El 29 de octubre, cuando en Valencia se conmemoraba el primer año de la dana que dejó 229 víctimas mortales, en Sevilla otra lluvia torrencial -récord histórico de precipitación en un solo día para la ciudad- dejaba nuevas escenas de pánico con coches bajo el agua y personas atrapadas por la inundación. “La atmósfera ha cambiado y tiene más capacidad de acumular agua. Episodios como estos volverán a repetirse”, advirtió al día siguiente Juan de Dios del Pino, delegado territorial de la AEMET en Andalucía, Ceuta y Melilla. Un planeta más cálido es un planeta con más fenómenos extremos”, resumió el meteorólogo.
España es testigo de esta sentencia. Los impactos del calentamiento global son cada vez más severos, con una torrencialidad nunca antes vista, olas de calor sin precedentes, sequías muy prolongadas e incendios forestales de una magnitud inédita. Sin embargo, pese a estas palpables consecuencias, de la que nadie está exento ni a salvo, la preocupación ciudadana por el cambio climático retrocede cada vez que los encuestadores preguntan por esta problemática.
La guerra cultural
Las consecuencias de los bulos en la dana de Valencia
Servicios de emergencia inspeccionan un parking afectado por la dana de Valencia en el que se dijo que había decenas de cadáveres; no se encontró ninguno
El último termómetro lo midió la consultora Ipsos, que por encargo de Forest Stewardship Council (FSC), una organización mundial sin ánimo de lucro que promueve la gestión forestal responsable, entrevistó a más de 40.000 personas en 50 países. En las principales economías de Europa, la preocupación por la emergencia climática cayó entre 6 y 10 puntos porcentuales en relación a la misma encuesta realizada en 2022.
Entre los países donde más baja la preocupación están Francia (52 a 45%), Dinamarca (51 a 41%), Reino Unido (45 a 35%), España (44 a 37%) y Alemania (42 a 34%). A nivel global, la preocupación de los ciudadanos por la emergencia climática cayó 21 puntos en tres años. Las cifras, por tanto, arrojan una paradoja: la preocupación se desploma mientras los impactos aumentan, con cada vez más ciudadanos afectados por la nueva realidad climática. ¿Cómo se explica este contrasentido?
Pablo Ángel Meira Cartea es profesor titular de Educación Ambiental de la Universidad de Santiago de Compostela, miembro del Grupo de Investigación en Pedagogía Social y Ambiental. Aclara que la idea arraigada de que la evolución de la percepción social del cambio climático va a ir en aumento conforme avanza el calentamiento global y sus impactos es “errónea”. “Hablamos de una representación de la realidad que se va construyendo y cambiando permanentemente”, explica.
La desconexión de mucha gente con la problemática climática se debe, en gran medida, a que “el cambio climático se ha transformado en objeto de guerra cultural”. En esta batalla de narrativas, azuzada por diferentes fuerzas políticas, las “estrategias negacionistas para sembrar dudas se intensifican a medida que se intensifican los impactos climáticos”.
“La dana de Valencia ha sido un ejemplo muy claro. Desencadenó una campaña en las redes sociales de bulos y de descalificaciones. Es decir, cuanto más grave es el fenómeno que conmueve a una población, objetivando el cambio climático, más intensas son las campañas negacionistas para tratar de relativizar, engañar o distorsionar la percepción que asocia estos fenómenos con el cambio climático”, analiza este experto.
Según su examen, la caída de la preocupación social por el cambio climático, ratificada por otros sondeos, no evidencia una avance del negacionismo, que ya es bastante residual en España y en Europa, sino “el triunfo de la duda y de la confusión” respecto a sus razones e implicancias.
Responsabilidad y la autoeficacia
Los jóvenes son el colectivo más preocupado por el cambio climático
La caída de la preocupación por el cambio climático que Ipsos midió en Europa y España ha sido medida también por otros sondeos. En junio, el Observatorio de Transición Justa (OTJ) publicó su última encuesta sobre la percepción social de la transición ecológica, un estudio que lleva haciendo desde hace tres años.
El porcentaje de personas que creen “con total seguridad” que el cambio climático está ocurriendo pasó de un 84% a un 80% en los dos últimos años, un porcentaje aún mayor entre los jóvenes de 18 a 30 años. En 2023 el 90% aseguraba creer en este fenómeno frente al 76% de este 2025, lo que supone 14 puntos porcentuales menos.
También el Grupo de Investigación en Psicología Ambiental de la Universidad de Castilla-La Mancha ha medido este descenso en el interés por la crisis climática. Este equipo lleva desde el 2019 recogiendo, en colaboración con la plataforma Clickoala, esta percepción. Hace seis años, las personas “muy preocupadas” por el cambio climático alcanzaban al 67% de la población. En 2024, el porcentaje bajó al 49,4%.
Xavier Moraño, director de un equipo especializado en investigación cuantitativa y fundador de Clickoala, encuentra varias razones para entender el aumento de la despreocupación climática. Por un lado, está disminuyendo “el estilo de vida sostenible”. Esto quiere decir que la sostenibilidad “marca menos la identidad personal”, no atraviesa tantos hábitos como años atrás. En 2019, con el eco político del Pacto Verde y el auge de los movimientos ecologistas, casi el 40% de los españoles decía que una “forma de vida sostenible” los definía. En diciembre de 2024 -último sondeo-, la misma respuesta recogió diez puntos porcentuales menos.
