Lorenza D’Agostino es oriunda de Puglia, región italiana que describe como “la más bella del mundo” y donde trabaja como guía turística. Pero este amor por su tierra natal no le ha impedido ser una gran viajera, usando un método hoy poco convencional: el autostop.
“Empecé a hacer autostop en Italia, en 2019, con veintidós años”, cuenta Lorenza en una videollamada. “Tras la pandemia, me mudé a Uruguay, donde trabajé como voluntaria. Allí también hice autostop: primero, con un amigo, pero luego me animé a hacerlo sola. Empecé a viajar así y llegué hasta la Patagonia. Más adelante subí hacia el norte, haciendo autostop por Argentina y Chile, hasta Bolivia”. En su perfecto castellano Lorenza describe un periplo inolvidable: “Hubo un montón de gente parándose y recogiéndome; todo el mundo fue súper simpático. Además, es una manera muy sostenible de viajar”.
España es uno de los países más complicados; en especial en Andalucía, donde no te recoge nadie
Su relación con el autostop no acabó aquí: lo hizo de forma habitual cuando vivió y trabajó en isla Reunión y, de nuevo, en Europa. Con más de 25.000 kilómetros recorridos con este sistema, el autostop se ha convertido en una forma de vida, de la que da testimonio en su cuenta de Instagram. D’Agostino, que hoy tiene 28 años, es un ejemplo de una tendencia al alza en redes sociales: la de jóvenes autoestopistas que comparten sus aventuras bajo la etiqueta #hitchhiking. Una práctica que en el mundo más desarrollado estaba en declive: no solo porque el automóvil particular es hoy muy común, sino también porque las autopistas son más grandes, rápidas y peligrosas. Adicionalmente, hoy hay otras opciones para compartir coche, como las aplicaciones de movilidad, cada vez más populares.
“Aunque suene un poco cursi, hay algo espiritual y aventurero en ese acto de ceder el control a otro; de no saber muy bien cuándo vas a llegar al destino. En esa sensación de que cualquier cosa puede suceder”. Así define su experiencia con el autostop Sam Simon, profesor y escritor californiano afincado en Barcelona, que lo practica ocasionalmente desde hace años. Fue la inspiración para este artículo, ya que en agosto él y una amiga suya decidieron viajar desde Barcelona hasta Carcasona haciendo autostop y fueron recogidos por esta periodista, en una gasolinera de la AP-7. “Tardamos casi siete horas en llegar: es algo que requiere tiempo y paciencia. En total, viajamos en cuatro vehículos y… todo fue bien. ¡Nadie trató de asesinarnos!”, bromea.
Aunque suene un poco cursi, hay algo espiritual y aventurero en ese acto de ceder el control a otro; en esa sensación de que cualquier cosa puede suceder
La inseguridad es uno de los estigmas asociados a esta forma de transporte, todavía muy común en lugares con economías precarias. En Cuba, por ejemplo, hacer autostop o “botella” es muy común. Mientras que las guías de viajes dicen que es legal y seguro, el Ministerio de Exteriores español desaconseja recoger autoestopistas allí (“Se han registrado robos a conductores de vehículos alquilados”, alertan desde su web). En España, el autostop no está prohibido, pero, como señala un portavoz de la Dirección General de Tráfico (DGT): “Parar en el arcén sin causa justificada, sí, por riesgo de accidente, por lo que recoger a un autoestopista en estas circunstancias es motivo de multa. Pero no porque la DGT esté en contra de ellos”, puntualiza, “sino porque está prohibido parar en el arcén sin causa justificada: ese es el motivo de la denuncia”. No está penado recogerlos en una gasolinera, un espacio mucho más seguro, donde los autoestopistas más avezados suelen colocarse.
De todos modos, España es uno de los peores lugares de Europa para esta práctica. Así lo comenta Lorenza D’Agostino (“Es uno de los países más complicados; en especial en Andalucía, donde no te recoge nadie”). Y también lo ratifica un artículo, publicado en 2019 en la web del Foro Económico Mundial, que incluía un ranking de las naciones más y menos autostop-friendly del continente. Según un mapa elaborado por hitchwiki.org los mejores lugares para “hacer dedo” son Irlanda, Holanda, Dinamarca, Albania y Rumanía. ¿Los peores? Portugal, Italia, Croacia, Grecia, Austria, Suecia y España (en especial, el sur). Quizá el espeluznante y mediático crimen de Alcàsser en 1992, cuando tres adolescentes fueron asesinadas por los individuos que las recogieron cuando hacían autostop, tenga mucho que ver en esta desconfianza.
