“En el chat de 1º de ESO he visto cosas que nadie imagina. No es leyenda, es real”
Adolescentes sin móvil
Los preadolescentes que empezaron ESO sin ‘smartphones’ lo acaban también sin móvil, pero las familias reclaman más apoyo de los centros educativos y un pacto institucional
Un grupo de adolescentes consultan sus móviles a la salida de un instituto de Sant Cugat
El curso que acaba de terminar empezó con un pequeño pero reseñable cambio de paradigma. Por primera vez en una década, un número significativo de niños iba a empezar la Secundaria sin un smartphone en la mochila, como consecuencia de la acción organizada de familias agrupadas en asociaciones como ALM (Adolescència Lliure de Mòbils) o Aixeca el Cap, que querían revertir la inercia que se había instalado de entregar el primer teléfono con datos a la entrada en la ESO. En La Vanguardia hablamos entonces con una serie de familias de distintos entornos y zonas geográficas que habían dado ese paso, y que lidiaban en casa con preadolescentes que iban del cabreo absoluto a la aceptación.
Ahora que ha terminado el curso hemos querido saber cómo les ha ido. El primer dato es rotundo: ninguna familia ha claudicado (del todo), ninguno de esos niños y niñas acaba el curso con un móvil inteligente de manejo propio. Y nadie tiene previsto tampoco dárselo en 2º de ESO. Lo que sí se ha practicado en todos los hogares es el sutil arte de la negociación. A Claudia, alumna del colegio Súnion de Barcelona, le dejaron durante un tiempo usar whatsapp desde el ordenador, vinculado al número de su madre, hasta que sus padres se dieron cuenta de que pasaba demasiado tiempo en los chats y le revocaron esos privilegios. A la otra Claudia, de Terrassa, le han comprado un Nokia sin datos ni acceso a internet. Arnau, de Santa Bàrbara, llegó a tener un móvil unas semanas, pero en casa detectaron que bajaba su rendimiento académico, y se lo retiraron. Su madre, Zaida, se arrepiente de haber dado ese paso en falso. Incluso Laia, de Alcanar, que empezó el curso bastante indignada por ser una de las pocas chicas de todo el pueblo que empezaba el curso sin teléfono inteligente, ha ido entendiendo, según Isabel, su madre, que “los móviles distorsionan y llevan a conflictos”.
El instituto no nos lo ha puesto nada fácil. Hacían trabajos en grupo por WhatsApp y mi hijo se quedaba fuera...
Una adolescente realiza “deberes” junto a una tableta y un teléfono móvil.
Todas estas trincheras domésticas se inscriben dentro de un movimiento mayor que ha cristalizado con el reciente anuncio de la Generalitat de caminar hacia la desdigitalización en la enseñanza obligatoria, un giro brusco tras unos años de desbocado tecnooptimismo en los que cada curso se presumía de cuántas pantallas llegaban a las escuelas catalanas. El curso que viene, anunció la semana pasada la consellera Esther Niubó, se eliminará el uso pedagógico de los móviles en el aula (la rendija por la que se colaban los móviles en muchas casas), no se entregarán tablets ni chromebooks en las escuelas hasta sexto de Primaria, y estará prohibido también el uso de relojes inteligentes. Hasta los seis años la idea es que haya cero contacto con las pantallas.
Precisamente lo que echan de menos las familias que toman esa decisión es mayor apoyo en los centros educativos, mayor control de los dispositivos escolares, y una estandarización que no lo deje todo en manos de los padres. Núria González-Rojas se encontró con que a su hija le dieron un ordenador portátil en su centro escolar, el Tecnos de Terrassa (concertado), sin apenas restricciones, y que desde allí los niños entran a todo tipo de contenidos. “Un día me la encontré poniéndose crema en la cara y grabándose vídeos con el ordenador, imitando los vídeos de Tik Tok a los que había logrado acceder”, dice. “El instituto no nos lo ha puesto nada fácil”, se queja también Zaida Lopera, la madre de Arnau, de Santa Bàrbara. “Hacían trabajos en grupo por whatsapp y mi hijo se quedaba fuera. Cuando iban de excursión le dejaban llevar los teléfonos, en teoría para escuchar música. Al final iban todos los niños en el autobús con auriculares y mi hijo solo, sin poder hablar con nadie”.
En la familia de Carmen González, de Santa Coloma de Gramanet, han tenido una experiencia similar. “Fueron a unas colonias y les permitían usar los móviles al menos dos horas cada día. Me quejé a la directora del centro, pero no llegué a nada. También en Carnaval hicieron algunas actuaciones y se permitieron móviles para grabarlas. El día que terminó el curso se celebraba un pica-pica y mi hijo, Marc, ni siquiera quería ir, porque sabía que todos iban a sacar los móviles y dejarle de lado”. A González la tutora de su hijo llegó a aconsejarle que le regalara un smarthpone como premio por sus buenas notas. “Esa era una opinión que yo no pedí. En general me siento como en el mundo al revés. Nosotros somos los que estamos cumpliendo lo que recomiendan todas las asociaciones de pediatría y parece que somos los bichos raros”.