La responsabilidad y la autoeficacia son otros “dos ejes claves” en este nuevo panorama. Cada vez más ciudadanos se “sienten menos responsables de ser parte de la solución” (del 24,4% en 2022 al 17,5% en 2024). “Esto impacta en el poder de la autoeficacia. Vemos que cada vez hay más españoles piensan que ellos no pueden hacer nada y que quiénes sí tienen esa capacidad (empresas, gobiernos, élites), no están haciendo nada”, analiza Moraño.
A la pregunta de qué podían hacer, la gente responde cosas genéricas, como reciclar. Sin una solución clara a mano, la mente desconecta y se despreocupa
Coincide con Meira en que el cambio climático es cada vez más un tema de “trincheras”, que genera división, desánimo y desafección. “Esto genera que, aún con cierta sensibilidad, la problemática desaparezca de las principales preocupaciones en la cabeza de la gente. Está en la mente, inquieta, pero como no se puede hacer nada, no moviliza ni ilusiona”, insiste este analista.
A nivel cronológico, este “declive” empieza a ocurrir tras la pandemia, con la aparición de fuerzas políticas negacionistas, los lobbies interesados en “contaminar el debate” -Meira señala el desembarco de think tanks que empiezan a reproducir en Europa las estrategias comunicativas del negacionismo nortemaericano- y la consolidación de las redes como “ágora social y político”, con algoritmos sesgados que digitan y premian determinados contenidos.
En la encuesta que BBVA hizo en 2022, el último sondeo de una saga que comenzó en 2015, la cultura medioambiental seguía muy arraigada en el conjunto de la sociedad española, con una preocupación en alza. Pablo Jáuregui, director de Comunicación Científica y Medioambiental de la Fundación de esta entidad bancaria, adelanta que el próximo estudio se realizará en 2026, cuatro años después. “Vamos a saber si, tal como están mostrando otros trabajos, la percepción social del cambio climático ha cambiado”, subraya.
Los jóvenes
Los tres sondeos citados -FSC, Observatorio de Transición Justa y Universidad de Castilla-La Mancha- coinciden en que los jóvenes, el grupo de edad entre 18 y 30 años, es el de mayor desafección climática.
Para Meira, este es “el dato más preocupante”. Décadas atrás, la despreocupación alcanzaba, sobre todo, a personas de mucha edad, con pocos estudios y con nulo acceso a la cultura científica. “Ahora, el desinterés avanza en el grupo más escolarizado, con acceso a la información, con recursos para entender por qué ocurre el cambio climático y cómo les afectará en sus vidas y con herramientas para identificar los intereses detrás de los bulos o la información negacionista”, reflexiona.
Por eso, agrega, es “tan importante la educación ambiental”, que el cambio climático empiece a formar parte de la currícula de todos los colegios. “La construcción del negacionismo se está haciendo, sobre todo, desde las redes sociales. No hay espacios en los planes de estudios para trabajar en profundidad y con la suficiente calidad la representación del fenómeno, atendiendo precisamente a lo que sabemos de él desde el punto de vista científico”, señala Meira.
Moraño insiste en rechazar la tesis de que los jóvenes cada vez sean más negacionistas. Son más bien el “grupo predilecto” de aquellos actores que buscan sembrar “crispación y dudas”. “Como el argumento negacionista ha dejado de calar, han empezado a aflorar otro tipo de argumentos, el que pone la semilla de la duda para desmovilizar. En el momento que tú no estás seguro de algo, por supuesto que no vas a defenderlo”.
El enfoque de las noticias
Moraño también participó este año de un sondeo a jóvenes españoles menores de 35 años sobre cómo influye el enfoque de las noticias sobre el cambio climático en su predisposición a actuar. El estudio arrojó dos grandes conclusiones: que el 47 % de los jóvenes recibe con frecuencia noticias alarmistas sobre el cambio climático, frente a sólo un 11 % que recibe contenidos positivos; y que las noticias positivas generan mayor predisposición a actuar que las alarmistas.
“Cuando las personas se enfrentan a emociones negativas pueden desarrollar estrategias psicológicas para intentar ignorar, minimizar o incluso negar la problemática. El miedo, la tristeza o el desánimo son emociones desmovilizadoras”, explica el experto sobre estos resultados.
Al cabo, “lo que no tiene solución ni explícita ni implícita genera desconexión, ansiedad y limita la autoeficacia”. Moraño cuenta que este estudio se realizó pocas semanas después de la dana de Valencia. Con el shock cercano, la catástrofe aumentó la preocupación climática de los jóvenes (11 puntos) e incrementó la disposición a actuar (6 puntos).
“La dana generó un impacto emocional y ese impacto emocional generó una mayor predisposición a participar en diferentes organizaciones en el activismo español. El hecho de que hubiera una solución direccionada, que la gente supiera cómo tenía que ayudar, fue muy positivo”, explica.
Cuando el cambio climático aparece sin una solución clara a la vista, el desinterés se generaliza. A los mil jóvenes que participaron del estudio se les mostró una noticia que afirmaba que Europa puede llegar a congelarse en 2057 por el frenazo de la corriente oceánica del Atlántico. “A la pregunta de qué podían hacer como ciudadanos para evitar esto, la mayoría respondió cosas muy genéricas, como reciclar. Sin una solución clara a mano, la mente desconecta y resta preocupación”, concluye Moraño.