Ernest Hemingway subido a un tren de mercancías en 1916
Origen, auge y declive del autostop
De la Gran Depresión a la II Guerra Mundial
El autostop ha sido algo habitual en muchos lugares del mundo. Se considera que nació en Estados Unidos, más de un siglo atrás. Sus orígenes se encuentran en una práctica aún más arriesgada: el freighthopping, que consistía en subirse a los trenes de carga para recorrer largas distancias. Según el citado artículo del Foro Económico Mundial, en 1911 alrededor de 700.000 estadounidenses se habían transportado así. Entre ellas, un jovencísimo Ernest Hemingway, como testimonia una imagen suya de 1916.
El auge del autostop empezó con la Gran Depresión de 1929, cuando no había dinero para comprar coches y sí una necesidad enorme de moverse para encontrar trabajo. Estaba tan arraigado, que el gobierno de EEUU creó un departamento para facilitar este tipo de transporte. Esta práctica ya es parte de la cultura americana: se ha reflejado en obras literarias como Las uvas de la ira, de John Steinbeck y En la carretera, de Jack Kerouack. También en el cine: en Sucedió una noche, de Frank Capra, el mismísimo Clark Gable trataba de que un coche les diera un aventón a él y a su co-protagonista, Claudette Colbert.
La economía y la política también están vinculados al autostop. Durante la Segunda Guerra Mundial el gobierno estadounidense instaba a ejercerlo, para ahorrar combustible. Era un deber patriótico, que se cumplió: una encuesta Gallup indicaba que casi la mitad de los estadounidenses habían recogido a un autoestopista en este periodo. Pero las cosas cambiaron después del conflicto. Mientras que en países comunistas como Polonia y Rusia sus gobiernos subvencionaban esta práctica, en EEUU las circunstancias de la Guerra Fría empezaron a desincentivarla.
El entonces director del FBI, J. Edgar Hoover, consideró que el autostop era una amenaza para la seguridad nacional: un coladero perfecto para espías comunistas, y se lanzaron campañas en su contra. El FBI público pósters advirtiendo que los autoestopistas podrían ser: “Un feliz veraneante o un criminal a la fuga. Un agradable compañero de viaje o un maníaco sexual. Un simpático viajero o un asesino cruel”. Hoy el hitchhiking (autostop en inglés) sigue considerándose un riesgo en varios estados del país, donde es ilegal.
Siendo mujer, puede ser más peligroso; pero es mucho más fácil que alguien nos lleve (...) la gente se siente más segura y no te quieren dejar ahí sola
El autostop también está prohibido en Singapur y en varias zonas de Australia, mientras que en la vecina Nueva Zelanda, las autoridades lo desaconsejan. Este es el destino donde planea ir Lorenza D’Agostino, cuyos padres ya han aceptado que su hija se mueva a golpe de dedo por el mundo. “Al principio les oculté que hacia autostop, porque pensaba que mi madre me iba a matar…”, explica. “Pero, con el tiempo, lo empecé a contar y, aunque no les gusta, lo han aceptado”. Lorenza solo recuerda una situación delicada en su periplo, cuando un hombre la recogió en isla Reunión y le insinuó que la acompañara a su casa: “Yo empecé a gritar, y le dije: ‘¡Ni te atrevas!’. Paró el coche y salí”.
¿Es peor hacer autostop siendo mujer? “Más o menos”, responde. “Es verdad que, por un lado, puede ser más peligroso, pero al mismo tiempo es mucho más fácil que alguien nos lleve. En parte, porque la gente se siente más segura con una mujer en el auto y, también, porque dicen: ‘Ay, no voy a dejar a esta mujer ahí sola’”. Pese a las reticencias de su sufrida mamma, Lorenza tiene claro que va a seguir viajando así. No solo porque es barato y sostenible: “Sino porque, además, conoces el lugar de verdad: conoces a gente que empieza a recomendarte un montón de cosas y terminas en sitios inesperados. Para mí es una manera de viajar totalmente auténtica”. No siente, insiste, que corra peligro: “Si hago esto es gracias a las mujeres que encontré a lo largo del camino y me dijeron: ‘Tú puedes hacerlo’. Y me he dado cuenta que el mundo es un lugar mucho más lindo y bueno de lo que te hacen creer”.

