El ecuavoley también reclama su espacio en Barcelona: “Es la mejor forma de evitar conflictos”

Inmigrantes en Catalunya

Este deporte de origen ecuatoriano ha saltado al panorama mediático después de que en Madrid se aprobara la primera pista oficial para poder jugar tras meses de multas y persecución policial

En Barcelona se formó la Asociación Española de Ecuavoley, que estuvo a punto de integrarse a la Federación Catalana de Voleibol por primera vez en la historia

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La comunidad ecuatoriana se reúne en la cancha del Rey Juan Carlos, en la frontera entre Barcelona y Hospitalet del Llobregat

Àlex Garcia / Propias

Chinchorro, Leyenda y Salvaje. Este es el trío inicial que sale a la cancha para jugar su primer partido de la tarde. Al otro lado se encuentran Melón, Vargas y Salomón. En medio, una red de casi tres metros los separa. Decenas de personas se amontonan en los alrededores para animarlos como si se tratara de la final de un campeonato callejero de futbito. Pero no. No es una de esas competiciones amateurs tan comunes en ciudades y barriadas de Latinoamérica (y tan en boga en los reels de las redes sociales). Es en Catalunya. Y es un partido de ecuavoley, un deporte de origen ecuatoriano muy parecido al voleibol que en estas últimas semanas ha ocupado las portadas a raíz de una polémica policial que se acabó convirtiendo en un asunto político en Madrid.

En este caso, nos encontramos en Barcelona, justo en la frontera con Hospitalet de Llobregat. «Estamos justo en la frontera que separa los dos municipios. Llevamos más de seis años jugando aquí. Por ahora, nos han dejado hacerlo, pero siempre nos encontramos con la incertidumbre de si vamos a poder seguir haciéndolo». Milton Ortiz es el representante de este deporte en la capital catalana. Lleva más de 25 años jugando, y nos recibe a la entrada del descampado de Les Corts donde se juntan todos los viernes y sábados para jugar.

Nos juntamos hasta 600 personas. A medida que van saliendo del trabajo, van apareciendo unos y otros

Milton Ortiz

La entrada, con una valla caída al suelo y unos puñados de matorrales asalvajados que bordean de un camino de tierra muy inclinado, esconde un submundo donde se conservan la identidad y la cultura ecuatoriana en un ambiente festivo, sano y deportivo. «Aquí nos llegamos a juntar hasta 600 personas. A medida que van saliendo del trabajo, van apareciendo unos y otros». Al principio jugaban en Marina, y luego pasaron a Plaza España. Ahora este el principal punto de encuentro, al que se refieren como cancha del Rey Juan Carlos (que recibe el nombre del hotel que hay justo enfrente, ahora llamado Torre Melina).

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El ecuavoley tiene sus propias reglas y peculiaridades: por ejemplo, se juega con un balón Mikasa

Àlex Garcia / Propias

Puestos improvisados donde se vende limonada, chicharrones (empanadas de cebolla, chicharrón y maíz), mangos y hasta salchipapas. Muchos se traen las sillas de casa y se reúnen en pequeños corrillos donde comentan la semana y lo que van a hacer durante las vacaciones. Llevan más de un cuarto de siglo juntándose para jugar a este deporte, hermano del voleibol, que les conecta con su Ecuador natal y les ha permitido encontrar un punto de unión entre la diáspora inmigrada a Barcelona.

La clave del éxito de este deporte está en que es, a priori, más fácil de jugar que el voleibol tradicional. La red está a 2,85 metros (por los 2,24 del voleibol), hay solo tres jugadores por equipo y los sets se juegan a un máximo de 12 o 15 puntos. Juegan con pelotas de futbol (casi todas de la mítica marca Mikasa), y pueden retener el balón mucho más tiempo. Además, cuentan con algunas normas como dar ventaja al oponente si este es más ‘malo’, dándole la posibilidad de jugar con las dos manos, mientras que el jugador de mayor nivel solo podrá jugar con una.