Me siento como en el mundo al revés. Nosotros cumplimos lo recomendado por todas las asociaciones de pediatría y parece que somos los bichos raros
Unos adolescentes consultan sus móviles a la salida de la escuela
Marc es sólo uno de los dos niños sin móvil de su curso en el IES Puig Castellar de Santa Coloma. Y lo que parece claro tras este primer curso de testeo es que desmovilizar a los niños de 12, 13 y 14 años es más fácil y funciona mejor si se hace en grupo y con apoyo del centro. Ninguno de los amigos de Bernat Urgell, que acaba de terminar 1º de ESO en el IES Jaume Balmes de Barcelona tiene smartphone (la mitad de familias del curso se comprometieron a no dárselo) y su madre, Marta Fabà, que impulsó junto a otras familias el movimiento sin móviles en el Eixample el curso pasado, está satisfecha tanto de la actitud del centro como de la dinámica familiar. “Cuando ha necesitado comunicarse ha encontrado la manera, llamando desde el teléfono del instituto. Encuentran mecanismos y para los trabajos y para quedar se comunican por correo electrónico o se hacen audios desde los móviles de los padres”.
Para Margarita Garcia, madre de Mireia, que ha terminado 1º de ESO en la Escola Pia Sant Miquel del Eixample Esquerra de Barcelona, el curso también ha fluido de manera relativamente fácil en ese aspecto. Solo la mitad de alumnos de primer curso en ese centro tenia móvil, aproximadamente, y la niña se ha manejado con un Nokia sin datos, que ahora pide cambiar por un teléfono inteligente que haga llamadas. García es psicóloga y dice que se unió a ALS movida también por lo que ve en su trabajo. “Como profesional de la salud mental, asisto a adultos jóvenes, y en mi consulta también tratamos casos infantiles. Veo la incidencia que han tenido las pantallas en el deterioro de la salud mental de los adolescentes. Tampoco me engaño, sé que el riesgo cero no existe, sé que mi hija puede acceder a imágenes inadecuadas a través d ellos dispositivos de amigas, que puede tener la tentación de hacerse una cuenta de una red social de otro dispositivo, pero el ánimo es poder frenar algunas cosas, y no ser nosotros los que favorezcamos el exceso de exposición”. Las metáforas se repiten entre las familias: no ser los padres que dan alcohol a los hijos, o los que les compran tabaco, o los que les dejan ir en moto sin casco.
El reto de la desigualdad y un mayor peligro para las niñas
Unas 23.000 familias en todo el estado español están conectadas de alguna manera con los grupos territoriales de Adolescencia Libre de Móviles, y de esas casi 10.000 han firmado el pacto, que se lanzó a finales de mayo, según el cual se comprometen a retrasar la entrega de smartphones a sus hijos. Para Marina Fernández, que es presidenta de ALM en Catalunya y forma parte de la coordinadora estatal, el balance del curso es positivo. “Crecen las adhesiones y vemos también que se crean comisiones en las escuelas, se va traduciendo un malestar que hay en las familias”.
La asociación aplaude los últimos pasos de la Generalitat en materia de desdigitalización pero pide “que no se quede en un brindis al sol”. En la cuestión de las pantallas en casa, al fin y al cabo, se entrecruzan brechas de clase y nivel educativo. “Lo que nos dicen los datos es que los niños con un nivel socieconómicos menor están expuestos hasta a una hora más de pantallas al día y eso agrava muchas diferencias educacionales que ya existen”, explica Fernández, que reclama implicación institucional para salvar esa brecha. “Tenemos que llegar a todos los centros y para eso necesitamos la ayuda de la administración, hace falta una campaña continuada de concienciación”, dice.
Además, destaca un dato reciente de la Agència de Salut Pública de Barcelona que señala que una de cada cuatro niñas está en riesgo de ciberacoso sexual. “Con este tema se han de aplicar principios de salud pública”, insiste la presidenta, que es neuropsicóloga de formación. “Además, hay diferencias con respecto a otros hábitos. Si tú le das ultraprocesados a tu hijo, al mío le afecta relativamente, pero si le das un smartphone sin controles, aumenta la presión del grupo y además puede compartir esos contenidos. Puede acceder a apuestas online, contenido de autolesiones, pro anorexia y pro bulimia y participar en ciberacosos”.
Los padres y madres de los niños sin móvil a menudo se encuentran en la curiosa situación de compartir chats con montones de chavales de 12 años, y de ejercer de asistentes personales de sus hijos. Eso también lleva a situaciones complejas. “Me genera bastante estrés. Tengo acceso a varios grupos de WhatsApp de amigas de mi hija y tengo la sensación de que la fiscalizo. He tenido que aprender a leer en diagonal y a confiar en ella”, asegura Marta Nomen.
La experiencia de Carmen González es bastante peor. “Llevo dos trimestres dentro del grupo de whatsapp de la clase de mi hijo y he visto lo que nadie puede imaginar. Todo lo que se vio en Generació Porno [el documental de TVC que generó un enorme impacto social por el acceso de los niños a contenidos pornográficos] es real, no es leyenda. He visto stickers pornográficas, enlaces a vídeos de YouTube que te quedas con la boca abierta y conductas cercanas al bullying. Soy la única adulta en ese grupo y no intervengo, ni puedo comunicárselo a otros padres porque en el grupo de padres del instituto estamos cuatro. Una vez de deja la Primaria apenas hay contacto”.
Queda por delante un largo verano de planes y nuevos pactos intrafamiliares antes de volver a la escuela. En principio, sin smartphone.