio se ha vuelto un hecho excepcional, casi subversivo. Retrocediendo de nuevo algunos siglos, Nietzsche apuntaba a la hiperactividad como síntoma de agotamiento, proponiendo la contemplación como una forma de actividad profunda y necesaria para reflexionar, detenerse y comprender el mundo. En palabras del filósofo Byung-Chul Han, vivimos en una sociedad del rendimiento que aboca a un agotamiento solitario, que individualiza y aísla.

La cultura de la autoexplotación

El exceso de protección ha terminado alimentando una cultura de la fragilidad

Una de cada cuatro personas sufrirá algún trastorno de salud mental

Nunca la salud mental fue tan delicada como en estos tiempos, especialmente entre adolescentes

Getty Images

Acompañando a este fenómeno de autoexplotación contemporánea, el psicólogo y académico Marino Pérez ofrece una mirada igualmente lúcida y crítica sobre otra de las paradojas de nuestro tiempo: un exceso de protección ha terminado alimentando una cultura de la fragilidad. No solo se trata de un diagnóstico certero de la época que habitamos, sino también de un acto de resistencia intelectual frente a las narrativas que ensalzan eslóganes vacíos y autoayudas torpes como “sé tú mismo”, “eres especial”, “lo importante es lo que te hace feliz” o la dichosa autoestima.

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En tiempos de incertidumbre y discursos tramposos, recuperar la dignidad de la razón crítica es fundamental, particularmente cuando la pseudodivulgación sobre psicología en medios de comunicación y redes sociales lo invade todo. Y así florecen visiones que corren el riesgo de olvidar el sentido y el propósito vital, o de convertir todo malestar en trastorno, todo problema en trauma y toda peculiaridad en diagnóstico o, peor aún, en identidad.

Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. De nuevo, unas palabras escritas hace más de un siglo por Charles Dickens resuenan hoy con una vigencia inquietante. Nuestra época, marcada tanto por avances como por vulnerabilidades sin precedentes, bien podría describirse en esos mismos términos. Y muy especialmente para una generación de jóvenes sorprendidos ante la idea de que el teléfono móvil naciera con el “descabellado” propósito de hablar con otra persona. Y para adultos hiperpreocupados por una hiperpsicologización de cualquier malestar, hiperatendiendo e hiperreforzando de manera diferencial ciertas conductas de hiperatención a uno mismo. Qué atinada la sentencia de Viktor Frankl cuando afirmaba que «el ojo que se ve a sí mismo está enfermo».

El paisaje es complejo y paradójico: nunca la salud mental fue tan delicada, especialmente entre adolescentes, ni, a su vez, estuvo tan presente la sensibilización sobre su cuidado en los países occidentales. Esto es particularmente relevante en un tiempo en que el lenguaje clínico lo ha invadido todo, forzando a rotular emociones funcionales con etiquetas diagnósticas que prescriben el “síntoma” más que su solución.

La ITV del yo

Pensamiento crítico cuando la pseudodivulgación en redes lo invade todo

El scroll infinito ha sido asociado a cambios en el cerebro

El scroll infinito ha sido asociado a cambios en el cerebro

OSAKAWAYNE STUDIOS

En este contexto, no parece adecuado abordar el psiquismo humano mediante frases motivacionales, supuestas esencias individuales o desde una medicalización del sufrimiento. Exige conocimiento, pensamiento crítico y, sobre todo, una mirada conectada con la naturaleza existencial de la condición humana. La dificultad de la existencia no es una enfermedad. Sin embargo, corremos el riesgo de que la creciente visibilidad de la salud mental se acompañe de una banalización preocupante para las personas que necesitan ayuda. La intervención psicológica ha de brindarse cuando sea necesaria, sin contemplar el “por si acaso” ni como parte de la tendencia viralizada que presenta la psicoterapia como una revisión mecánica anual para todos los públicos: la ITV del yo.

La tristeza, la duda o la sensación ocasional de vacío o angustia no son enfermedades ni problemas de salud mental, sino que constituyen posibilidades humanas. Es decir, experiencias ancladas en los contextos biográficos, que se nutren de las condiciones materiales del mundo, de las relaciones personales, de los horizontes vitales y de los valores que guían nuestras vidas, en las que, indefectiblemente, afrontaremos malestar, pérdidas y dificultades. En Apuntes del subsuelo, el narrador de Dostoievski se presenta como un ser desgarrado, contradictorio, prisionero de su propio yo. No pide cura, pide sentido. Hamlet, con su famosa «esa es la cuestión», no está simplemente expresando una crisis personal, sino dramatizando la tensión esencial del ser humano, su fragilidad y su búsqueda de significado. Hoy seguimos formulando esas mismas preguntas, pero lo hacemos a golpe de scroll, en la soledad de una pantalla retroiluminada donde, probablemente, encontraremos más desarraigo que pertenencia.

Ante esta perspectiva, la prevención, entendida como una disciplina científica y ética, se vuelve imprescindible para una visión comunitaria y humanizada del sufrimiento. Necesitamos estrategias sostenidas, evaluables y evaluadas, centradas en acciones políticas que promuevan la participación ciudadana, el sentido de pertenencia, los valores de cuidado mutuo y la cohesión social, reduciendo el estigma y creando comunidades seguras. La literatura científica de los últimos años nos ha enseñado que los tratamientos psicológicos y la calidad en la formación de los profesionales pueden marcar una diferencia real. Pero también nos ha recordado que no hay salud mental sin condiciones sociales justas. La prevención no puede limitarse a lo individual: debe articularse con realidades materiales de bienestar, políticas públicas de protección social, educación emocional, justicia social y cultura crítica.

Fingimos normalidad frente a las pantallas, mientras en silencio nos seguimos preguntando, como Hamlet: “ser o no ser”.

Susana Al-Halabí es Profesora Titular del Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo y coordinadora del Grupo de Investigación CIPRES. Obtuvo la Beca Leonardo de Investigación y Creación Cultural 2024 de Economía, Ciencias sociales y Jurídicas en Psicología concedida por la Fundación BBVA.

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