Llevamos muchos años reclamando cosas tan simples como espacios adecuados, baños y unas condiciones de salubridad básicas

Milton Ortiz

La noticia de la creación de la primera pista oficial de ecuavoley en Madrid el pasado mes de mayo, tras varios meses de persecución policial, amenazas y hasta multas, los ha llevado de nuevo a la actualidad. Pero esta lucha lleva mucho tiempo librándose especialmente en Barcelona, donde se constituyó oficialmente la Asociación de Ecuavoley de España hace más de 15 años. Ahora, cuenta Milton Ortiz, está disuelta. «Llevamos muchos años reclamando cosas tan simples como espacios adecuados, baños y unas condiciones de salubridad básicas. Es la mejor forma de evitar conflictos con la ocupación de los terrenos y futuros desalojos».

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El espacio donde no encontramos, un descampado a las afueras de Barcelona, es de propiedad privada. «Por ahora nos dejan estar aquí, pero no sabemos por cuánto tiempo más». El espacio se ha reducido a la mitad en los últimos meses, y es que el material de las obras del Spotify Camp Nou ocupa gran parte del espacio donde antes había el resto de pistas de juego. Ahora pueden instalar entre tres y cuatro. Traen las redes y los palos de sujeción de casa, y cuando terminan lo recogen todo. «Hay gente encargada del material, otros que traen la comida y hasta encargados de imprimir y repartir las camisetas».

Casi todas ellas tienen la bandera de España y la de Ecuador en el pecho, y algunos hasta la senyera. El apodo que tienen lo adquieren en función de su juego en el campo. «Yo soy el chinchorro, porque como el bicho, tengo patas para llegar a todos lados». Tras unas gafas de sol inmensas que le tapan casi todo el rostro y una sonrisa permanente se encuentra Néstor, una antigua leyenda de este deporte. «Cuando era joven jugaba muy bien, pero ahora cada vez estoy más lento». Cuenta que para él, igual que para muchísimos otros ecuatorianos, poder juntarse para jugar a ecuavoley cuando llegó a Barcelona le permitió sentirse parte de una comunidad con sus mismas costumbres y formas de hacer. «Muchos de nosotros dejamos atrás a nuestros padres y hermanos. Encontrar algo así te permite no echarlo tanto de menos y juntarte con los tuyos cuando quieras».

Existe una percepción equivocada de asociar este deporte a las apuestas, las drogas o los problemas sociales (...) Es un ambiente familiar, sano y festivo

Edi Ortiz
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El descampado de l'Hospitalet se pueden llegar a juntar hasta 600 personas

Àlex Garcia / Propias

Hace unos años estuvieron a punto de integrarse a la Federación Catalana de Voleibol. Tenían incluso un pequeño despacho en sus oficinas, cuenta Milton, «pero al final todo quedó en nada, especialmente tras el cambio de directiva». Por ahora no han presentado solicitudes formales al ayuntamiento para poder jugar en instalaciones en condiciones, pero tras lo sucedido en Madrid se están pensando hacerlo y retomar la oficialización.

Aunque no se sienten perseguidos ni rechazados, cargan con un gran estigma desde sus inicios. «Existe una percepción equivocada de asociar este deporte a las apuestas, las drogas o los problemas sociales. Si bien es verdad que podemos recaudar dinero para la organización de torneos y campeonatos, no existe ninguna vinculación con actividades ilegales», cuenta Edi Ortiz, hermano de Milton y jugador profesional de ecuavoley cuando estaba en Ecuador. «Es un ambiente familiar, sano y festivo. Tú mismo lo puedes ver, la gente viene para jugar, ver y hablar entre ellos. No hay nada más que esto», responde mientras alza las manos y señala a las decenas de personas de nuestro alrededor.

Este ha sido su principal obstáculo en los últimos años. Acusaciones de apuestas ilegales, peleas, violencia y hasta asesinatos. Todo ello parece muy lejos de la imagen que se dibuja, al menos, este terreno de juego a las afueras de Barcelona, donde hay incluso varios niños acompañados de sus madres que intentan imitar a los jugadores jugando con pelotas que les superan ampliamente en tamaño.

La victoria en Madrid (donde a principios de julio se ha celebrado un torneo europeo de ecuavoley) podría suponer un punto de inflexión en la lucha por, aunque no se oficialice a nivel de federación, darle el prestigio que merece. Y en Barcelona, la primera ciudad de España donde este deporte empezó a ganar importancia, parece que están dispuestos a ello. Habrá que ver cuál es el papel de las administraciones locales a partir de ahora, ya que el tiempo de juego, al menos en la Rey Juan Carlos, parece estar llegando a su fin.

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